viernes, 4 de mayo de 2012



Elecciones en Francia: notas para una discusión después de la segunda vuelta. 
(Toni Negri)

            Identifiquemos, en primer lugar, algunos elementos básicos y no del todo inútiles para comenzar a evaluar la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia. Considerando el carácter casi proporcional de la primera vuelta, las relaciones entre las fuerzas políticas están más claras aquí que con lo que pueda pasar en la segunda vuelta, mayoritaria entre las dos fuerzas que prevalecen. Sobre todo considerando que la abstención ha sido menor a la pronosticada. Ahora bien, el 20% de Marine Le Pen ha sido lo más notorio -más aún, representa el elemento más dramático y probablemente transformador (de la estructura constitucional francesa), considerando que pronto (en los próximos años) este resultado se verá reflejado en las elecciones legislativas y administrativas. Hasta el momento no pareciera que el Front Nacional quiera negociar con Sarkozy: mas, tarde o temprano la derecha se va a recomponer si bien, según los Le Pen -padre e hija-, esto solo va a ocurrir en sustérminos. Seamos claros en que la afirmación del FN no se debe simplemente a su base de apoyo en los “pequeños blancos”, racistas y reaccionarios, sino que ahora también empieza a representar a amplias capas de una derecha no Gaullista, pero simplemente liberal, nacionalista y anti-europea. Ya no representa una Francia periférica, propia de un mundo rural, en los alrededores de las ciudades o en las ciudades pequeñas y desindustrializadas, pero ahora se ha abierto paso hacia el corazón del poder.

            El segundo elemento importante a destacar enfáticamente es que el resultado de este voto corresponde, aunque sea solo de manera parcial, a figuras y estratificaciones de clase especificas. No nos referimos a aquellas de antaño, a las del fordismo, sino a nuevas composiciones sociales de clase, propiamente posfordistas, cognitivas y terciarias. En las metrópolis, donde estos nuevos modos de producción son predominantes, la izquierda gana, y así también en los suburbios. La derecha Gaullistase afirma, en cambio, en las zonas donde se concentran las clases privilegiadas: los rentistas, los servicios financieros, las aristocracias agrícolas, etc.; la extrema izquierda ocupa los mismos espacios que la izquierda moderada, y Mélenchon alcanza su apogeo en las periferias parisinas; la extrema derecha del FN, allí donde ya dijimos. Es interesante constatar estas coordenadas espaciales de los votos por las dimensiones sociales que corresponden a ellas. Esto demuestra que, lejos de ser un voto de ira, como gran parte de la prensa -y particularmente la internacional-, ha proclamado, este voto ha sido particularmente condicionado por problemas sociales y por un contexto de reflexión crítica “biopolítica” (por atención en las condiciones económicas generales, respuesta a la nueva organización del mercado del trabajo, a las reformas restrictivas del salario, de las pensiones, al ataque contra el estado de bienestar, etc.).

            A la luz de estas consideraciones, pareciera que el largo plazo de las lineas hegemónicas (en este caso del neoliberalismo) está siendo interrumpido; el corto plazo de los intereses inmediatos en su lugar está entrando en conflicto con el primero, y el lenguaje, las consignas y, por consiguiente, el comportamiento social comienza a reaparecer de una manera explícita, combativa y antagónica, cuestionando y problematizando el poder. Mi impresión es que, tanto la reducción del abstencionismo anunciado como la derrota de los movimientos sociales con objetivos parciales (en particular el anulamiento del Partido Verde) dependen de la recurrencia de la lucha política en torno a cuestiones generales: ¿Qué perspectivas se presentan ante la crisis y qué modelo social se está organizando en Europa? Europa: esta ha sido la cuestión fundamental de la primera vuelta de las elecciones. ¡Qué enorme distancia de cuando la extrema izquierda y la extrema derecha, juntas, decían que no al Tratado de Lisboa! Ahora esto es mantenido solo por la extrema derecha incomodando a las fuerzasGaullistas, mientras la extrema izquierda converge hacia Hollande en asumir un programa Europeo, finalmente renovado en términos socialistas. Pero, ¿es esto suficiente para garantizar la renovación del proceso de unidad Europea?

