Amistosas
reflexiones sobre la crisis actual. Texto pedagógico
ANTONIO NEGRI
1. Los hombres por los cuales siento cierta
simpatía han luchado en Europa durante el siglo XX en torno a tres objetivos: contra
el fascismo, por el socialismo; contra el estado-nación, por una Europa unida;
contra la guerra, por la paz. Los dos primeros objetivos parecen estar
fuertemente empañados en la crisis actual, mientras que las luchas que se
desarrollan en torno a ellos aparecen con resultado incierto –y los resultados
de las ya desarrolladas, olvidadas o en crisis. En cuanto a la paz, aún
permanece, pero muy insegura.
2. El socialismo se afirmó en Rusia en 1917. Su
victoria local y expansión ideológica originaron el cerco de la URSS por parte
de las potencias occidentales provocando primero, los fascismos (en Italia, en
Alemania, en España, etc… ) y después la guerra fría, para mantener su
aislamiento. Ni siquiera la gran crisis del 29 consiguió debilitar esta
política de las elites capitalistas y liberales. Más bien aceptaron el keynesianismo
como una política de contención “reformista” de las luchas y de la expansión
política del socialismo. Ya a finales de los años 30, y de nuevo tras los 70,
cada vez que el “reformismo” se afirmaba y alcanzaba objetivos importantes, las
elites capitalistas repetían experimentos reaccionarios, optando unas veces por
la represión, otras por la guerra (ya sea caliente o fría). Tras la segunda
guerra mundial los gobiernos, obligados a abandonar los imperios coloniales y a
transferir la soberanía imperial a los Estados, combinaron de forma diversa sus
políticas internas, bien en sentido reaccionario, bien en sentido reformista:
el fin fue siempre el de ganar la guerra fría. El odio antisocialista estaba
por encima de cualquier otro objetivo. Como la Iglesia del tardo Renacimiento
contra las revueltas campesinas y anabaptistas, así actuaban los Estados
capitalistas contra los trabajadores y el socialismo – mientras cedían al mismo
tiempo su poder al imperio americano.
3. Sabemos que el socialismo soviético no perdió
su batalla por los golpes del adversario liberal sino porque, no consiguió
suscitar desde el inicio un movimiento triunfante en Europa; ni fue capaz,
finalmente, de producir una continua transformación social y política a la medida
de la potencia productiva que expresaba. No es la primera vez que Hércules
siendo niño es ahogado en su cuna por la serpiente. Pero volvamos a lo nuestro.
Tras el 17, soviéticos y liberales europeos comprendieron que aquí en Europa en
el tejido social que lo había generado tenía lugar la batalla por el éxito del
socialismo. Entonces, en los años 20 y 30, el fascismo y las expresiones más
extremas de los distintos nacionalismos se opusieron al socialismo. Después de
la segunda guerra mundial la burguesía europea finge izar las banderas de la
paz y de la Unión que hasta entonces habían sido arrastradas por el fango. El
ideal de una Europa unida se embandera contra la URSS. La potencia imperial
americana demanda el proceso de unificación europea exclusivamente en clave
antisoviética. Pero cuando Europa, después de 1989, comienza a constituirse de
manera independiente, desarrollando una potente economía y un modelo social
autónomo, imponiendo su propia moneda y presentándose así como un competidor y
una alternativa a los EE.UU. en el mercado mundial, entonces los
estadounidenses se posicionan contra la unidad europea. Se abre sobre el terreno europeo la lucha de
clases, entre la clase capitalista recompuesta a nivel global y las multitudes
europeas: una lucha fría pero decisiva, suficiente para dar aire a la
profundísima crisis económica y social actual. Esta crisis, la actual, que
surge de la fallida solución de la crisis precedente del 2008-2009, se
construye y se lanza contra la unión política de Europa. Castigada por esta
crisis, Europa no encuentra, o no puede encontrar, soluciones o alternativas dentro
del orden neoliberal. Los EE.UU. – ante la pérdida de su hegemonía– la reducien
al silencio para no verse involucrados ellos mismos en nuevos antagonismos
imperiales.
