Comentarios a El nacimiento del Estado plurinacional. Etnografía de una Asamblea Constituyente de Salvador Shavelzon
Raúl Prada Alcoreza (Bol)
El
libro de Salvador Shavelzon El nacimiento del Estado plurinacional de Bolivia
nos refresca la memoria[1]. En el libro el autor expone su investigación, una
etnografía de la Asamblea Constituyente. Se podría también decir que se trata
de la etnografía de la cuestión estatal a partir de la experiencia del proceso
constituyente boliviano. El tema que sobresale es la cuestión de la
descolonización y, por este camino, la relación entre pueblos indígenas y
Estado. La importancia del libro radica en ser un testimonio, por lo tanto, una
historia efectiva, una historia desde adentro de la Asamblea Constituyente. No
se acude directamente a los artículos aprobados de la Constitución, sino se
elabora la dinámica compleja de su construcción. Los escenarios son los
espacios de debates, las reuniones, las sesiones; los lugares el Colegio Junín,
la Casa Argandoña, el Teatro Mariscal Sucre, las casas de reunión de los
constituyentes; los sujetos son los constituyentes, en toda su variedad y
posicionamientos, las organizaciones sociales, los asesores, los grupos de
apoyo. Se trata de la descripción detallada del desenvolvimiento de la Asamblea
Constituyente, del dibujo del mapa de posicionamientos y disposiciones, de la
caracterización de los personajes, así como de la memoria histórica de los
debates. Todos estos escenarios de las discusiones y de la elaboración del
texto constitucional cuenta con la exposición de los contextos problemáticos,
del tratamiento teórico de los temas inherentes, de los estados de arte de las
cuestiones puestas en mesa.
La
introducción del libro nos lleva a un exquisito balance de la antropología del
Estado. ¿En qué consiste esta antropología del Estado? En primer lugar, se
trata de lo imaginario, también de la política como ámbito de lo imaginario, la
política como mito, como sustituto de los mitos antiguos. En segundo lugar, de
la relación de los estados coloniales con las sociedades llamadas “primitivas”
por la antropología inicial, también de la relación de los estados coloniales
con las sociedades antiguas, sociedades básicamente agrícolas conquistadas por
la expansión capitalista del sistema-mundo y la economía-mundo. En tercer
lugar, y este quizás sea el punto más importante, de la interpretación de
Pierre Clastres de las sociedades contra el Estado, de las sociedades que evitan
la conformación del Estado, mediante la guerra, la reciprocidad y la
destrucción de la acumulación de bienes, en cambio ocasionando la acumulación
simbólica del prestigio y de la disponibilidad de fuerzas por efectuación del
circuito de reciprocidades[2]. En cuarto lugar, la tesis de Gilles Deleuze y Félix Guattari, en la
cual se plantea de que el Estado y las sociedades contra el Estado siempre han
coexistido, desde tiempos inmemoriales, cruzándose, una como adentro y la otra
como afuera, dependiendo de la perspectiva. En quinto lugar, la interpretación
de la cultura del Estado o el Estado como cultura. En sexto lugar, la condición plurinacional
del Estado, tema que va a ser tratado a lo largo del libro.
El
primer gran debate que presenta Salvador Shavelzon es sobre la definición
plural del pueblo boliviano. A partir de esta definición se hace toda una
historia de los antecedentes del debate. Se comienza con el planteamiento y el
proyecto político cultural katarista. Este es el antecedente de toda la
discusión sobre la condición plurinacional, fuertemente vinculada a la
reconstitución del Qullasuyu y del Tawantinsuyu. El katarismo de la década de
los setenta interpela al Estado y a la sociedad boliviana, interpela el
colonialismo interno y la colonialidad heredada, planteando el camino de la
descolonización. Si aparece el pluralismo lo hace como una articulación
compleja entre “etnia” y clase social, ambas categorías supuestamente
reconocidas en el discurso katarista. Diríamos mas bien nación en vez de
“etnia”, nación en sentido cultural y de lengua, incluso de territorios
controlados. El katarismo es más una emergencia aymara que quechua; nace en la
provincia Aroma, se irradia por el Altiplano, compromete a los sindicatos y
termina conformando la Central Sindical Única de Trabajadores Campesinos de
Bolivia (CSUTCB), después de haber constituido la Federación Sindical Única de
Trabajadores Campesinos Tupac Katari de La Paz (1978-1979). Se puede decir que
estas son las instancias orgánicas de la separación del sindicalismo campesino
y el gobierno, así como una ruptura del sindicalismo campesino con el Estado,
del sindicato respeto a su dependencia del Estado; se rompe el cordón
umbilical. Hasta entonces el sindicalismo campesino estuvo fuertemente ligado a
los gobiernos y al Estado; su dependencia era tan evidente que la confederación
sindical campesina nacional funcionaba en el Ministerio de Agricultura y
Asuntos Campesinos. La CSUTCB se afilia a la COB, mostrando claramente su
alianza con la central de los trabajadores que postulaban la lucha de clases.
