lunes, 30 de abril de 2012



El común y la expropiación de YPF         
Cesar Altamira
(Argentina)
           

            En Argentina, luego de la crisis e insurrección del 2001 que terminara definitivamente con las políticas neoliberales en el país, y, en particular desde el 2003, con el gobierno de Néstor Kirchner (NK), se inauguró una etapa que despertó esperanzas de cambio. Las políticas económicas del gobierno de NK inicialmente, y luego las de Cristina Fernández de Kirchner (CFK), desligadas de los mandatos del FMI y del Banco Mundial, revirtieron paulatinamente la tendencia neoliberal anterior. Cambio de rumbo que no solo se dieron en Argentina, sino también en la mayoría de los países latinoamericanos, con la especificidad propia de cada uno de ellos. Aunque, debemos reconocer en el marco de esa diversidad, que no se trata de un tránsito postcapitalista, sino, más bien, de avances de lo que se ha dado en llamar el progresismo político, con las ambivalencias y dificultades que este calificativo conlleva. No intentamos precisar este concepto sino  destacar el riesgo de que este progresismo quede atrapado en los límites y contradicciones de una modernización capitalista próxima al viejo desarrollismo, a la que el regreso del estado le resulta funcional. La gestión de los recursos naturales, si bien forman parte del común, al ser incorporados bajo la órbita del estado proyectan la fantasía de ser propiedad estatal escondiendo el ser propiedad de todos. Sin embargo, a pesar de ello, importa inicialmente que el estado ha recuperado espacios de gestión perdidos y que se proyecta  como un actor importante en la economía argentina, que ha impuesto una mayor vigencia de la política fiscal,  medidas de políticas sociales y de derechos humanos impensadas en otras épocas, mayor autonomía financiera internacional y un particular impulso a políticas de fortalecimiento de la región en su integración al mundo globalizado (UNASUR, MERCOSUR, CELAC, etc)

            En ese marco, la reapropiación del 51 por ciento de las acciones de YPF en poder de la multinacional Repsol es un avance. Sería de una ceguera inadmisible no registrar este cambio, aunque hay que observarlo con mucha cautela porque quienes apoyaron la privatización del petróleo en los 90´s, son quienes hoy se rasgan las vestiduras con la expropiación. Los funcionarios que intervinieron YPF son los que autorizaron las medidas necesarias para que Repsol pudiera  saquear las reservas petroleras. Si bien celebramos la medida, creemos que debe ser el puntapié inicial y no el cierre del debate energético, que se ha circunscripto hasta ahora a un abordaje económico, dejando de lado las cuestiones ambientales y sociales y quizás, el más importante, soslayando la gestión del  bien común, focalizándose únicamente en el por qué y el cómo. El por qué de la medida, según el proyecto de ley, propone alcanzar el autoabastecimiento energético y el equilibrio de la balanza comercial. El cómo, pareciera ser la explotación de los cuestionados yacimientos no convencionales (shale gas, ver documento http://www.opsur.org.ar/blog/2012/04/19/fractura-expuesta/)

            Las medidas desregulatorias y privatizadoras implementadas en la década de 1990 negaron el carácter estratégico de los hidrocarburos concibiéndolos como  commodities lo que -asociado a la frágil situación económica de las provincias- tendió a agigantar la capacidad de chantaje de las operadoras privadas. Para ejemplificar, cuando se prorrogó el vencimiento de la concesión de explotación del área “Loma La Lata-Sierra Barrosa”(2001),  la empresa Repsol-YPF contaba con una facturación anual de US$ 27.000 millones, mientras que los ingresos anuales de la provincia de Neuquén no excedían US$ 1.100 millones.

            Si bien Repsol se presenta  socialmente como una empresa productiva dedicada a la explotación del petróleo, tiene el grueso de su capital distribuido en las grandes Bolsas del mundo, sobre todo en sociedades fantasmas de paraísos fiscales y creció aceleradamente como empresa internacional a partir de los recursos extraídos del subsuelo argentino, que significaron la fuente de financiación principal para su conversión en la empresa que es hoy.  La composición accionaria de Repsol pone de manifiesto la permanente alianza-fusión y coexistencia entre el llamado capital financiero y el capital productivo, cuestionando la idea tan difundida de su oposición, uno como provechoso y el otro como parasitario.

            No se nos escapa que la medida de estatización rescata para el imaginario social símbolos muy sentidos por la sociedad -la idea de una empresa de bandera que fuera pionera en la explotación petrolera hasta su privatización, asociada al proceso de industrialización nacional y a  las figuras de Irigoyen, Mosconi, Perón, Illía etc. Estas ideas son también muy caras al movimiento piquetero iniciado en Cutralco, Provincia de Neuquen, seguido casi inmediatamente por las luchas en General Mosconi en Salta,  todos procesos de resistencia biopolítica, que fueron la respuesta al proceso de vaciamiento y masiva desocupación de YPF luego de la privatización. No puede pensarse la expropiación reciente de YPF sin analizar, conjuntamente, la lucha de los desocupados de Cutralco, General Mosconi, Zapla, primeras resistencias piqueteras que habrían de marcar el camino en una nueva modalidad de lucha en el país.

             Sin embargo, se debe reconocer que con esta medida el gobierno recupera la iniciativa política y el control de la agenda pública, el manejo de los tiempos y la definición de los problemas teniendo en cuenta que  la realidad le había cambiado la agenda en los últimos meses. En efecto, a pesar del 54 % de votos de las elecciones últimas, la resistencia de los pueblos mineros contra la megaminería, la tragedia ferroviaria en la estación Once, así como las desatinadas menciones de CFK a las luchas de los docentes, a los cortes de ruta y a los llamados a la moderación salarial en aras de la competitividad, habían colocado al gobierno a la defensiva. En ese contexto se proyectaba una imagen de incertidumbre en cuanto al rumbo general de áreas sensibles para una sociedad experimentada y desconfiada. Todo parece indicar, luego de los anuncios de la expropiación y a partir del apoyo social recibido, que el gobierno apunta (lo indica el último acto en Velez) a la construcción de un movimiento asentado en tropa exclusiva,  controlada y de fidelidad absoluta, relegando, al menos por ahora, a un segundo plano, el peso del peronismo tradicional, su estructura partidaria y el sindicalismo que hasta estos días le resultaba fiel.