4. Más allá de los estados-nación, la clase
capitalista se ha recompuesto a nivel mundial en la crisis. Y es a nivel
mundial que, explotando las nuevas tecnologías, ha puesto en funcionamiento un
nuevo proceso de “acumulación originaria” sobre la base de la transformación
postindustrial del trabajo, que deviene cada vez más en “trabajo cognitivo”. Esta
acumulación se produce, por lo tanto, a partir de la privatización y de la
organización productiva del General Intellect. Entiendo por General
Intellect el conjunto de la fuerza de trabajo cognitiva que ha sustituido,
en la producción de plusvalor, a la clase obrera industrial, ahora explotada sobre
todo el terreno social. El capitalismo mismo se modifica de manera fundamental:
son las finanzas las que recomponen ahora, a nivel mundial, el comando del
capital. La banca y las finanzas dominan hoy sobre los emprendedores e
innovadores industriales: la renta sustituye al beneficio. Los procesos
productivos son transformados y a la producción fordista, en la fábrica, se
superpone la organización postfordista de la explotación sobre toda la sociedad
y la captación del plusvalor (socialmente producido) a través de mecanismos
financieros. Sobre esta profunda transformación de la acumulación capitalista
se perfila también una nueva práctica política: la governance
neoliberal. Con ella las élites capitalistas pretenden, por un lado, destruir
el Welfare State de la clase obrera industrial, al que consideran hoy un cuerpo
extraño, el residuo de un soviet en su propia casa; por otro lado, el
capital intenta organizar la explotación de la sociedad entera, sometiendo a su
dominio la vida de las personas y quiere, en cuanto “biopoder” dominar todo
movimiento biopolítico. Así, a través de sucesivas crisis fiscales se demuelen las
relaciones de fuerza entre las clases sociales que caracterizaban a la sociedad fordista,
atacando el relativo progreso económico y las estructuras constitucionales que
dentro de cada estado-nación europeo habían garantizado, tras la segunda guerra
mundial, la paz social y un cierto reformismo político. En estas condiciones,
al interior de la crisis, la unidad europea –cuyo ideal y cuyas primeras logros
habían facilitado el bienestar y un cierto equilibrio continental –no sólo es
atacada violentamente, sino que se ve completamente sobredeterminada por una
voluntad de poder capitalista reorganizada ahora a nivel global, que no soporta
ya las resistencias que aún se organizan en los antiguos Estados soberanos.
5. Es oportuno reconocer que la resistencia no
puede darse sino a nivel global, mundial. Y es aquí, ahora, cuando la paz está
en peligro. El interés capitalista busca impedir todo flujo de iniciativas
subversivas que, de alguna manera, corren el riesgo de extenderse sobre los grandes
espacios geográficos continentales. El interés de los oprimidos es, a su vez,
el de organizar la resistencia y el antagonismo a nivel global. La súbita
derrota de los EE.UU. en América Latina se ha revelado importante pero no
decisiva. En Asia y en Extremo Oriente las tensiones sociales y políticas,
parecen, por el momento, contenidas dentro del enorme retraso de desarrollo y
de los equilibrios económicos. África está todavía en los inicios de una nueva
gran pugna por la explotación de sus territorios que pronto se abrirá, aunque
no se sabe cuándo. La gran zona en crisis es, en cambio, la que va del
Atlántico a los países árabes cruzando el Mediterráneo: aquí es donde la paz
está en peligro. Y es aquí donde la especificidad de la cultura y el desarrollo
europeos han entrado en una crisis probablemente definitiva. La sucesión de los
esfuerzos y las derrotas militares en las guerras globales, la extinción inútil
de las llamados a las Cruzadas, que tanto resonaron en los años 90 y luego, han
mostrado simplemente la miseria y la impotencia de las políticas puestas en
juego por la clase política capitalista euro-americana. Solo una radical
transformación de las élites, solo la generalización y la adhesión al proyecto
de unidad europea de las multitudes permitiría modificar esta situación, y,
quizás, dar a las clases trabajadoras europeas la posibilidad de renovar un
proyecto socialista potente –fue en Europa donde nació el socialismo. Hasta
ahora no han tenido éxito: todo movimiento ha sido sofocado por el capital.
Pero, en estos últimos años, las nuevas generaciones han empezado a moverse, a
luchar contra las nuevas formas de miseria, de precariedad, de pobreza a las
que han sido sometidas. Indignadas, las nuevas generaciones se levantan,
practicando nuevas figuras de insubordinación y de lucha. Esta vez el joven
Hércules puede acabar con la serpiente.
