Diego
Sztulwark (Arg.)
“Los conceptos son cócteles molotoff contra
la realidad, armas con las que intervenir en el combate en el que todos estamos
metidos”.
Santiago López Petit
1. Tres nombres propios para describir
una mutación
Partimos de tres términos imprecisos
para describir un pasaje, un movimiento, unas circunstancias. Tomamos tres
nombres propios bien conocidos del relato político argentino: los 90; la crisis
del 2001; y el modelo (de “crecimiento con inclusión”). Como sabemos, los 90
son recordados sobre todo como aquellos años en los que el “clima” propicio
para los “negocios” (la apertura al flujo de capitales) socavó buena parte de
la infraestructura pública y terminó por sumergir en la miseria a una buena
parte de la población. Se trata de una síntesis parcial, pero contundente.
Aquellos años fueron también los de una revolución capitalista en el agro en
base a la incorporación de nuevas tecnológica, licencias, técnicas de gestión.
Como veremos, no es este un dato menor.
La crisis del 2001 es recordada
frecuentemente como una exposición general de las miserias y padecimientos que
conlleva el neoliberalismo para las mayorías populares. La destrucción de
puestos de trabajo, de derechos laborales, de mercados, de servicios sociales y
de patrimonio estatal. Es cierto que el momento de la crisis coincide con la
consolidación de nuevos movimientos de resistencia sindical y social, de una
nueva y extendida subjetividad política. Pero por lo general, se acepta que la
crisis del 2001 es un momento interno al neoliberalismo de los años 90,
caracterizado como crecimiento con exclusión, desarrollo sin sensibilidad, puro
movimiento de divisas incapaz de generar/distribuir nuevas riquezas. Desde este
punto de vista, el valor de las luchas que emergieron durante la crisis es
meramente negativo, pura impugnación. No poseen las claves para anunciar un
nuevo tiempo, sino que disponen apenas de la fuerza suficiente para la clausura
de un tiempo injusto.
Todas estas percepciones, memorias,
concepciones pertenecen a la perspectiva actual, caracterizada como la de un
período de transformaciones presentado como modelo de “crecimiento con inclusión”. A diferencia de
los 90, las retóricas del desarrollo del presente ya no se auto-representan
como exteriores al mundo popular, a las razones de la comunidad. La idea de
inclusión se ha vuelto fundamental. Más allá de la retórica que enfatiza en la
reparación, en las políticas sociales y en la extensión del empleo, se verifica
una ampliación de derechos vía ampliación del consumo. La articulación entre la
exitosa inserción de la Argentina productora de alimentos y energía en el
mercado mundial provee, mediación financiera mediante, de los recursos para la
intervención del estado en políticas sociales. Y una nueva voluntad estatal,
anclada en un contexto nacional, regional e internacional que la favorece,
alienta la actividad económica como principal variable del proceso político en
curso.
La situación ha cambiado respecto del
pasado reciente. El sistema político se ha aproximado a lo social. Una nueva
articulación entre política y sociedad se fue constituyendo luego del 2003. Más
allá de los juegos artificiales entre oficialismo y oposición, del ejercicio
retórico de críticos y defensores de la acción del gobierno, la sociedad ha
gozado esta última década de un nuevo período de estabilidad, de consenso y
convivencia sostenida en un ultra-activismo del estado, de la política, de la
justicia, de la economía, de los medios.
2. ¿Adiós al neoliberalismo?
Vale la pregunta, entonces: ¿estamos
dejando atrás al neoliberalismo? Si
prestamos atención a las retóricas gubernamentales así como a ciertos actores
de peso en ámbitos diversos como el académico, de los derechos humanos, del
sindicalismo, de las organizaciones sociales y de los medios de comunicación
pareciera que sí, que la mutación se orienta en una nueva dirección. Esta
impresión se consolida si echamos una mirada regional (la práctica de los
nuevos gobiernos progresistas), e incluso internacional (el contraste entre la
crisis de Europa, y la activación de una economía sur-sur con eje en el
corredor BRIC).