            Hollande ha presentado un programa en el cual algunos elementos particularmente incisivos han sido propuestos en la lucha contra la crisis y contra las actuales políticas liberales y depresivas de la Unión Europea. En la políticas interna, el punto central de la propuesta socialista toca las tazas del alto patrimonio; y en cuanto a la Unión Europea, los socialistas piden la revisión de los criterios del Pacto Fiscal, un acuerdo de Eurobonos y una promoción del desarrollo económico de la UE que asuma como central el mantenimiento del Estado de Bienestar. Que estas políticas puedan pasar a un nivel europeo es evidentemente muy difícil, mas es cierto que hoy se encuentran frente a una opinión publica que cada vez menos es favorable a la destrucción del sistema Euro y a la disolución de la zona Euro. “Pocos son los que piensan que una flexibilización de la taza de cambio sería útil y muchos continuamos creyendo que las devaluaciones no harían más que generar inflación”, dice Martin Wolf. También en el bando socialista, parece surgir una aguda atención en defender Europa del predominio de los “mercados financieros” que parecen estar emergiendo y, de este modo, preparan las armas que podrían entorpecer su habilidad para atacar (la regulación y control de los "paraísos fiscales", las agencias de calificación, la tributación de las transacciones financieras, etc.). Está claro que todo esto podría traer consecuencias hostiles en las políticas Americanas hacia Europa -cada vez más maliciosas-, pero esto podría tornarse grave sobre todo si los Países Bajos se unen a Gran Bretaña en oponerse a la UE.

            Está claro que la democracia social Europea (y Hollande con ella) probablemente no sea capaz de poner estas políticas en práctica, incluso si una “coalición amplia” pudiera establecerse en Alemania luego de las próximas elecciones. ¿Qué puede hacer la extrema izquierda francesa, reorganizada alrededor de Mélonchon, en esta coalición? Por ahora, Mélonchon no puede hacer nada sino votar por Hollande. ¿Y qué va a ocurrir después de eso? Mélonchon ha prometido no unirse al gobierno de Hollande si éste gana. Esto parece una sabia decisión. Como sea, es importante no olvidar que en la coalición que Mélonchon ha construido, está también presente -y no como una fuerza secundaria- el PCF... ¡y sabemos cuán fuertemente los viejos y nuevos comunistas se sienten atraídos por el gobierno! Por otra parte, no hay propuestas adecuadas a las exigencias de los nuevos sujetos sociales del proletariado cognitivo en el programa de Mélonchon: en particular, no se refiere -y ni siquiera menciona- una renta básica de ciudadanía, y tampoco se enfrenta de manera radical a la cuestión ligada al control y la gestión de una riqueza social común. En el caso de no unirse al gobierno, por tanto, no podemos prever nada más por parte de Mélonchon que un intento por radicalizar y extremizar las propuestas de Hollande, además de puntualizar sus críticas a este último. Un triste destino si las cosas van realmente en estos términos. Un triste destino también si la importancia relativa Mélonchon le empuja hacia atrás a la demagogia anti-europea que a veces ha aparecido, más que en su política, en la política de algunos de sus partidarios. Desde luego, espero que no.

            Está claro que en esta situación, suponiendo que la victoria de Hollande se confirme de acá a unos días, lo que pase en Francia será determinante no solo para Francia, sino también para Europa. Nos parece que, contra esta experiencia se van a medir no sólo los programas de refundación de Europa, pero sobre todo nuevas experiencias de confrontación y conflicto entre los gobiernos socialdemócratas y las fuerzas de izquierda radicales extra-gubernamentales. ¿Será posible, a través de la acción continua de los movimientos sociales y la recomposición de estos movimientos a nivel europeo, introducir nuevos motivos “comunes” en el gobierno que los socialdemócratas están preparando para asumir a nivel europeo? Nuestras dudas son tan fuertes como nuestras esperanzas. En cualquier caso, solo si somos capaces de organizarnos, en Francia y más allá, como movimientos sociales de lucha, fuera de los marcos electorales, sin ilusiones sobre lo que los gobiernos puedan hacer, solo en ese caso la victoria de Hollande puede ser bienvenida. Son muchas las experiencias que, hoy en vías de desarrollo a una escala global, nos muestran que solo la independencia de los movimientos sociales de los gobiernos puede ser efectiva en términos de reinvención política y programática hacia lo común. Esta es la decisión que esperamos por parte de las fuerzas que han sostenido a Mélonchon, y de Mélonchon mismo.
En todo caso, déjennos no olvidar que el éxito del FN en la primera vuelta de las elecciones francesas constituye un serio obstáculo a cualquier intento de proponer una renovación democrática de la UE. Tampoco podemos olvidar que un FN tan fuerte constituirá un elemento de gran atracción para todas las organizaciones fascistas, identitarias y reaccionarias de Europa. De ahora en adelante, hay que poner una atención antagónica a cualquier provocación de la derecha europea. Decimos esto no por fetichismo antifascista, mas con la certeza del peligro y la perversidad que estas fuerzas representan.
   

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