El enfrentamiento es directo contra la dictadura militar de entonces.
Se
puede decir también que el katarismo va a contar con estas organizaciones
sindicales en la irradiación de la “ideología” y del proyecto político cultural
descolonizador al “mundo” quechua, incluso al oriente boliviano. Shavelzon
considera que la organización social que va a continuar el proyecto katarista
de la descolonización es el Consejo de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ),
que se conforma en la década de los ochenta. Lo hace empero por la vía de a
reconstitución de los ayllus, criticando a la organización sindical campesina
de moderna y nacionalista. El CONAMAQ al plantear la reconstitución de los
ayllus incorpora también la reivindicación de la territorialidad, conjuntamente
con lo comunitario. La nación es entendida como nación-territorio, como suyu,
complejizando más aún la problemática de la territorialidad y de la nación.
En
tierras bajas también se incorpora la problemática de lo territorial desde la
primera marcha indígena por la Dignidad y el Territorio (1990), aunque esta
perspectiva comunitaria amazónica y chaqueña no se efectúe desde el ayllu. Es
en las organizaciones indígenas de tierras bajas donde lo plurinacional cala
con fuerza, particularmente en la Confederación Indígena del Oriente Boliviano
(CIDOB), la organización matriz indígena de la Amazonia y el Chaco. Hablamos de una perspectiva
multicultural e intercultural elaborada desde la condición de minorías en los
espacios socio-demográficos del oriente boliviano. Son estas organizaciones
indígenas, de tierras altas y de tierras bajas, el CONAMAQ y el CIDOB, las que van a llevar adelante la
lucha por la Asamblea Constituyente. También son las organizaciones que se van
a empeñar en sacar adelante, como definición primordial, el Estado
plurinacional comunitario en la Constitución.
El
balance efectuado por el libro es amplio y minucioso; recorre el debate
campesino e indígena, recorre los contextos y coyunturas por las que pasan las
organizaciones sociales, la forma cómo recogen y asumen el proyecto
descolonizador katarista. También nos muestra las persistencias de la izquierda
tradicional en la teoría e interpretación de la lucha de clases, la manera cómo
intervienen los constituyentes urbanos del MAS, formados en las tradiciones de
la izquierda boliviana. Así mismo, el balance nos muestra las resistencias
nacionalistas al planteamiento del Estado plurinacional, muy parecidas a las
resistencias y observaciones de los constituyentes representantes de las
oligarquías regionales. Las diferencias entre unos y otros radican en las
posiciones sobre la autonomía departamental; mientras los nacionalistas hacían
hincapié en los peligros federalistas y separatistas de la autonomía, los
constituyentes de las oligarquías regionales la defendían con ardor frente al
Estado centralista.
El
balance de la discusión en la constituyente recorre también distintos
escenarios espacio-temporales, como mostrando que los problemas de otros periodos
y fases fueron traídos a las mesas de la Asamblea Constituyentes, a las
plenarias y sesiones, a los lugares de reuniones. Era la Asamblea Constituyente
la encargada de dar respuesta a estas problemáticas históricas, dar solución a
estos debates acumulados, darle forma a un nuevo tiempo que se abría. Quizás
por eso el debate sobre la definición del pueblo boliviano resulte
significativo para el autor, sobre todo la escritura consensuada a la que se
llega para el tercer artículo de la Constitución:
La
nación boliviana está conformada por la totalidad de las bolivianas y los
bolivianos, las naciones y pueblos indígena originario campesinos, y las
comunidades interculturales y afro-bolivianas que en conjunto constituyen el
pueblo boliviano.