Es desde todo punto de vista alentador
verificar cómo las antiguas élites vinculadas a las dictaduras así como a la
aplicación salvaje de las políticas promovidas por los organismos financieros
internacionales parecen sumirse en la impotencia en aquellos lugares del mundo
que aún gobiernan, mientras pierden su hegemonía en regiones enteras del
planeta que se reapropian de su capacidad de autogobierno y de producir
riquezas.
Cierto que surgen críticas, sino
verdaderas luchas, que por lo menos relativizan la potencia de esta retórica
post-neoliberal. A nadie se le puede escapar que la producción de riquezas, en
nuestros países, depende siempre de una “neo-liberalización” de masas en lo que
hace a las pautas de consumo. Lo mismo debemos decir respecto de los parámetros
que articulan la exportación de alimentos, y energía.
3. Nuestras paradojas
Encontramos, entonces, una serie de
paradojas que vale la pena explorar, y
que tomamos en cuenta sobre todo en la medida en que afectan y determinan
nuestros modos de vida y nuestras prácticas discursivas:
La conquista de una autonomía mayor en
la región respecto del sistema imperialista normalmente representado por los
EE.UU. coincide con una nueva integración subordinada en el mercado mundial.
Esta inserción supone dinámicas violentas de mercantilización de la tierra, del
régimen de producción y circulación de alimentos y de energía, con su correlato
de padecimientos sociales en el campo (contaminación, destrucción de economías
regionales, desplazamientos forzados de comunidades), y en la ciudad
(contaminación, pérdida de calidad de alimentos, pérdida de soberanía
alimentaria).
La constitución de una nueva voluntad
política-estatal (que no se da sólo en la Argentina, sino que adopta diversas
formas en la región y en muchas partes del mundo) ha resultado eficaz a la hora
de reconocer actores y procesos históricos en el ámbito de la producción de
derechos; de legitimar el sistema institucional y político nacional, de incluir contingentes sociales en la
ampliación de la esfera del consumo; de consumar procesos de inserción –sobre
todo neo-extractivos y de producción de alimentos- en el mercado global; y de
integración política regional. Sin embargo, su activismo no ha alcanzado a
sustituir (ni por “arriba” ni por “abajo”) el poder de la razón neoliberal
(Verónica Gago). Por arriba, porque los designios de los actores globales
-tales como los mercados financieros y las grandes empresas multinacionales- no
han sido desplazados por una nueva espacialidad social e institucional capaz de
regular los procesos estratégicos (como la determinación de precios y regulación
de contratos; la creación de dispositivos tecnológicos y pautas de consumo);
por abajo, porque la ampliación del consumo y de derechos no ha venido de la
mano de una nueva capacidad pública de comprender y regular las prácticas
depredatorias ligadas a la promesa de “abundancia” (de la especulación
inmobiliaria a las redes narcos; de la
economía informal a al lavado de dinero; del trabajo neo-esclavista, a la trata
de personas).
Estas paradojas determinan las
prácticas discursivas a la vez que se alimentan de ellas. Bien se concilia con
las mismas admitiendo la complejidad con la que nos toca lidiar, bien se toma
conciencia de las tendencias biopolíticas que ellas viabilizan (y que acaban
por reconfigurar la vida en común) y se
las convierte en objeto de investigación política.
4.
Tres orientaciones para la investigación política
El cambio de paisaje es evidente.
Basta echar una mirada al mundo del trabajo, del campo, de los territorios, de
los discursos intelectuales y políticos (Mezzadra). Sin embargo, la energía
comunicacional, los debates de la esfera pública parecen agotarse en la lucha
política inmediata en torno al control de la decisión política. La tarea de la
investigación política queda relegada del debate público, y cae bajo sospecha
de operar en función directa de esta disputa. De este modo, la primera víctima
de la polarización política es la práctica del discurso político no
especializado, aplastado por el sistema de la opinión, caracterizado por un
lenguaje preelaborado por el mundo de los medios.
Esta es otra de nuestras paradojas: la
ultra politización de la opinión (régimen periodístico, militante, jurídico,
etc), acompañada de una pérdida relativa de la capacidad de elaborar lenguajes
y preguntas de un modo autónomo. Llamamos investigación política a la invención
de procesos de recuperación de potencia en relación con la capacidad de los no
especialistas de elaborar preguntas, lenguajes, saberes sobre la existencia
colectiva.