            Debemos igualmente advertir que esta medida fue impulsada por la fuerte caída de producción hidrocarburífera y su contrapartida, la importación de energía, que aumentó de manera explosiva de 4.500 millones de dólares en el 2010 a 9.400 en 2011. Alguna estimaciones valúan esas necesidades para el año en curso en no menos de 12.000 millones de dólares, cifra más que significativa para unas finanzas públicas que ya no nadan en la abundancia. La introducción de una gestión estatal de la empresa resulta una medida necesaria, si de lo que se trata es revertir la posibilidad casi inminente de una crisis energética en ciernes. Pero constituye tan solo un punto de partida para recuperar los recursos petroleros. Durante una década Repsol lideró el vaciamiento de pozos, reservas e instalaciones pre-existentes. Extrajo lo máximo posible sin invertir y expatrió ganancias en forma escandalosa. La expropiación de Repsol-YPF fue anunciado como un acto  de soberanía nacional. Sin embargo, como ha sido reconocido oficialmente, se mantiene como socios a la Banca Lazard, al grupo Petersen,  Goldman & Sachs mientras se busca nuevos socios para YPF en el club de empresas multinacionales de explotación y exploración del petroleo -la francesa Total, las norteamericanas ESSO y Chevron y la china SINOPEC- y se mantiene el 70 % de la producción  petrolífera y gasífera en manos de los grandes grupos económicos nacionales y transnacionales. 
           
            Lo sustantivo en las distintas variantes de política petrolera que impulsa el gobierno reside en la disputa por la apropiación de la renta diferencial petrolera valuada en cerca de 13000 millones de U$S anuales, diferencia entre el costo interno del barril de petróleo y el precio internacional. Tratándose de un recurso natural y por tanto de un bien común,  debe ser la sociedad, sin delegación de poderes en alguna representatividad, quien decida sobre la distribución de la renta petrolera. Las dudas permanecen planteadas, aun aceptando una decisión estatal, ya que permanecen vigentes tanto el marco regulatorio de explotación petrolífera -que autoriza a las empresas petroleras a la libre disponibilidad del crudo en boca de pozo, a la capacidad de manejarlo en forma desregulada- como la existencia de contratos terriblemente onerosos que fueron prorrogados por el propio NK en el 2007 antes de su vencimiento.

            Como dato regional todo indica que en los últimos tiempos ha surgido y se ha afianzado una nueva alternativa  en América Latina como proyecto de diálogo político que excluye a Canadá y a los EEUU. La última cumbre de presidentes en Cartagena demuestra que ya no habrá nuevas cumbres sin la presencia de Cuba. Habla de nuevos tiempos, aunque no quiere decir que esté asegurada la resolución de viejos problemas de la región sin la presencia de obstáculos y disidencias. Pone en evidencia los nuevos cambios políticos de la región, transformación que  motiva la necesidad de recrear y recuperar proyectos que profundicen la integración energética. Creemos necesario impulsar desde los destacamentos nacionales un debate profundo de ideas donde pensemos más en términos regionales que nacionales y emocionales. Que sin volver al pasado recree las condiciones de proyectos innovadores, creativos y emancipadores. Las dificultades que objetivamente se plantean a YPF para encarar las enormes inversiones que se requieren para alcanzar el autoabastecimiento hidrocarburífero potencian la necesidad de acuerdos regionales en esa materia promoviendo el aunar esfuerzos entre las grandes empresas petrolera latinoamericanas PDVSA, PETROBRAS de manera que la matriz energética pueda ocupar el lugar que la explotación del hierro y acero jugara en su momento con la Europa de los 50´s y 60´s.  El problema del petróleo ofrece una gran  oportunidad para pensar en forma regional  y en términos de un proyecto compartido latinoamericano,  no solo respecto del  autoabastecimiento  argentino.

            La IV Cumbre del BRICS realizada el 28 y 29 de marzo pasado en Nueva Delhi, puede representar una instancia de cambio global, con repercusión sobre América Latina,  indicador de un momento transformador:  los jefes de Estado de Brasil, Rusia, China, Sudáfrica e India decidieron impulsar la creación de un banco de desarrollo de los cinco países como reflejo del peso adquirido por el grupo en la economía mundial pero también como una reacción ante la negativa de los Estados Unidos y la Unión Europea de soltar el control del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. La creación de un “banco del BRICS” permitiría a estos países contar con recursos para obras de infraestructura e instrumentos de crédito para afrontar crisis financieras como lo hace  Europa.

            Dos fueron los proyectos integradores propuestos  para impulsar  el MERCOSUR: el banco del Sur y el Gasoducto del Sur. Ambos entraron en un cono de sombra. La paralización del proyecto del  Banco del Sur respondió más a la rivalidad y competencia no resuelta entre Venezuela, Brasil y Argentina que a la existencia de obstáculos reales. Más allá de los escollos que significa la continuidad  del BANDES brasileño y del que Itamaraty no está dispuesto a desprenderse. Con relación al Gasoducto del sur, éste pareció entrar en desgracia frente a las  inconsistencias técnicas asociadas a su construcción. Por su parte Brasil sigue liderando políticamente el Mercosur mediante una  geopolítica articulada alrededor del impulso del bloque Sur-Sur, las alianzas con la China, India y Sudáfrica y los acuerdos comerciales con el grupo de los 20 (OMC). Con relación al Banco del Sur la predisposición mayor de los gobiernos coincidió con la ruptura de K con el FMI y el entierro del ALCA luego de la cumbre de Mar del Plata. Luego de ello el proceso de mayor independencia y la apuesta a una interdependencia se habrían debilitado, o al menos entrado en un impasse. Ecuador impulsa el CAN (Comunidad Andina de Naciones) junto con Perú, Colombia y Bolivia. 


 Por la alternativa del común: ni privatistas ni estatistas.        

Plantear que el petróleo como recurso natural es un bien común significa entender su uso en términos opuestos a los de  privatización y  explotación. Aunque oponerse a la privatización no supone retornar a la gestión pública estatal-burocrática, autoritaria y corrupta.  Reconocer un recurso como bien común implica, desde la perspectiva a la que adherimos, rechazar que  los aparatos estatales sean quienes lo administren, ya que tanto la lógica privatista, propia del individualismo posesivo, como la gestión estatal se encuentran ambas alineadas con un criterio tecnocrático y cuantitativo de  acumulación, opuesto a la modalidad de recurso natural.