Esta
definición contrasta notoriamente con la definición aprobada en Oruro:
El
pueblo boliviano está conformado por la totalidad de las bolivianas y los
bolivianos pertenecientes a las áreas urbanas de diferentes clases sociales, a
las naciones y pueblos indígena originario campesinos, y a las comunidades
interculturales y afro-bolivianas.
La
anterior redacción sale del Congreso declarado constitucional, encargado de
revisar la Constitución aprobada en Oruro. ¿Qué es lo que revisa? Ya no se
trata de la definición del pueblo boliviano, tarea en la que se había empeñado
la bancada mayoritaria de constituyentes y aliados de izquierda, sino que
estamos ante una definición de la nación boliviana. ¿Por qué hablar de nación
boliviana en un Estado plurinacional? Este era el miedo de nacionalistas y la
derecha, la disolución del Estado-nación expresada en la condición
plurinacional del Estado en transición. La derecha y los nacionalistas
terminaron de imponerse en este artículo. El pueblo boliviano entonces es ese
conjunto de géneros, de pueblos
indígenas, de interculturales y afro-bolivianos. El pueblo boliviano está
conformado de esa manera y el mismo pueblo forma la nación boliviana. Es una
nación que contiene a otras naciones y pueblos, con lo que se termina borrando
la condición plurinacional, diversa y diferencial. Lo que dice la redacción es
lo siguiente: que hay una nación, la boliviana; lo que viene después, lo otro,
es la descripción de la condición indígena, así mismo de la condición
intercultural y de la condición minoritaria
afro-boliviana. De alguna manera se habría vuelto a la misma disminución de
estas condiciones que la anterior Constitución.
Salvador
Shavelzon anota que la misma definición del pueblo traía problemas teóricos. El
pueblo no dejaba de ser la expresión de la unidad, de la voluntad general, que
legitima al Estado moderno. Por eso Paolo Virno rescata el concepto
renacentista de multitud, concepto que se resiste a su totalización y unidad,
manifestando la persistencia de su pluralidad y diferencia como potencia social
bullente y dinámica[3]. El autor dice que los constituyentes de mayoría y las
organizaciones sociales juegan con las dos alternativas; hacen estallar la
unidad imaginada de la nación, abriendo esta ilusión a la evidencia de la
pluralidad; empero, también apuestan a otra forma de unidad en el Estado
plurinacional. Por eso la definición de pueblo, en la Constitución aprobada en
Oruro, es plural y múltiple. Se puede decir que es esta la complejidad de la
transición, pero de ninguna manera se trataba de mantener la comunidad
imaginada de la nación boliviana, así como de volver a remachar la ilusión de
unidad estatal con la conformación discursiva del pueblo de la voluntad
general. Esto no es otra cosa que volver al discurso jacobino de la revolución
francesa.
El
Congreso Constitucional también volvió a introducir el término de república,
extirpado en la Constitución aprobada en Oruro. ¿Por qué era indispensable
hacer esto por parte de los revisores de la Constitución? La res-pública, la
cosa pública, es la base del modelo liberal, pero también del aparato
burocrático, del campo burocrático, de la instrumentalidad jurídica, política e
institucional que sostiene la separación entre sociedad y Estado. La república,
concebida como división y equilibrio de poderes, es la base de los
contra-pesos, controles y equilibrio de los poderes y de la democracia formal.
Era entonces indispensable garantizar la continuidad del modelo liberal del
Estado, evitando la invención de otra forma de Estado postliberal. También era
indispensable mantener la configuración del equilibrio de poderes. Esta
reaparición de la república en la Constitución busca abolir la posibilidad de
experimentar otra forma de Estado, forma que no separe sociedad y Estado, que
incluso se abra a la res-comunitaria, a la cosa común, al espacio común, de
todos. Por lo tanto, otra forma de hacer política.
