martes, 30 de octubre de 2012

EN LOS ORÍGENES del pensamiento autónomo: obrerismo, post-obrerismo, composicionismo


Franco Berardi ‘Bifo’


La corriente de pensamiento que viene a definirse como “obrerismo” toma forma en Italia a partir de los primeros años sesenta, en un contexto de transformación cultural profunda: por un lado, la crisis del marxismo historicista y dialéctico abre el camino a nuevas formas de pensamiento social. Por otro, surgen formas de lucha obrera que no son reductibles a la tradición de la Tercera Internacional. La vieja división entre lucha sindical y lucha política, tan fundamental para la tradición del movimiento obrero y comunista de observancia leninista, se disuelve y se vuelve imposible distinguir de forma rígida la dimensión económica y la dimensión política de la lucha de clases. De hecho, la integración creciente de los procesos de producción industrial, y sobre todo la integración entre la fábrica y la sociedad, ponen en cuestión durante estos años la vieja distinción y revelan la inmediata vocación política del movimiento de los obreros industriales.
Nuevas temáticas coloreaban el horizonte del pensamiento durante aquellos años: la distinción escolástica entre estructura económica y superestructura ideológica estaba siendo criticada y superada por un pensamiento crítico con vocación humanista, que descubría en la alienación del obrero constreñido a repetir una infinidad de veces gestos sin sentido la principal dimensión del rechazo obrero y de la rebelión contra la organización fordista del trabajo.
El concepto de alienación derivaba su importancia del encuentro entre la fenomenología existencialista y el llamado humanismo marxista, y también del descubrimiento de los Manuscritos económico-filosóficos de Marx. Dicho concepto iluminaba con una luz nueva el proceso de formación de la conciencia social antagonista, anticapitalista y revolucionaria. El conflicto no tenía únicamente sus raíces en la rígida contradicción económica (estructural) ni tenía su razón de ser y su fundamento en la adhesión a la ideología del comunismo y a las formaciones políticas revolucionarias. El rechazo de la explotación y el conflicto social nacían antes que nada de la condición existencial, del tiempo vivido de los trabajadores, de su fatiga, de su tristeza, de su consciencia de que la vida no podía reducirse al trabajo.
Un grupo de intelectuales que habían vivido la crisis provocada por la invasión soviética de Hungría en 1956, y que en consecuencia habían comenzado a tomar distancias con respecto a la ortodoxia teórica e incluso política del movimiento comunista filosoviético, abandonaron la visión de una génesis rigurosamente estructural del conflicto. Estudiando la fenomenología de la condición obrera descubrieron la nueva realidad del rechazo del trabajo, que –sobre todo, en la gran fábrica turinesa de la FIAT Mirafiori- se manifestaba en formas absolutamente no ideológicas, no organizadas, anárquicas; o más bien, autónomas, como se empezó a decir a partir de cierto momento.
Este grupo de intelectuales dio vida a Quaderni rossi, una revista que se proponía la elaboración de una nueva visión teórica a partir del análisis de las situaciones de producción y de lucha obrera. Más tarde, algunos de estos intelectuales, a partir de 1964, dieron vida a una revista con una intención más directamente política; dicha revista se llamó Classe operaia. Entre sus colaboradores se encontraban Mario Tronti, Toni Negri, Sergio Bologna, Adriano Sofri y algunos otros que, en los años que siguieron al 68, dieron vida a formaciones políticas revolucionarias como Potere operaio y Lotta continua.
En 1966 vio la luz Obreros y capital de Mario Tronti, un libro que, por diversas razones, puede considerarse el texto que marca la ruptura teórica del obrerismo. Partiendo de una reelaboración filosófica de la relación entre el marxismo y Hegel, que en aquellos años se encontraba en el centro de cualquier posicionamiento teórico, el libro opera algunos cambios conceptuales que actúan directamente sobre ciertos problemas de la acción política.
Un primer cambio –una primera revolución copernicana, por emplear los términos que sugiere el propio Tronti- consiste en invertir la relación entre la dinámica de la transformación tecno-productiva del capital y el movimiento subjetivo de clase. No es verdad –dice Tronti, oponiéndose de este modo al economicismo estructuralista dominante en el ámbito marxista- que la subjetividad obrera se conforme como consecuencia de las transformaciones económicas y tecnológicas, sino al contrario. La evolución de la conciencia social, de las formas de organización y de sabotaje que la subjetividad obrera expresa, influyen y modifican la organización estructural de la producción y las formas técnicas en las que se determina el capital. La autonomía obrera obliga al capital a redefinir sus estructuras técnicas y sus equilibrios institucionales.