            La estatización funciona en el imaginario social como propiedad del estado que -como buen Leviatan-  vela por el bien común en su administración. No es percibida como delegación de la gestión de lo que es propiedad de todos, y que por lo tanto puede recuperarse en cualquier momento.  Por otro lado, la estatización tampoco garantiza la independencia política respecto a  las presiones y/o sugerencias del capital nacional e internacional,  como lo demuestran México o Arabia Saudita, donde las petroleras, a pesar de ser íntegramente estatales, desarrollan políticas fuertemente influenciadas por las grandes potencias mundiales capitalistas. La YPF estatal por su parte, antes de la privatización, vendía petróleo subsidiado a Esso y Shell y estaba sometida a especulación por parte de los sectores dominantes. Durante los ’70, a pesar del incremento de los precios internacionales, fue una de las empresas que tomó más deuda, evidenciando que la simple estatización no significa garantía de emancipación.

            Si miramos hacia la región observamos que la lucha por los bienes comunes, los recursos naturales,  está en el primer lugar de la agenda. Desde México hasta Chile, y Argentina pasando por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Brasil  los movimientos se encuentran en pie de guerra contra la explotación desmedida y rapaz. En nuestro país pareciera que las multinacionales mineras del noroeste se encuentran en una  encerrona capaz de ocasionarles una gran derrota. Son pequeños grupos y  asambleas ciudadanas  de pueblos y  lugares remotos de la cordillera, los que han logrado frenar gigantescas empresas que gozaron de todo el apoyo estatal. Ello se debe al tesón y terquedad en la lucha, que en algún momento rinde frutos. Se trata de una acción política desplegada desde los márgenes, por los movimientos y a partir de la politización de sus diferencias sociales y culturales, o sea, de sus modos de vida. Una acción política de los excluidos y postergados que se relaciona con la crisis de representación, o, dicho de otra forma, con la presencia activa de los representados. Donde la representación creada por el capitalismo e integrada a la forma Estado, atraviesa una crisis profunda. Estamos en presencia de formas de acción política originadas desde abajo y a la izquierda, desde el sótano cuya consistencia es su no estatalidad: no solamente rechazan al estado sino  que su dinámica adquiere forma no estatales. Estos movimientos recorren su camino constituyendo por sí mismos un proyecto de sociedad.

Se requiere avanzar en la institución del común,  en línea con la gestión y gobierno participativo, cooperativo, capaz de incorporar, mediante nuevos instrumentos, originales comunidades de usuarios y trabajadores en esa perspectiva. Esto exige romper con aquel análisis rígido y reduccionista (propiedad privada vs propiedad pública) y con aquella práctica social vinculada a la concentración del poder propia de la estructura de la propiedad privada (mercado) y de la propiedad estatal (soberanía estatal).  Mientras las estructuras privadas concentran el poder de decisión y/o de exclusión en el sujeto propietario titular o en algún consejo administrador, las estructuras públicas agrupan el poder de exclusión o inclusión en el vértice de una jerarquía soberana asociada a la soberanía territorial y a su administración política. Los bienes comunes, el común, así abordados, expresan, por el contrario, un tipo de propiedad antagónica al par público-privado, estado-mercado.

            Si partimos de la necesidad de preservar en cuanto se pueda y en las mejores condiciones los bienes comunes, en sustitución del proceso de acumulación motorizado por los beneficios, entonces, el dogma desarrollista que los acompaña explosionará rápidamente. Debemos ser capaces de modificar nuestra comprensión anclada en conceptos binarios (público vs privado) y de una representatividad trascendente, regidos por los tiempos lineales de la producción capitalista que ya no condicen con los nuevos tiempos capitalistas. En última instancia, a partir de la propia práctica política de los movimientos ser capaces de pensar y actuar sin Estado. Ahí está nuestro desafío y nuestra alternativa a construir.



sábado, 21 de abril de 2012


FEMINISMO DECAPITADO
Ficciones ópticas y sobresaturación travesti[1]
Jorge Díaz Fuentes
Coordinadora Universitaria de Disidencia Sexual (CUDS)
(Chile)

La polémica relación entre la ficción y la no/ficción como sistemas de narrativas que en ciertos momentos aumentan sus acercamientos (hasta digamos “confundirse socialmente”[2])  y que en otros amplían radicalmente sus distancias, adquiere una importante relación con la teoría feminista, más aún cuando ésta ha utilizado recurrentemente las estrategias de la ficción para permitir elaborar lecturas, traducciones y alegorías[3] de los actuales sistemas económico-culturales y con ello ampliar las maniobras de las  posibilidades léxicas, del uso de la parodia, de la metáfora y la blasfemia política  para así interponerse en las estructuras tradicionales del hacer teoría, permitiendo con esto identificar “los modos de construcción ficcional […] sobre la configuración de un lugar, de un grupo, de un muro, de una vestimenta, de un rostro”[4].
Así entonces más allá de intentar clasificar y modelar ciertos límites (ficción/ no ficción) que en una operación derivativa “tienden a” llegar al punto de la “verdad” para legitimarse,  nos parece interesante analizar cómo el  cuestionamiento de algunas de estas narraciones parecen interrogar el estatuto mismo de las políticas feministas, donde los signos -siempre parciales- rebasan lo puramente definitorio. 