Una primera orientación apunta a
reconocer una disposición indispensable para la praxis de la investigación
política: lo que podríamos llamar la “arbitrariedad” (palabra en la que
insistía León Roztichner), es decir, las formas de la autorización que nos
damos para advertir peligros. Para avisar sobre la connotación negativas que
pueden tener determinadas prácticas, aunque nazcan de zonas queridas de nuestra
propia experiencia.
Una segunda orientación fundamental
refiere a la dirección de nuestra atención hacia lo que podríamos llamar,
inspirados en la filosofía de Nietzsche,
las “zonas oscuras” de la existencia social, aquellas en las que se
elaboran las fuerzas que luego nos afectan, y nos fuerzan a pensar. Esta
dimensión opaca puede referir a zonas de la subjetividad, de la política y de
la economía, a aquello escapa a la legalidad y a los umbrales de visibilidad
instaurados por el régimen de la opinión (Guy Debord).
Una tercera indicación, que atribuimos
a Foucault, tiene que ver con el método de la “problematización”,
pretendidamente extra moral, que indaga en las mutaciones de las prácticas
(prácticas discursivas) para evaluar tanto aquello que, en contacto con nuevas
realidades, estamos dejando de ser, como aquello que estamos comenzando a ser.
Con Foucault aprendemos a mirar más allá de la distinción legal/ilegal para
captar dispositivos y diagramas.
Una cuarta observación surge de una
enseñanza de la filosofía de Deleuze retomada por Jon Beasley Murray para la
política. Se trata de tomar en serio el mundo de las intensidades, no sólo el
de las significaciones discursivas. De poner en primer lugar “afectos” (y
“hábitos”, es decir, articulación entre afectos), en contra posición con la inflación
de “linguismo” que caracteriza a la idea de “hegemonía” o “batalla cultural” de
las retóricas del llamado “populismo” sudamericano.
Una quinta orientación de la
investigación concierne a su propia vocación de participar de las formas
actuales de politización (Rodolfo Walsh), referidas en muchos casos a las
articulaciones menos visibles de lo que en un sentido amplio podemos llamar la
“maquinaria” de gobierno de lo social (Félix Guattari) de producción de
imágenes, gobierno de la moneda, soberanía en los territorios, gestión del
consumo, etc.
5.
Semiología para un cambio de paisaje
Como enseña la antropóloga Rita Segato
(La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez) la
investigación política depende de una sensibilidad relativa a los signos. De
hecho, oscuridad, nuevas fuerzas, peligros, nuevos fenómenos, son todas
expresiones que requieren de un agudo sentido semiótico.
Efectivamente, procesos como la
violencia dirigida a las mujeres, organizaciones de pandillas ligadas a la
negocios que pueden alcanzar dimensiones globales, aceptación del “vitalismo”
que acompaña al goce del consumo, la adrenalina del riesgo, son todos motivos
de una fina comprensión de lo que ocurre en territorios en los que el
neoliberalismo pulsa con las culturas populares, como lo indica la expresión
“capitalismo runfla” (Diego Valeriano).
Se trata del mundo de la excepción
permanente (Giorgio Agamben, Paolo Virno), en la que se conjuga hábito social,
fuerza fáctica de los poderes y elaboración del derecho y las instituciones. Se
trata también del gobierno de la producción de riquezas a partir de
dispositivos financieros (Marrazzi/Vercellone). La hipótesis que intentamos
abrir parte del hecho de que el poder del capital financiero es el de gobernar el
mundo de la cooperación desde “afuera” (Negri), que esta exterioridad de la
valorización capitalista respecto de los procesos de creación de valor del
común (bienes, infraestructura, saberes) está en el corazón del sistema de la
depredación.
Y
a la inversa, que este mundo del común es también activa producción desacatada
de imaginarios (Machete, Robert Rodríguez; Estación Zombi, Barrilete
Cósmico).
Publicado en http://anarquiacoronada.blogspot.com/