Estas
regresiones en la Constitución revisada por el Congreso fueron plenamente
conscientes, expresan la voluntad conservadora de los revisores[4]. Un intento
de limitar los alcances de la Constitución, aprobada en Oruro, que era la
expresión de la voluntad de los insurrectos. Esta limitación fue lograda
parcialmente, mediante estos aditamentos. Empero, los revisores no pudieron
abolir la condición plurinacional, la condición comunitaria, la condición
autonómica y la condición intercultural del Estado, que es lo que en definitiva
caracteriza a las transformaciones constitucionales y al horizonte abierto por
las movilizaciones, los movimientos sociales anti-sistémicos y las naciones y
pueblos indígena originario campesinos.
Dijimos
alguna vez que la Constitución boliviana fue la construcción dramática del
pacto social. Lo que es cierto, desde un principio de la Asamblea Constituyente
hasta su promulgación, pasando por la aprobación en Oruro y por la revisión por
parte del Congreso. En la narrativa de la etnografía de la Asamblea
Constituyente la Constitución aparece como la culminación escrita de recorridos
de largas luchas que atravesaron la historia política de Bolivia. Es también la
culminación constitucional de la correlación de fuerzas, que no dejaron de
pugnar hasta el último momento por definir los sentidos de los artículos
constitucionales. La Constitución también puede entenderse como la interpretación
consensuada de los conflictos que atraviesan a la sociedad boliviana.
Ciertamente se trata de un nuevo constitucionalismo al que se le ha dado varios
nombres; constitucionalismo latinoamericano, constitucionalismo pluralista,
constitucionalismo comunitario, constitucionalismo del vivir bien. Nombres a
los que tendríamos que añadir que se trata de un constitucionalismo dinámico e
interpelador, un constitucionalismo vital y participativo, abierto a la
creatividad del poder constituyente y la potencia social.
Etnografía de la
Asamblea Constituyente
Titulamos
a este ensayo Espesores de la Asamblea Constituyente. Este acontecimiento
político, que es el proceso constituyente, no puede comprenderse sino a través
de sus espesores históricos, políticos y culturales. La Asamblea Constituyente
se inscribe en el espesor de las territorialidades y los cuerpos, en el espesor
de las pasiones y los deseos, en el espesor de las demandas y las resistencias,
en el espesor de las luchas y las reivindicaciones, en el espesor de los
proyectos políticos y civilizatorios. La etnografía de la Asamblea
Constituyente hurga estos espesores a partir del trabajo de campo, de un
trabajo de campo que lleva a describir las conductas y los comportamientos de
los grupos, de los posicionamientos y dilemas, de los constituyentes que
expresan sus trayectorias de vida y sus propios conflictos. Esta etnografía no
trata directamente con “etnias” sino con devenires, devenir nación, devenir
pueblo, devenir clase. Esta etnografía se enfrenta a discursos y testimonios;
trabaja estos discursos a partir de los escenarios donde se emiten. Define el
perfil de los testimonios y los incorpora en el torbellino que construye el
texto constitucional. Las herramientas teóricas y metodológicas de esta
etnografía se ponen a prueba en un espacio exigente y accidentado, casi en un
espacio desconocido por la teoría, situación que obliga a adecuar, a adaptar e
improvisar. El antropólogo, en este caso, se deja llevar por las corrientes
turbulentas, anota lo que puede ser signo de algo, símbolo de algo, síntoma de
algo. Ese algo es una narrativa que espera, es una estructura de sentidos que
debe ser armada. Por eso, el etnógrafo, en este caso, es la pluma que usan los protagonistas del drama
para escribir su más profunda ficción que es la producción de lo real como
utopía.
El
valor de la investigación y del libro es
haber recogido desde adentro las experiencias y las vivencias de los
constituyentes, la dinámica molecular de la confrontación constitucional, la
pugna constituyente por la verdad, las disposiciones minuciosas de las
contradicciones, que enfrentan voluntades de transformaciones y voluntades de
resistencias, posiciones de cambio y posiciones conservadoras, que no siempre
estaban de un solo lado. También nos muestra la marcha complicada de los
consensos, empero también de los estallidos antagónicos de la confrontación
abierta. Hay como un mapa de los distintos actores, de adentro y de afuera. De
adentro, la directiva, la composición de la directiva, las bancadas, la
composición de las bancadas, las organizaciones, la composición de las
organizaciones, los asesores, la composición de los asesores, las ONGs, su mapa
de distribución. De afuera, el gobierno, las prefecturas, las instituciones,
los partidos, las clases, las corporaciones.