Narratividades feministas
Si existe una narrativa cinematográfica feminista, ésta condición no debe estar ligada ni a categorías de género ni a biologicismos sexuales. La narrativa feminista no está ni aislada ni en oposición única ante una producción cinematográfica masculina, la producción cinematográfica feminista no es un imaginario autónomo desde donde se proyecta una unívoca escritura arraigada en la naturaleza de la mujer, ni tampoco es confiable ni necesario que sean bio-mujeres las creadoras de las producciones audiovisuales para alcanzar el carácter feminista. En esta línea que podríamos llamar cine “feminista”, se encuentra el trabajo de la cineasta argentina Lucrecia Martel, quien en su último film “la mujer sin cabeza” nos interroga desde el comienzo a tener que reacomodar el orden de la comprensión de la estructura del relato, pues en su cine no es necesario “armar” el puzzle con las piezas coherentes y los sucesos concatenados de manera lineal y cronológica, pero tampoco es utilizar los ya conocidos trucos narrativos del “contar de atrás hacia adelante”  o del juntar todas las escenas al orden que “debiera ser” pero que pareciera que el realizador editó de manera azarosa. Martel utiliza en cambio una subjetividad cronométrica de ajustes parciales donde “se trata de rehusar el clímax, de declarar abiertamente el rechazo al desenlace”[5] anulando con esto las estructuras básicas del orden cinematográfico, mostrando una resistencia al canon impuesto por una hegemonía del orden que rechaza los modelos entrópicos propuestos por Martel.
En el film, la desorientación de la protagonista surge a partir de un accidente, un atropello después del cual la mujer decide no mirar el retrovisor, sin desear reconocer qué cuerpo era, como si fuera una cita a una negación del pasado, legitimando la práctica dictatorial de desconocer los cuerpos. Pero a la vez se articula como un ejercicio de tormento y angustia de un femenino enfrentado a la duda, a la incertidumbre. El cruce entre desmemoria y des-subjetivización de la mujer es el ejercicio crítico de la obra de Martel desde donde es posible pensar cómo las mujeres -latinoamericanas-han perdido sus cabezas[6].

Un femenino irregular que por lo mismo fisura un imaginario estático y ético de la mujer burguesa. La mujer en Martel es una inútil, sin habla, marioneta de sus empleadas indígenas, una decapitada por los encuadres de la cámara. El fracaso de un políticamente idealizado discurso que reedifica un signo femenino es un territorio de representación en conflicto y constante desmontaje, los discursos de género recorren la narrativa de Martel con insatisfacción, sin la posibilidad de alcanzar la completitud de sus deseos sexuales, económicos y de posición social.
Esta indagación de un femenino narrativo no compone representaciones exitistas del género, tampoco instala o aspira construir una búsqueda de plenitud femenina en la identidad de sus personajes, sino que en cambio se divaga en las zonas de la insatisfacción de lo femenino, no a través de lo natural, sino de la artificialidad de sus personajes, lo que implica comprender la ficcionalización que corroe sus propios relatos identitarios.
Como en una película de ficción donde el ícono desbordado, no-humano,  sirve para sublimar el miedo a lo extraño “La mujer sin cabeza” en su diseño de carátula y tipografía imita el diseño de films norteamericanos de los años 50 como “la mujer araña”, “la mujer mosca”, “la mujer gigante” entre otras, donde la monstruosidad se apropia de lo femenino o donde el signo mujer alegóricamente se sitúa en el terreno de lo monstruoso develando implícitamente los miedos ante una femineidad desbordada.
Podríamos pensar entonces que esta suerte de complejidad de clasificación que nos presenta Martel,  que nos lleva a no poder rápidamente  taxonomizar su trabajo, se interpone finalmente al éxito mediático donde el continuo flujo de “acciones”, da paso al sólo “gesto” pues no logra insertarse en el movimiento circulatorio de los  films afincados en las salas de las grandes industrias cinematográficas, ni tampoco se abre paso entre una cartelera saturada de posibilidades de evasión, pues en los relatos de Martel “nunca pasó nada”.

En Martel donde todo aparece sutil, pura gestualidad más que un cúmulo de acciones terminadas, no se presenta un desmontaje a partir de un desborde espectacularizado como en los agitados signos de lo travesti, sino que en cambio se exhibe una saturación de lo femenino en el espacio del tránsito de un lugar a otro y en la sobriedad de un hogar a partir del desgaste y la pérdida del sentido de una norma de género. Por lo tanto, la desarticulación del género no produce destellos de luces ni brillos, tampoco señala un desdén glamoroso o híper-sexualizado, sino todo lo contrario, las representaciones de esta saturación desplazan el sexo en el silencio de una cinematografía con estética de naturaleza muerta, donde la pérdida de deseo se asemeja a un política de la frigidez, la extinción sexual de los significados “sexo” y “género”, donde lo femenino parece vaciado de deseo [7].

Una política de la resta, el menos en vez del más, se articula en representaciones del género disidentes que generan una inversión del deseo, ya no como una explosión de espectáculo sino un gesto de resistencia. Una lógica de esterilización del deseo, una clausura a los signos del progresismo, es atingente a unas narraciones martelianas, donde se privilegia el corte de la acción que arma una subjetividad incierta en vez de la finitud del sujeto que acaba[8].

Una articulación de un feminismo frígido implicaría experimentar una inversión del  deseo, ya no como un deseo que se expone hacia un afuera y que circula públicamente, un deseo-que-define-sujetos e identidades sexuales. No es un posicionamiento imaginario que proponga la anulación del deseo femenino, sino que el uso de una energía que desmonte los caracteres de lo femenino. Esto porque el feminismo de las macro-políticas, el feminismo de los estudios de género y aquel se que inserta en el lenguaje de la legitimación de “la política”, o simplemente el feminismo de (sólo) mujeres, insiste en hacer uso de un deseo “femenino”, un deseo y cuerpo de “mujeres” para legitimar sus estrategias políticas sin tener en consideración que “la descontrucción de las identidades esenciales tendría que considerarse como la condición necesaria para una comprensión adecuada de la variedad de las relaciones sociales  [. . .]  sólo así tendremos posibilidades de teorizar acerca de de la multiplicidad de las relaciones de subordinación”[9]

Es entonces a partir de esto que se hace indispensable reflexionar sobre los procesos de desmontaje de lo femenino, sobre la saturación de un signo del feminismo, a partir los nuevos escenarios instalados por las desobediencias de género y las disidencias sexuales.


