Gustavo Esteva
(Mex.)
Su ¡Basta ya! llegó con un tren, que los
ayudó a inventarse y a caminar con los nuevos vientos que corren por el mundo,
los vientos de revolución.
Val de Susa es un pequeño valle de belleza
impresionante, en el norte de Italia, en el cual viven unas 80 mil personas.
Son campesinos, profesores, trabajadores de pequeñas industrias, empleados de
comercios pequeños y servicios turísticos y personas que viajan diariamente a
Turín para trabajar. Están en 37 comunas, la unidad básica de administración
municipal. Algunos son descendientes de familias asentadas por siglos en este
valle, pero la mayoría llegó después de la Segunda Guerra.
No surgieron de la nada. Me tocó llegar
el día de un concurrido evento: la conmemoración anual de la lucha armada
contra el fascismo. Las luchas actuales, se dijo ahí, son siempre una batalla
de la memoria contra el olvido, particularmente cuando allá arriba quieren
suprimir el pasado para repetirlo. Recuerdan con orgullo a los trabajadores que
se negaron a producir partes de armas en una pequeña fábrica del valle.
Recuerdan con pesar sus fracasos: no pudieron impedir la línea de alta tensión
ni la autopista, contra la cual lucharon por más de 20 años. Es que nunca
prendió, me dicen; fue una lucha elitista en que unos cuantos hablaban de daños
al ambiente. Y nada más.
En una reunión sobre la autopista, en
1989, Claudio supo del proyecto de un tren de alta velocidad que cruzaría los
Alpes y el valle y circuló rápidamente la información. De una manera que nadie
podría explicar, el movimiento empezó.
Hay momentos claves que todos
identifican. Por ejemplo, el 6, 7 y 8 de diciembre de 2005, cuando la policía
agredió a un grupo de manifestantes pacíficos y en unas horas bloquearon por
completo el valle: la gente salió a cerrar carreteras, la vía del tren, todo,
hasta que liberaron a sus compañeros.
Alberto, Leonora, Claudio, Sandra, Nicoletta, Bruno…
Hay nombres de algunas personas que quizá son más visibles que otras. Pero no
hay héroes ni líderes. Es la gente, los hombres y las mujeres ordinarios, que
se plantaron radicalmente ante el poder y en el camino inventaron al sujeto
social que comienza en todas partes a formar una nueva sociedad.
El Comité del Hábitat fue durante mucho
tiempo un núcleo de información y gestiones. Pero se han multiplicado los comités,
que se pueden formar en cualquier momento por iniciativas diversas.
Periódicamente realizan asambleas comunales, enteramente abiertas, en que todas
y todos pueden participar. De vez en cuando organizan una asamblea de todo el
valle. Abierta. Sin controles. Sin votaciones. Basada siempre en la búsqueda
cuidadosa del consenso.
El NO TAV, no al tren de alta
velocidad, es sólo el símbolo generalizado de una lucha muy compleja. Se
rechaza mucho más que el tren. Se quiere detener la locomotora enloquecida del progreso
científico-tecnológico, de la velocidad, de las obras inútiles, del
autoritarismo. Se quiere salir del lodo social y político en el cual, como en
México, no es posible distinguir el mundo del crimen del mundo de las
instituciones. Todo mundo sabe de los intereses de la mafia involucrados en el
proyecto y cómo los miles de toneladas de cemento de la autopista sirvieron
para lavado de dinero…
Me llevaron a un presidio y me mostraron
varios. Con ese nombre peculiar designan ciertos puestos de control de
la sociedad civil. Son pequeñas construcciones en que se instalan a observar lo
que pasa –por ejemplo con las máquinas para la obra protegidas por la base
militar. O bien se asientan ahí algunos para empezar a vivir de otra manera,
más allá del individuo y la mercancía, y mostrar el sentido de la lucha.
Se olfatea zapatismo en todo el valle.Aquí
manda el pueblo y el gobierno obedece, hizo grafitear un síndico en toda su
comuna. Se extiende la afirmación de dignidad. Se cuida la red de relaciones,
la fiera autonomía, la solidaridad, la interacción social. En Túnez, en el Foro
Social Mundial, se acaban de unir a la Red Europea contra las Obras Inútiles. Aunque el
rechazo radical a estas obras es motor de movimientos bien localizados, en Val
de Susa saben bien que la lucha no es por los metros que se expropiarían para
el tren o por los daños al ambiente. La defensa del territorio es un acto de
soberanía popular en que se defiende mucho más que la tierra. Y la resistencia,
que dura ya un cuarto de siglo, se asienta claramente en el intento de crear
una nueva sociedad. En una revolución.
Art. aparecido en La Jornada.
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