Hay también como una identificación de los problemas ejes de la
constituyente; la pugna entre las “dos Bolivias”, pugna remitida a las
interpretaciones encontradas sobre autonomía, tierra y territorio, recursos
naturales y modelos económicos. Se da también como una analítica de las grandes
batallas de la constituyente, la guerra de la “capitalía plena”, la prueba de
fuerzas sobre los dos tercios o mayoría absoluta, que también corresponden a
los momentos de crisis de la Asamblea Constituyente. Con la consecuente
descripción de los acuerdos y las soluciones que se dan. El traslado del tema
constitucional de la Asamblea Constituyente al Congreso, el cambio de
escenarios y formas de proceder. Por último, una prospectiva sobre los desafíos
de la aplicación de la Constitución, una vez aprobada por el pueblo boliviano y
promulgada por el presidente.
Hablando
de los espesores de la Asamblea Constituyente, un espesor profundo es
histórico; su relación contrastada con la Asamblea Constituyente de 1826,
mostraba claramente la diferencia que las opone. En aquella asamblea inaugural
de la República de Bolívar no estuvieron presentes las mayorías poblacionales
del país, no estuvieron presentes las naciones y pueblos indígenas. El 2006, en
cambio, las naciones los pueblos indígena originario campesinos estaban
presentes de una manera deslumbrante, con sus vestimentas, sus lenguas, sus
expresiones culturales, sus organizaciones, sus ritos y ceremonias. Esta
presencia apabullante es manifestación múltiple del espesor cultural y
civilizatorio de la matriz profunda de este país que contiene los territorios
andinos, amazónicos y chaqueños. Sólo el hecho de esta presencia habla de por
sí de un acontecimiento político, que reclamaba con todo derecho ser un hito
fundacional del nuevo Estado, a diferencia de la primera Asamblea Constituyente
conformada por los doctores de la “culta” Charcas. La derecha y los
nacionalistas se horrorizaban ante semejante interpretación del sentido
histórico de la constituyente de 2006; sin embargo, la interpelación de lo que
fueron las naciones clandestinas en la Asamblea Constituyente ya era de por sí
es un acto fundacional. Los nacionalistas y las oligarquías regionales tienen
un apego escolar a los mitos modernos, la nación, el Estado, la republica, la
historia escolar, la ceremonialidad del poder en torno a la fundación
republicana de 1825. Se encuentran lejos de de las develaciones históricas de
las secuencias de acontecimientos acaecidas durante el siglo XVIII y después
durante el siglo XIX. No fueron capaces de comprender, independientemente de
sus prejuicios y creencias, el valor histórico y el alcance de lo que acontecía
en el proceso constituyente. La izquierda tradicional también estuvo lejos de
esta comprensión, observó con recelo lo que acontecía en Sucre, comparaba estos
acontecimientos con sus sueños de revolución no realizados; de esta forma
disminuía y desvalorizaba la irrupción indígena y su proceso constituyente. El
gobierno también no estuvo a la altura de comprender lo que acontecía; estaba
preocupado por controlar la Asamblea Constituyente, creyendo que el sentido de
los cambios se encontraban en su gestión y en la prolongación de su mandato. La
Asamblea Constituyente era algo que debería favorecer al MAS y al caudillo; no
entendían que el proceso constituyente emergía de las profundidades mismas de
la lava candente de la crisis múltiple del Estado, de la colonialidad y del
capitalismo, que el sentido del cambio, mejor dicho de la transformación,
radicaba en esa eclosión multitudinaria de las naciones y pueblos colonizados,
ahora emergentes, buscando inaugurar otro tiempo y otra historia. La
instrumentalización de la Asamblea Constituyente por parte del gobierno se hizo
sentir desde un principio, al no dejarle funcionar autónomamente y organizarse
por sí misma. No había nada que temer, la mayoría garantizaba el control de la
constituyente.