6. Relanzando el proyecto europeo por parte de
la izquierda, insistimos en el hecho de que para mantener la paz es necesario
de nuevo crear y asegurar el bienestar. Nos preguntamos si el capital puede
todavía hacerlo. La respuesta no puede ser sino negativa. Efectivamente al
emprendedor lo ha sustituido actualmente el capitalista financiero; al
beneficio, la renta; a la fábrica, la banca: funciones y comportamientos
parasitarios se multiplican. Las crisis se suceden porque no hay ya medida
alguna de valorización y porque, en consecuencia, la especulación se convierte
en la única forma de acumulación. Pero si el capitalista es hoy ajeno a la
organización de la sociedad, si ha perdido la dignidad consistente en organizar
el trabajo, en anticipar el capital constante y hacer inteligentes a los
mercados bajo su comando – ¿cómo podrá ya crear y garantizar bienestar y
progreso? Nos parece que esta síntesis de bienestar y progreso solo puede ser
construida actualmente por la “nueva” fuerza de trabajo, por aquella fuerza de
trabajo que, en tanto cognitiva, puede autónomamente tomar en sus manos la
producción misma. La que trabaja a través de lenguajes, conocimientos, afectos
–la que produce poniendo en común el saber y agregando elementos singulares de
comunicación. Así se produce hoy la excedencia, la riqueza, que se llamaba
plusvalor. Pero, preguntémonos: ¿no sería más adecuado llamar “común”, este producir “juntos”
conocimientos, códigos, informaciones, afectos? Cuando hablamos de “común” no
se habla efectivamente solo de aquella riqueza ya disponible en la naturaleza
(como el aire, el agua, los frutos de la tierra y todos los otros dones de la
propia naturaleza) sino que hablamos especialmente de las nuevas formas de
producción de riqueza, de la actual composición social y política de las
fuerzas inmateriales del trabajo y de la potencia viva de la subjetividad. Es a
esta potencia a la que el capital trata hoy de aplicar su instinto vampírico. A
las potencias del común, sin las cuales no es posible la riqueza en nuestra
época.
7. ¿Qué puede significar hoy construir un soviet,
es decir, llevar la lucha, la fuerza subversiva, la multitud, el “común” dentro
(y contra) de la nueva realidad y de las nuevas organizaciones totalitarias del
dinero y de las finanzas? Para responder a esta cuestión es necesario tener
presente que el capital no es un Moloch, sino, más bien, una “relación de
fuerzas” entre quien comanda y quien resiste, entre quien explota y quien
produce. La multitud no es simplemente explotada, ella propone a nivel social
su autonomía y su resistencia. Sobre esta relación se determina la crisis, es
decir, el debilitamiento y/o la ruptura de la relación capitalista. La crisis
actual se debe a la necesidad capitalista por impedir que la presión sobre los
ingresos rompa las relaciones de dominio, para mantener el orden, primero,
multiplicando sin medida alguna la cantidad de dinero para gastar, con el único
propósito de tener contentos a los proletarios del conocimiento, y luego, (una
vez que la situación empeore y la competencia sea insoportable) reclamándoles
la restitución de lo que habían justamente conseguido, exigiéndoles “pagar la
deuda” –bajo la amenaza de la miseria y de la vergüenza. Se puede reconocer
aquí que la financiarización no es una desviación improductiva y parasitaria de
cuotas crecientes de plusvalor y de ahorro colectivo, sino que es la forma
misma de la acumulación, es decir de la explotación, operada por el capital en
el interior de los nuevos procesos de producción cognitiva y social del valor.
Es sobre este terreno que los costes de reproducción de la fuerza de trabajo,
del trabajo necesario (es decir, de su educación, de sus formas de vida, de la
nueva organización social) y, naturalmente también, de las luchas obreras, han
hecho fracasar la acumulación de capital y por tanto la ruptura de la relación
de la explotación a nivel social. Esto ha ocurrido porque las condiciones de
valorización del trabajo sobre la base cognitiva y biopolítica son hoy, como
decimos, “comunes” mientras que la acumulación no solo es “privada” sino que se
basa en tecnologías y políticas administrativas que, al no conseguir destruir
la “potencia común” de la producción, la esclavizan –haciendo caso omiso de sus
derechos y su poder. ¿Cómo se sale de una crisis de este tipo? Solo a través de
una revolución social. Cualquier New Deal que se proponga solo puede consistir
en construir nuevos derechos de “propiedad social” de los “bienes comunes”. Un
derecho que evidentemente se contrapone al derecho de la propiedad privada y a
sus garantías públicas. En otras palabras, si hasta hoy el acceso a un “bien
común” ha tomado la forma de una “débito
privado”, de hoy en adelante es legítimo reivindicar el mismo derecho bajo la forma
de una “renta social”, de lo “común”. Reconocer estos derechos comunes es la
única vía para salir de la crisis. Para reconstruir –a través del trabajo de
toda la sociedad– el progreso y, por tanto, la esperanza de paz. La revolución
en Europa es el paso necesario para afirmar la hegemonía del común y construir
la unidad de los países más bella y más inteligente que la historia humana haya
conocido.
* Lección impartida en la Universidad de Oxford,
en el Museo Ashmolean, el 12 de mayo de 2012.
Publicada en http://uninomade.org/riflessioni-amichevoli-nella-crisi-attuale/
Traducción: César
Altamira
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