Luis Hernández Navarro (Mex)
Ignorancia, pérdida de memoria o mala leche son algunas de las
razones que explican las opiniones de quienes aseguran que el zapatismo es una
creación de Carlos Salinas de Gortari, o que dejó de luchar durante los
gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón y acordó un entendimiento con ellos.
No hay un solo hecho que justifique esas acusaciones.
Si una fuerza descarriló el proyecto de poder transexenal de
Salinas esa fue el EZLN. Si un movimiento abolló la corona del mandatario que
pretendía pasar a la historia con bombo y platillo, ese fue la rebelión
indígena del sureste.
El balance que
el zapatismo hace sobre la forma en que 12 años de administraciones de Acción
Nacional, en general, y seis de Felipe Calderón en particular, encararon el
desafío del EZLN no hace concesión alguna. Su juicio es sumario: fracasaron.
Ironías de la
historia –advierte el subcomandante Marcos–:
el Partido Acción Nacional (PAN) pidió en enero de 1994 que se aniquilara a los
rebeldes porque amenazaban sumir al país en un baño de sangre y, ya hecho
gobierno, llevó el terror y la muerte a todo México. Y sus legisladores votaron
contra los acuerdos de San Andrés porque significaban la fragmentación del
país, sólo para terminar entregando una nación hecha pedazos.
El apretado
saldo de dos sexenios panistas que hacen los rebeldes remata los 12 años de
resistencia que protagonizaron contra ellos. Resistencia que combinó
movilizaciones nacionales de gran aliento con la construcción de la autonomía
sin pedir permiso en sus territorios; la denuncia de los gobiernos de Vicente
Fox y Felipe Calderón con el desarrollo de ideas precisas sobre la necesaria
relación entre ética y política, y sobre la teoría y la práctica.
Es absolutamente
falso que los zapatistas hayan dejado de luchar durante estos últimos 12 años.
En marzo de 2001 realizaron la Marcha del Color de la Tierra, la movilización
por el reconocimiento de los derechos y la cultura indígenas más importante en
la historia del país. Despachaba ya en Los Pinos Vicente Fox y sus voceros
insistían en que la lucha del EZLN no tenía ya sentido porque se había
consumado la alternancia política.
En aquella
ocasión, lejos de dar solución a las demandas de los zapatistas y abrir la
puerta a la solución del conflicto, la clase política en su conjunto decidió no
cumplir los acuerdos de San Andrés. A cambio, legisló una reforma
constitucional que no reconoce a los pueblos indígenas el derecho al
territorio, el uso y disfrute colectivo de los recursos naturales, a las
comunidades como entidades de derecho público, el respeto al ejercicio de la
libre determinación de los pueblos indígenas en cada uno de los ámbitos y
niveles, y muchos otros puntos más pactados. Meses después, la Suprema Corte de
Justicia de la Nación se negó a reparar el daño causado.
El 8 de agosto
de 2003, aniversario del natalicio de Emiliano Zapata, miles de indígenas
zapatistas y destacamentos de la sociedad civil se concentraron en la comunidad
de Oventic para celebrar el nacimiento de las juntas de buen gobierno. Allí se
dio a conocer el informe sobre el primer año de actividades de los caracoles y
las juntas de buen gobierno, en el que se da cuenta de cómo los pueblos
zapatistas construyen su autonomía, es decir, se dotaron a sí mismos de un
órgano de gobierno propio con funciones, facultades, competencias y recursos.
Retomaron el control de su sociedad y la reinventaron.
En 2005 y a lo
largo de 2006 el EZLN dio a conocer la Sexta Declaración de la Selva
Lacandona y promovió la organización de la otra campaña, iniciativa que se desplegó en todo el
país, no electoral en tiempo de elecciones, que buscó organizar desde abajo y a
la izquierda la resistencia popular. La movilización enfrentó un clima adverso
del poder y de sectores de la izquierda, y la salvaje agresión gubernamental a
los pobladores de San Salvador Atenco, uno de sus adherentes.
Sin ambigüedad
alguna, tanto en 2006 como en 2012 los zapatistas denunciaron el fraude
electoral. En su último comunicado consideran que Enrique Peña Nieto asumió el
poder con un golpe de Estado mediático.
A finales de
2008 y principios de 2009 se realizó el Festival de la Digna Rabia, en el que
se anticiparon muchas de las expresiones de descontento social que, a partir de
entonces, comenzaron a brotar en los países desarrollados. También han sido
notables por la riqueza, los sucesivos seminarios de análisis sobre la realidad
internacional y las experiencias autonómicas efectuados en San Cristóbal de las
Casas, con la participación de intelectuales como John Berger, Immanuel
Wallerestein y Naomi Klein, por citar algunos.
Durante
2011, Marcos y el filósofo Luis Villoro
sostuvieron un intercambio epistolar sobre la relación entre ética y política.
En su primera carta, el subcomandante escribió:
“Ahora nuestra realidad nacional es invadida por la guerra. Una guerra que no
sólo ya no es lejana para quienes acostumbraban verla en geografías o
calendarios distantes (...) esta guerra tiene en Felipe Calderón Hinojosa su
iniciador y promotor institucional (...) Quien se posesionó de la titularidad
del Ejecutivo federal por la vía de factono se
contentó con el respaldo mediático y tuvo que recurrir a algo más para distraer
la atención y evadir el masivo cuestionamiento a su legitimidad: la guerra”.
Coherente con
esta posición, el 7 de mayo de 2011, unos 25 mil zapatistas marcharon por las
calles de San Cristóbal en apoyo de la Marcha Nacional por la Paz y la Justicia
y contra la guerra de Calderón, que encabezó el poeta Javier Sicilia. Se
movilizaron al llamado de quienes luchan por la vida, y a
quienes el mal gobierno responde con la muerte. Ninguna otra fuerza
política en el país sacó a la calle tanta gente para enfrentar este desafío.
Nadie tiene en
el país el monopolio de la lucha de resistencia contra el poder. En esa
resistencia, los zapatistas han jugado un papel central. Pretender
menospreciarla o falsearla, sugiriendo que su existencia beneficia al PRI o al
PAN, no hace sino favorecer a los señores del poder y del dinero.
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