Sin
embargo, a pesar de estas incomprensiones, la experiencia y vivencia de los
constituyentes fue crucial; los esfuerzos por dar lo mejor de sí, la elocuencia
de las lenguas nativas, la interpelación histórica a la colonia y a la
república, el vinculo con sus circunscripciones y comunidades, la manifestación
de la potencia social y cultural. Lo que paso después, las grandes dificultades,
los peligros sorteados, la transcripción de los informes, la elaboración de un
texto en base a los informes, el condicionamiento de la técnica legislativa, es
parte del curso de un proceso constituyente complicado, lleno de contrastes,
entre debilidades y fortalezas. El aporte de los constituyentes como sujetos y
flujos pasionales que cruzan un punto de inflexión, una coyuntura de
trastrocamientos y rupturas, fue primordial como contenido vivido, como soporte
subjetivo del texto constitucional. En esas mujeres indígenas y en esos hombres
cobrizos, de tierra adentro, se expresaban los argumentos existenciales de un
proceso constituyente que se reclamó de descolonizador y anticapitalista,
además de fundacional. Que estos argumentos existenciales se convirtieron en
argumentos discursivos, en enunciados y en artículos después, forma parte de la
metamorfosis de las experiencias vitales en discursos y en escritos. Lo que
importa no es lo que dicen estos discursos y escritos, sino lo que se ha
vivido, que es lo único que sostiene lo que se dice después, los significados y
los sentidos del texto. Si la Constitución tiene un valor más allá del
constitucional, un valor perdurable, un valor inmanente, es por la conmoción
que ha provocado en las vidas de los constituyentes el acontecimiento político
de la Asamblea Constituyente. Conmoción que es de por si un testimonio
colectivo, vivencial, conmoción que sostiene lo que se ha escrito, que sostiene
el sentido del texto constitucional, que persigue irradiar y transformar las
condiciones de posibilidad históricas de la sociedad boliviana y sus
instituciones.
Un
segundo espesor tiene que ver con la crisis múltiple del Estado. Puede decirse
que esta crisis política acompaña a la historia misma del Estado, desde su
nacimiento. Sin embargo, hay momentos sintomáticos de mayor manifestación de la
crisis, como la vivida durante la guerra federal (1898-1899), el largo periodo
posterior a la guerra del Chaco (1932-1935), la revolución nacional de 1952 y
el periodo 2000-2005. La crisis política, la crisis del Estado, la crisis del
proyecto neoliberal, la crisis del sistema de partidos, la crisis de
representación, la crisis de las instituciones y la crisis del modelo
extractivista es lo que explica el desenvolvimiento del proceso constituyente.
Los nacionalistas y las oligarquías regionales no comprenden los alcances de
estas crisis; por lo tanto, para ellos se trataba de reformas constitucionales,
nada más. Tampoco la izquierda tradicional comprende los alcances de la crisis
múltiple, pues esperan la llegada del mesías, de la revolución. Si los
acontecimientos no se parecen al esquema imaginado, entonces son descartados.
El gobierno no comprendió tampoco los alcances de la crisis, a pesar de tener
la oportunidad para hacerlo; los gobernantes redujeron todo a montajes y
puestas en escena, al teatro político, útil para conservar el poder.
La
crisis expresa la marcha desequilibrada y desorbitada de las instituciones y de
las estructuras de poder, desencajadas del equilibrio esperado de las partes
componentes de la historia efectiva y de la realidad efectiva, compuesta por
condiciones de posibilidad, por un lado, relaciones sociales, practicas,
construcciones institucionales, por el otro. Crisis que se expresa en la
desesperación del poder por dominar y controlar la marcha vertiginosa de las
contingencias. Crisis también como expresión de la lucha de clases y la guerra
anticolonial, de la lucha por la descolonización y contra el capitalismo.
Crisis como curso desbordante de la política y la democracia. La crisis
entonces es la corriente magmática que explica el despliegue del proceso
constituyente.