Las ficciones del ojo y la solución “sobresaturada” del  Travesti

¿Cómo exterminar (y no fugar, no hibridar, no mezclar) la identidad sexual? ¿Cómo entender una posibilidad de exterminio de la identidad sexual, escapándose de los límites del binario masculino/femenino? ¿Cómo habitar sin necesariamente desplazarse estratégicamente entre uno (masculino) y otro (femenino), haciéndolos entender como los únicos polos posibles? ¿Cómo leer en un plano situado la pos-identidad, sus huellas, sus formas? ¿Es posible? porque pareciera que debido a procesos coyunturales y contingentes de la transición democrática chilena (la polémica del Simón Bolívar travesti de Juan Dávila reproducido en la tarjeta de la Escuela de Santiago, las performances travestidas del colectivo homosexual Las Yeguas del Apocalipsis, el registro fotográfico de unos hermanos travestis en Valparaíso en La manzana de Adán de Paz Errázuriz, entre otros), sí existió una posibilidad de resistencia a la identidad, que estuvo dada en lo que podríamos ahora denominar arriesgadamente  “la solución del travesti” , es decir, que por un momento la figura del travesti ofreció una posibilidad de rebeldía, un modelo de resistencia contracultural a la hegemonía heteropatriarcal y masculina, para así demostrar que esta figura saturada de lo artificial y lo no correcto sería por así decirlo, una de las responsables de irrumpir problemáticamente  en una escena pos-dictatorial de los acuerdos, para entonces con sus máscaras descolocar los antagonismos inexistentes en el Chile de la transición democrática. Sin embargo sería necesario revisar y cuestionar en los actuales contextos  donde la línea de división política “más allá de la derecha y la izquierda”, “más allá de la hegemonía”, “más allá  de la soberanía” y “más del antagonismo”[10] entre una centro y sus polos (izquierda y derecha) se interrumpen y  difuminan.

La teórica Nelly Richard[11] nos recuerda que “la red de atracción y seducción en la que se enreda la pulsión narcicista del mostrarse travesti es necesariamente óptica ya que es la mirada del otro la que sanciona el éxito o el fracaso de la trampa visual del pasar efectistamente por mujer”[12]. Que el éxito de la trampa travesti recaiga en la mirada del otro nos interpela entonces a actualizar esas mismas posturas aprobadoras de rendimiento que confunde la transición travestida, haciéndolas pasar  por patrones de regulación que logren el mismo éxito de la visión del otro. De esta forma, la visualidad del logro vítreo de un ojo que mira debería traer a cuestionamiento la totalizante posibilidad de visualización, más aún cuando en esa misma mirada se anteponen los puntos ciegos de la parcialidad. ¿Cómo poder  “ver” y crear al “otro” con la posibilidad de la mirada? ¿Cómo creer que el éxito de la cosmética[13] rige la rigurosidad teatral de la mímesis del género, cuando en esta misma figura están patentes y sobremarcadas las estrategias esencializantes de la diferencia sexual?
Comprender sin embargo que los campos parciales de visiones se parecen más a un pestañeo constante, a una suerte de tics nervioso que desgasta el músculo visual,  donde el daño óptico impide observar con claridad el ritmo cotidiano[14]  se asemeja más a las posibilidades de  “un ojo que no se ve, y que, sin embargo no deja de ver”[15]. Existe aquí un punto que quisiera realzar con respecto a los mismos planos de visión que clasifican y norman. Pretender cuestionar qué o cómo vemos me parece una necesidad radical, una ramificación desde lo focal que permite comprender de qué forma vamos a incluir en el análisis de la visión totalizante una discusión sobre lecturas contextuales. Convivo diariamente con un ojo inquieto que sospecha de la despolarización nerviosa que conduce a mi cerebro las imágenes incompletas del punto ciego. O que sospecha de eso mismo. El ojo de mi análisis pretende engañar las mismas epistemologías que la ciencia necesita cuando miramos un resultado, cuando utilizamos la estadística o cuando ordenamos por parámetros, haciendo pasar los datos o las experiencias por protocolos de significancia y claridad, de precisión y exactitud. La mirada  disidente o el ojo desacatado trata ahí donde lo autoevidente deja de ser natural y se da la posibilidad de restarse de la mirada positivista de la clasificación, tratando de elaborar no lecturas “otras” o “fuera de”  sino que se instala en la retina social  de lo ya dicho para sobrepasar esos contextos.

Apuestas locales a la sobresaturación travesti
Quizás la necesidad de adquirir nuevas posibilidades de lectura y traducción local que desacralizan esa misma impostura del travesti nacional y latinoamericano pueden encontrarse, provocativamente en los  trabajo “Post-Drag” del artista chileno Felipe Rivas San Martín y en el texto “MamaDrag, las mujeres y mi mamá” de Cristian Cabello  quienes en una suerte de rito pos-genérico pretenden ver las nuevas posibilidades de escapar estratégicamente del binarismo sexual mostrando lo que el ojo no ve a primera vista, engañando la visión estereoscópica del sentido común o visualizando lo que pareciera “que no se ve”  o que no tiene en consideración lo que dice Susan Sontag al referirse que  “en la manera de mirar moderna, la realidad es sobre todo apariencia, la cual es siempre cambiante”[16].

Es importante destacar que ambos pertenecen a un trabajo político-sexual que pretende ofrecer alternativas no victimizantes de la sexualidad donde justamente se intenta territorializar y desenfocar la mirada normalizadota hacia los cuerpos y prácticas sexuales desacatadas.
Felipe Rivas, nos ofrece un desgarro a la práctica performática de Ana Mendieta en su trabajo “transplante de barba” del año 1972 donde la autora pegaba el pelo de su acompañante sobre su rostro. La acción de Rivas trabaja en dos registros separados y tensionados en ellos mismos: primero utiliza el formato video para registrar una acción donde él mismo corta su barba para luego volver a pegársela y segundo proyecta este video sobre el conocido edificio que construyó la arquitecta y feminista radical Margarita Pisano, en la época en la que su nombre se inscribe en los signos del heteropatriarcado burgués que designa la pertenencia de la mujer: Margarita Pisano de Gaguero
La proyección del video en el edificio da vuelta y vuelta a una necesidad de deconstrucción de la identidad al comprender que las estéticas de la masculinidad son construcciones performáticas que no se escapan de todo el equipamiento social, biológico y cultural que el mismo individuo trae consigo, desechando las parciales lecturas del travesti que cambia su género (“otro” es “otra”).
Que sea la barba desechada la que se re-implante en el tejido a regenerar quiere designar sobre ese edificio que inmoviliza la historia al inmortalizar el nombre de “otra” perteneciendo a “otro” que la construcción del sí siempre es plástica pero que esta plasticidad no necesariamente habla de una transformación radical sino mas bien habla del “mirar”[17] donde las mismas ontologías se desclasifican incluso dentro de la misma ilusión del género propio.
Sin embargo Cristian Cabello, desplaza las categorías virtuales de lo propio para poner el acento en un cuerpo climatérico que pierde su uso sexual declinando sin intencionalidad problemática su transición masculina, burlándose de la biología de la reproducción y su vocabulario endocrino. En el texto de  Cabello se da la posibilidad de pensar cómo es que la maternidad y el uso del cuerpo, deviene en un fracaso de lo “femenino”, enfocándose en el declive masculinizante de sujetos cuyos usos se devastan cuestionando así las necesidades de la clasificación como construcciones discursivas que no consiguen diferenciar cuerpos, clases o gustos. La mamaDrag no intesiona su transición, no la busca, no la encuentra, no la “puede” leer.  El texto nos muestra cuan frágil es la intención problemática del travesti ante este cuerpo cotidiano que en su performance continúa manteniendo intacto los roles pero que trastoca la intencionalidad subjetiva del cambio de ese mismo rol.