Se da, pues, una autonomía de la subjetividad social que no depende de forma determinista de la evolución productiva, sino que se desarrolla conforme a procesos internos, autónomos, en el sentido pleno de la palabra. Y las manifestaciones de dicha autonomía no son solamente aquellas motivadas en términos políticos, ideológicamente conscientes, sino también toda forma de rechazo del trabajo, incluso el absentismo, la ralentización del ritmo productivo, el sabotaje silencioso…
El devenir de la subjetividad obrera no se describe en términos ideológicos ni organizativos, como en la tradición de la Tercera Internacional, sino, mediante cierta innovación terminológica y conceptual, como composición y recomposición de clase. El método analítico y político que se basa en la noción de composición es el hilo rojo que guía la investigación y la práctica de los obreristas, ya sea en los años 60-70, ya en su confrontación con la dinámica posfordista del trabajo cognitivo.
Aquí se encuentra la transición decisiva que nos permite distinguir entre una fase obrerista y una post-obrerista en la reflexión de esta área intelectual, en primer lugar restringida al ámbito italiano y, más tarde, prolongada y ramificada a nivel internacional.
Después de los años 70, la figura del obrero industrial comienza a deteriorarse y a confundirse con las innumerables figuras del trabajo precario y del trabajo cognitivo. La visión obrerista debe renovarse entonces, expandir el campo de observación del método composicionista.
En estos años resulta decisivo el encuentro entre el pensamiento obrerista italiano y el pensamiento posestructuralista francés, las temáticas del deseo, la obra de Deleuze y Guattari y la genealogía foucaultiana del poder y de la subjetividad, que a partir de cierto momento se revela como el contexto filosófico más adecuado para encajar la reflexión post-obrerista.
Durante los años 60 y comienzos de los setenta, el centro de la acción política había sido la fábrica, el lugar de concentración de los trabajadores industriales, y el objetivo esencial había sido la rebelión contra la opresión de la cadena de montaje. Pero en los años que siguen al trastorno neoliberal, a la introducción de la info-tecnología, la esfera productiva se amplia y el principio del beneficio económico se infiltra en la esfera de la vida cotidiana, de la afectividad y del lenguaje. El proceso de recomposición, que anteriormente se había analizado dentro de la esfera del trabajo industrial, ahora va a afectar a toda la extensión de la actividad genéricamente humana: el lenguaje.
El lenguaje es la forma general del trabajo productivo y, al mismo tiempo, la esfera de un exceso irreductible al Significado dominante. Gracias a este cambio conceptual, a esta ampliación del campo del análisis y de la intervención, se puede hablar hasta cierto punto de post-obrerismo. Algunos libros de los años 90 como El sitio de los calcetines de Christian Marazzi o Gramática de la multitud de Paolo Virno contribuyen a redefinir el campo conceptual de la recomposición y de la autonomía, hasta incluir el fenómeno de la globalización y de la Red, máquina lingüística global, lugar concreto de inervación del general intellect.
Desde finales de los años 60, la reflexión obrerista había sentido una especial predilección por un texto de la obra de Marx que la tradición comunista de la Tercera Internacional había ignorado: los Grundrisse, traducidos al italiano en 1968 con el título de Elementi fondamentali per la critica dell’economia politica. Especialmente importante en la formación del marco conceptual composicionista y obrerista había sido el Fragmento sobre las máquinas, un texto incluido en el segundo volumen de los Grundrisse en el que Marx habla de la reducción del tiempo de trabajo necesario y de la formación de un intelecto general que vive en simbiosis con las potencias de la ciencia y de la técnica.
En los años 60 y setenta, dicho texto había sostenido y motivado la idea del rechazo del trabajo industrial a favor de un posible desarrollo del intelecto general y de la función emancipatoria de la tecnología, pero a partir de los 80 comienza a ser interpretado como una suerte de prefiguración del desarrollo de la Red y de la progresiva subsunción de la inteligencia en el proceso de producción de valor. Por esta vía, en el encuentro entre dinámicas de desarrollo de la Red y subsunción de las potencias vitales e intelectuales de la sociedad, se salda la dimensión posfordista y posmoderna del pensamiento que, en otro tiempo, se llamaba obrerista. El concepto de biopolítica, que se encuentra en el centro de uno de los seminarios de Michel Foucault (publicado con el título de Naissance de la biopolitique) viene finalmente a redefinir el horizonte general de los procesos de producción y de los procesos de liberación.

Traducción del italiano: Diego L. Sanromán.

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