Un
tercer espesor histórico tiene que ver con las alternativas civilizatorias
latentes, contenidas e inhibidas en las sociedades y pueblos indígenas, en las
utopías populares y en el proletariado nómada. Como dice Ernst Bloch, en los
sueños desiderativos, en el soñar despierto, en las utopías que abren
horizontes[5]. Son estas alternativas las que estuvieron presentes en las
rebeliones y movilizaciones de 2000-2005, que siguieron presentes en el proceso
constituyente, las que motivaron la voluntad de fundar un nuevo tiempo, una
nueva historia, un nuevo Estado. Es la perspectiva del suma qamaña, suma
kausay, ñandereko, ivi marey, teko kavi, el vivir bien, el que mejor expresa
esta utopía.
Un
cuarto espesor tiene que ver con las territorialidades, que en momentos se
manifiesta como conflictos regionales, empero va mucho más lejos que esta
problemática espacial. Pues la problemática territorial no se circunscribe a la
contrastación Amazonia-Los Andes, que puede ser más bien complementaria, no se
limita a las demandas regionales y locales, menos se retiene en el tema
autonómico o la forma federal de organización del Estado. Las territorialidades
tienen que ver los ecosistemas, con los espesores culturales, con las gestiones
espaciales, geográficas y territoriales, con las conexiones y desconexiones en
la biodiversidad, con la cohesión o descohesión de los ciclos vitales, con las
maneras de concebir y hacer gestión en los territorios. Esta temática fue
introducida por las naciones y pueblos indígena originarios, forma parte de las
cosmovisiones indígenas y los derechos de los seres componentes de la madre
tierra.
[1] Salvador Shavelzon: El nacimiento del
Estado plurinacional en Bolivia. Etnografía de una Asamblea Constituyente.
Plural 2012; La Paz.
[2]
Revisar de Pierre Clastres La Société contre l'État, 1974. En el libro Pierre
Clastres escribe: Las sociedades primitivas son sociedades sin Estado. Este
juicio factual y preciso en sí misma, en realidad esconde una opinión, un
juicio de valor que inmediatamente arroja dudas sobre la posibilidad de
constituir la antropología política como ciencia estricta. ¿Qué dice la
declaración, de hecho, es que las sociedades primitivas están perdiendo algo -
el Estado - que es esencial para ellos, como lo es para cualquier otra
sociedad: la nuestra, por ejemplo. En consecuencia, esas sociedades son
incompletas, ya que no son sociedades muy cierto - que no son civilizados - su
existencia sigue sufriendo la dolorosa experiencia de la falta - la falta de un
Estado - que, ya que pueden intentar, lo harán como maquillaje. Ya sea con
claridad o no, eso es lo que viene a través de las crónicas de los exploradores
y el trabajo de los investigadores por igual: la sociedad es inconcebible sin
el Estado, el Estado es el destino de toda la sociedad. Uno detecta un sesgo
etnocéntrico en este enfoque, más a menudo que no es inconsciente, y por lo
tanto más firmemente anclado. Su referencia inmediata, espontánea, mientras que
no quizás la más conocida, es en cualquier caso el más familiar. En efecto,
cada uno de nosotros lleva dentro de sí, interiorizado como la fe del creyente,
la certeza de que la sociedad existe para el Estado. ¿Cómo, entonces, puede uno
concebir la existencia misma de las sociedades primitivas, si no la rechaza
como de la historia universal, reliquias anacrónicas de una etapa a distancia
que en todas partes se ha superado? Aquí se reconoce otra cara del
etnocentrismo, la convicción de que la historia es complementaria de una
progresión unidireccional, que toda sociedad está condenada a entrar en esa
historia y pasar por las etapas que van de la barbarie a la civilización. "Todos
los pueblos civilizados alguna vez fueron salvajes", escribió Ravnal. Pero
la afirmación de una evolución evidente no puede justificar una doctrina que,
arbitrariamente ata el estado de la civilización a la civilización del Estado,
designa a ésta como el resultado necesario que asigna a todas las sociedades.
Uno puede preguntarse lo que ha mantenido el último de los pueblos primitivos
como son.
[3]
Paulo Virno: La gramática de la multitud. Gramática de la multitud: Para un
análisis de las formas de vida contemporáneas. (PDF).
[4]
Los revisores fueron los tres Carlos, Carlos Romero, Carlos Alarcón y Carlos
Börth.
[5]
Revisar de Ernst Bloch El Principio esperanza. Aguilar; Madrid.
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