Ambos trabajos podrían quizás ofrecernos una lectura situada a la posibilidad de leer sin amenazas una nueva interpretación de códigos disidentes que se alejan de protocolos de identidad travesti, al poner el acento en justamente lo que Martel nos interpela en su film “la mujer sin cabeza”, esto es, en tener la posibilidad de no mirar o mirar de re-ojo [18] los desencuadres que se patentan en subjetividades que intentan no encontrar una identidad,  no contar una nueva historia, sino en develar los procesos de construcción ficcional donde  “el peso de la realidad predomina aún con prepotencia las prácticas políticas”.



[1]    Texto presentado en la ponencia “Feminismosaturado: Narrativas Ficcionales y tecnologías del género” del III circuito de disidencia Sexual “No hay Respeto” Organizado por la Coordinadora Universitaria por la Disidencia Sexual CUDS
[2]    Uno de los recientes ejemplos entre los que podríamos exponer esa difusa línea en la cual lo “ficcional” tiene efectos tan directos y complejos sobre lo “no ficcional” es todo el proceso de difamación que sufrió la Premio Nobel y feminista Elfriede Jelinek por parte de la ultraderecha austriaca, en toda una campaña que lideró el  político Jorge Haider, quien además de prohibir la venta de la literatura de Jelinek, mandó a pegar afiches en las calles con la consigna ¿ A usted le gusta Jelinek o el arte y la cultura? Contrastando como amenaza pornográfica y agitadora  social la obra de la escritora feminista  hasta tal punto que era considerada peligrosa. Vaccaro, Laura. Premios Nobel de literatura, una lectura crítica.  Secretariado de la Universidad de Sevilla,  Pág. 457, 2007.
[3]    La teórica feminista Alejandra Castillo trata de agrupar sintéticamente estas posibilidades alegóricas al resumir la agenda de estos feminismos contemporáneos  “que reivindican para sí, paradójicamente, las figuras de la alteridad: de lo Queer para Judith Butler, de lo cyborg para Donna Haraway, lo fronterizo para Gloria Anzaldúa, lo monstruoso para Rosi Braidotti y los nudos para Julieta Kirkwood. En la ciencia ficción feminista, recuerda Rosi Braidotti, los monstruos cyborg definen posibilidades políticas y límites bastantes diferentes de los propuestos por la ficción mundana del Hombre y la Mujer.” Varios Autores, “Por un Feminismo sin mujeres, diálogos del segundo circuito de Disidencia Sexual CUDS, Territorios Sexuales Ediciones, 2011 (pronto a publicar)
[4]    Jacques Ranciere profundiza sobre los modos de la ficción en relación a la organización pos-aristotélica  de los relatos (poesía, historia)  para  tratar de comprender que la racionalidad de la  ficción esta bastante alejada de lo “falso”. Ranciere, Jacques. El reparto de lo sensible. Editorial Lom, Pág. 45, 2009.
[5]    Doveris, Roberto. Crítica a la mujer sin cabeza, Revista de crítica de cine La fuga. En : http://altamira.cl/lafuga3/criticas/la_mujer_sin_cabeza/
[6]    Los discursos sociales que afirman como una verdad la posibilidad de “perder la cabeza” o, su símil, “perder la identidad” no son sino amenazas que articulan “discursos del terror” ante las mutaciones de los límites y las fronteras de la identidades hegemónicas y centrales. Estos enunciados reprimen y alertan sobre posibles contagios de identidades, para así proteger y legitimar aún más la decencia de sólo algunos sujetos. De este modo recordamos la “locura” que poseía –según sus maridos– a las mujeres de derecha que en 1971 protestaron con cacerolas y utensilios de cocina contra Salvador Allende y su gobierno en el contexto de la visita de Fidel Castro (Montecino, 1991). En las expresiones políticas de mujeres que dejan sus espacios privados para llevar el hogar al espacio público como sucede con mujeres de derecha ocurre un desajuste de la norma que hace posible el enunciado de que las mujeres “pierden su cabeza”. Por otra parte en el caso de sujetos heterosexuales que poseyendo una articulación y entorno heterosexual deciden aparecer y reconocerse como homosexuales muchas veces se piensa este acto como un ejemplo de un discurso del terror como es “perder la identidad”, una identidad mayoritaria que no podría –según estas lógicas– compartir territorios en el entre de las sexualidades. Estos discursos reconocen la equívocamente la posibilidad de cortes y fracturas permanentes de las identidades, de transformaciones que exilian a la memoria y la subjetividad de las articulaciones sociales, ni tampoco comprenden la flexibilidad de las identidades que no por alterar sus fronteras pierden el caudal histórico-biográfico que permite anclar a los sujetos en una memoria social. Esta fortaleza de la práctica de la memoria se refleja en el caso de los migrantes: “los emigrados no rompen el hilo de la memoria, sino que mantienen viva en la diáspora su memoria genealógica y familiar, así como la memoria de los orígenes, que es el fundamento de la etnicidad y del sentimiento de pertenencia a una nación” (Giménez, 2008).
[7]    Este no es un relato que aspira a ser “natural” o post modernamente realista como sí ocurre con una serie de relatos que transitan en la realización de ficciones realistas, que aspiran asemejarse a la realidad (pensamos en “XXY” de Lucía Puenzo que ficcionaliza melodramáticamente la historia de un intersexual o también en la chilena “En la cama” de Matías Bize donde se imita un tiempo real de dos sujetos en un motel). También es relevante destacar cómo los tonos y colores de la fotografía en Martel proponen una naturaleza muerta y cómo esto se relaciona con una crisis simbólica de los escencialismos de lo femenino, sin desechar de inmediato lo “natural”, sino que reutilizando la naturaleza de cuerpos extintos, cuerpos residuales, que en su precariedad tensionan el estatuto del género. No es entonces un cuerpo nuevo disidente a una norma social, no es un cuerpo Cyborg de tecnología, sino que una resignificación de los residuos materiales de los cuerpos de un Tercer Mundo.
[8]    Algo similar aparece reflejado en los videos de la Norteamericana Saddie Benning, quien con su cámara Fisher price retrata su realidad enclaustrada bajo una subjetividad cinematográfica feminista. Ver: Lafuga.cl “La mujer que se queda en casa”.
[9] Chantal Mouffe, El Retorno de lo político, editorial Paidós, 1993, pág 110
[10]    Mouffe, Chantal. En torno a lo político. Fondo de Cultura Económica, 2009. Pág.10
[11]  Es importante destacar que a pesar que la repercusión y difusión de textos en los que se analiza la figura del travesti es principalmente en la transición democrática, la mayoría de estos análisis fueron escritos en plena dictadura.
[12]  Nelly Richard en Masculino/Femenino  prácticas de la cultura democrática. Pág. 68 Francisco Zegers Editores 1993
[13]  “la cosmética y la moda son alteraciones pasajeras, así como fugaz y transitorio es el pasaje logrado por el hombre que quiere, y sólo por un breve instante, puede ser mujer” Soledad Bianchi.  Ibíd. Pág. 69
[14]  Esta es una clara paráfrasis al trabajo reciente de Malú Urriola y Paz Errázuriz “La luz que me ciega” que consistió en una instalación de fotografías, poemas y videos en el museo nacional de Bellas Artes, donde se retrata la cruenta enfermedad de la acromatopsia, la que en este caso afectaba a una localidad rural que explicaba su dolencia por la endogamia ocurrida en esos espacios.
[15]  Malabou, Catherine. La plasticidad en espera. Editorial Palinodia 2010.  Pág. 74
[16]  Sontag. Susan. Al mismo tiempo: ensayos y conferencia. Editorial DeBOLS!LLO 2008. Página 134
[17]    Valeria Flores Dice: “Las técnicas del ojo occidental ocultan las violentas maniobras del lenguaje” en Deslenguada, desbordes de una proletaria del lenguaje. Ediciones Ají de Pollo, 2010. Pág. 48
[18] Judith Butler Dice: “limitar cómo o qué vemos no es exactamente lo mismo que dictar el guión, sí es una manera de interpretar por adelantado lo que se va a incluir o no, en el marco de la percepción. Butler, Judith. Marcos de Guerra, las vidas lloradas. Editorial Pidos, 2010.  Pág. 99

miércoles, 4 de abril de 2012



Discutir lo político en Laclau
Verónica Gago y Diego Sztulwark
(Cloectivo Situaciones/Argentina)

 1. La economía (ya es) política
 La llamada economía, núcleo duro de la razón contemporánea, incluye en su corazón conocimientos, creencias y afectos. Esta sola observación debiera bastar para comprender que al pretender gobernarla se apunta a gobernar relaciones de dominio y de explotación.  Relaciones humanas y con la naturaleza. Regular la economía, consigna altamente progresista, supone regular el dominio político de unos sobre otros. No suprimirlo.
Bien mirado el asunto, descubrimos que la economía no ha dejado (nunca y cada vez más) de convertirse ella misma en política. Se trate de la bendita producción agraria, de la añorada actividad industrial o del remanido sector de los servicios, lo que anima a la economía son las fuerzas de la información, del diseño, de la comunicación, de la aplicación de los saberes abstractos de la ciencia y la técnica, de la cooperación y la capacidad de expresiva de los cuerpos vivos, y de la generosidad de los materiales llamados naturales. Poca duda cabe: organizar la economía, más político imposible.
Esta dinámica de explotación se extiende siempre y cada vez más al conjunto de la dinámica social. Lo determina y lo produce. Pero esta relación de determinación es rica y compleja: al determinarla le confiere nuevas virtualidades políticas. Esta relación de determinación es la que corresponde abrir.
Pero vale la pena, para discutir con el “politicismo”, es decir, con quienes –como sucede con los libros y las diferentes intervenciones de Ernesto Laclau- proponen una imagen de la política exterior a la economía, recordar estas formulas clásicas. Si la economía determina el conjunto del ser social, ello se debe a que cada vez más la economía misma es enteramente política. De allí la redundancia de fórmulas que apuntan a “politizar la economía”. En otros términos, la economía es política desde el inicio, desde el momento en que sus reglas gobiernan la entera actividad colectiva.
2. El tiempo (es ya el corazón vivo de lo) político
 En el corazón de este proceso de extensión de la economía a la vida nos encontramos con el fenómeno deltiempo. Los ecos de la reflexión heideggeriana se conjugan necesariamente con la tentativa de una fenomenología marxista aggiornada y con la problemática foucaultiana del bíos. La economía es tiempo objetivado, vida subsumida y simultáneamente regulación de la movilidad, la comunicación y la creatividad. Las vidas individuales, la vida cooperativa, la vida “con”, no son nociones de una filosofía de la autenticidad o de la alienación, sino de una problematización más amplia que no puede separarse del antagonismo de “clase” (leasé mejor: bío-clase). El olvido de esta determinación fundamental de la vida social afecta nuestra comprensión de la vida y de la política espiritualizándolas.
Un modo de cartografiar el poder consiste en relevar el tiempo dedicado a proyectos que explotan la cooperación a la vez que se apropian de manera privada de ella y a los cuales nos vemos obligados para poder sostener materialmente el tiempo dedicado a nuestra propia vida y proyectos. Esta explotación del tiempo se vincula a subordinaciones de otro tipo, organizadas a partir del complejo ensamblaje deuda/seguridad/medios/representación. La sola idea de que el tiempo desgarrado en la vida de nuestras ciudades pueda ser pensando abstrayendo esta variable fundamental no puede sino alertarnos. Así trabaja el espiritualismo actual: contando el tiempo de explotación como labor digna y gratificante, como dedicación a un futuro de progreso y elevación.
Si en algo se han ido especializando los distintos sacerdocios (y por eso Nietzsche los consideraba “interesantes”) ha sido, justamente, en espiritualizar el tiempo de la vida. Vaciarlo. Organizarlo según proyectos regidos por reglas cada vez más abstractas. El tiempo se ha ido convirtiendo él mismo en categoría rígida, muerta. La cosa es a la vez más sencilla y más compleja. Porque el tiempo es ante todo tiempo de la vida, y las nociones con que contamos para pensar su multiplicidad son unas “nocionesfantásticas” a las que la ciencia política ha renunciado desde el comienzo.
El tiempo es ese tiempo que se nos va en los viajes al trabajo. Es el tiempo que se le da o se le hurta a la cocina. Es la materia del pensamiento. Es eso que se altera en el amor. Es tiempo lleno, premisa bien material de proyectos y posibilidades de vida.
 3. Las “diferencias” y el “lenguaje”
 La retórica de las “diferencias” se ha convertido en el sitio espiritual por excelencia. Una vez conducida a una superficie abstracta, la “diferencia” ya no es la singularidad en el tiempo real de la vida, sino un término meramente analítico, una particularidad sometida a las misteriosas leyes de la combinatoria cuyas posiciones son siempre de equivalencia y de oposición. En nombre de esta diferencia diezmada se realizan los insípidos elogios de una pluralidad completamente insustancial que tan aburrida ha hecho nuestra postmodernidad, con palabras atemorizadas que pretendían ocupar el lugar de la experiencia. ¿Qué fuerza tienen nociones como “articulación” o “hegemonía” cuando se restringen a operaciones lógicas en este tipo de razonamientos?
Cuando “diferencia” y “articulación” se ofrecen como nociones puramente lógicas, categorías que se hacen claras y distintas a fuerza de eludir toda carnadura histórica y sensible de las “diferencias” reales, no asistimos solamente a una admirable demostración de rigor teórico que engalana a quien sostiene dicho discurso, sino al despliegue de fuerzas mucho menos elegantes, como el temor (incluso el desprecio) ante la potencialidad y el exceso que caracteriza el encuentro de las diferencias efectivas, del movimiento de lo real.
Toda esquematización abstracta apunta a limitar de antemano las posibilidades de esta materia diferencial, fuente de conflicto y al mismo tiempo ocasión de subjetivación política. La hipostación de una normatividad para lo social que proviniese de unas reglas puramente lógico-simbólicas, de sofisticados modelos lingüísticos, acaba por hacer del lenguaje un vector de trascendencia, el exacto opuesto de lo que en la experiencia se nos ofrece como potencia expresiva, creativa e inmanente respecto del mundo.
 4.      La schmittiana (“autonomía” de la) política
 El desafío de pensamientos ascendentes de la política como el de Laclau (tan compartido, tan oficial en nuestro tiempo) es el de mostrar que puede ser algo más que una versión progresista del “shmittianismo”, es decir, de la hipostación de una instancia que duplica idealmente lo social, a lal que se le ofrece el carácter activo y potente para reorganizar la vida material misma (la doctrina de la soberanía y excepción). En Laclau la cuestión crucial se juega en el modo de superar tres “reducciones” sistemáticas que lo acechan:
 Reducción del espacio-tiempo histórico del bíos a un esquema intelectual formalista. Se sustituye la existencia real, inmersa en el juego de la diferencia viva en un medio de pasiones y razones cambiantes, arrojada a los encuentros, productora incesante de exceso ontológico, por una existencia pensada, reconstituida lógicamente como colección de “diferencias” que marchan abstractamente hacia una articulación no menos abstracta y a favor de una idea de hegemonía que prescinde del juego material de la política, evacuando toda irregularidad histórica en favor de un efecto de sistematicidad, vuelto esquema, y del ejemplo.
 Reducción de lo político como juego inmanente que encuentra su racionalidad de la diferencia y el exceso a la postulación de una instancia espiritual trascendente, a la que llama “discurso”, o bien “orden de lo simbólico”, al que atribuye un poder de reglar de modo autónomo la articulación de las diferencias formalizadas. Por medio de este esquema la praxis se volatiza en sus determinaciones concretas, expresándose solo por medio de una fantasmática de la representación.
 Reducción del potencial expresivo no-lingüístico de lo discursivo a una modelización proveniente de la lingüística estructural. Aún si formalmente se argumenta que el discurso abarca el conjunto de las significaciones, lo cierto es que el “conjunto de las significaciones” son siempre interpretadas de acuerdo a un paradigma lingüista predefinido que expulsa de su marco de comprensión formas no significantes de expresión.
 5. ¿No nos demanda nuestro presente una imagen expresiva de lo político?
 ¿Cómo evitar estas reducciones de fuerte tufillo teológico? Desde ya el asunto no se resuelve homenajeando al populismo. No se trata de combinar la fuerza un lacanismo teórico con una versión “congelada” (la expresión corresponde a León Rozitchner) de los procesos políticos latinoamericanos.
 Más productivo resultaría desplegar imágenes materiales de la vida política de nuestro presente sudamericano buscando una inmanencia aún mayor en los tres niveles en que las teorías de la autonomía de lo político activan sus reducciones espiritualistas.
 Contra la reducción espiritualista, desplegar una atención activa a los signos de todo aquello que surge como exceso productivo de -y en- el bíos. El antagonismo no es un concepto que venga de afuera, sino que se constituye en y por el juego efectivo de las diferencias históricamente situadas, de las diferencias vivas, en su recíproca determinación física, afectiva, productivas, siempre sometidas a regímenes concreto del gobierno del tiempo.
 Contra la reducción discursivista de la política, atender a la inmanencia de este juego en la cual la dimensión discursiva no puede ser separada artificiosamente como instancia trascendente que domina, de modo desafectado, el devenir del antagonismo, reorganizando la racionalidad de la vida y del tiempo desde el “afuera” de las reglas combinatorias de la estructura.

Se trata, contra la reducción lingüística de toda dimensión del sentido, de desplegar una dimensión sensible capaz de valorar toda la dimensión expresiva de lo corporal-afectivo, en su existencia individual/colectiva.