Franco Berardi ‘Bifo’
La corriente de pensamiento que viene
a definirse como “obrerismo” toma forma en Italia a partir de los primeros años
sesenta, en un contexto de transformación cultural profunda: por un lado, la
crisis del marxismo historicista y dialéctico abre el camino a nuevas formas de
pensamiento social. Por otro, surgen formas de lucha obrera que no son
reductibles a la tradición de la Tercera Internacional. La vieja división entre
lucha sindical y lucha política, tan fundamental para la tradición del
movimiento obrero y comunista de observancia leninista, se disuelve y se vuelve
imposible distinguir de forma rígida la dimensión económica y la dimensión política
de la lucha de clases. De hecho, la integración creciente de los procesos de
producción industrial, y sobre todo la integración entre la fábrica y la
sociedad, ponen en cuestión durante estos años la vieja distinción y revelan la
inmediata vocación política del movimiento de los obreros industriales.
Nuevas temáticas coloreaban el
horizonte del pensamiento durante aquellos años: la distinción escolástica
entre estructura económica y superestructura ideológica estaba siendo criticada
y superada por un pensamiento crítico con vocación humanista, que descubría en
la alienación del obrero constreñido a repetir una infinidad de veces gestos
sin sentido la principal dimensión del rechazo obrero y de la rebelión contra
la organización fordista del trabajo.
El concepto de alienación derivaba su
importancia del encuentro entre la fenomenología existencialista y el llamado
humanismo marxista, y también del descubrimiento de los Manuscritos
económico-filosóficos de Marx. Dicho concepto iluminaba con una luz nueva el
proceso de formación de la conciencia social antagonista, anticapitalista y
revolucionaria. El conflicto no tenía únicamente sus raíces en la rígida
contradicción económica (estructural) ni tenía su razón de ser y su fundamento
en la adhesión a la ideología del comunismo y a las formaciones políticas
revolucionarias. El rechazo de la explotación y el conflicto social nacían
antes que nada de la condición existencial, del tiempo vivido de los
trabajadores, de su fatiga, de su tristeza, de su consciencia de que la vida no
podía reducirse al trabajo.
Un grupo de intelectuales que habían
vivido la crisis provocada por la invasión soviética de Hungría en 1956, y que
en consecuencia habían comenzado a tomar distancias con respecto a la ortodoxia
teórica e incluso política del movimiento comunista filosoviético, abandonaron
la visión de una génesis rigurosamente estructural del conflicto. Estudiando la
fenomenología de la condición obrera descubrieron la nueva realidad del rechazo
del trabajo, que –sobre todo, en la gran fábrica turinesa de la FIAT Mirafiori-
se manifestaba en formas absolutamente no ideológicas, no organizadas,
anárquicas; o más bien, autónomas, como se empezó a decir a partir de cierto
momento.
Este grupo de intelectuales dio vida a
Quaderni rossi, una revista que se proponía la elaboración de una nueva visión
teórica a partir del análisis de las situaciones de producción y de lucha
obrera. Más tarde, algunos de estos intelectuales, a partir de 1964, dieron
vida a una revista con una intención más directamente política; dicha revista
se llamó Classe operaia. Entre sus colaboradores se encontraban Mario Tronti,
Toni Negri, Sergio Bologna, Adriano Sofri y algunos otros que, en los años que
siguieron al 68, dieron vida a formaciones políticas revolucionarias como
Potere operaio y Lotta continua.
En 1966 vio la luz Obreros y capital
de Mario Tronti, un libro que, por diversas razones, puede considerarse el
texto que marca la ruptura teórica del obrerismo. Partiendo de una
reelaboración filosófica de la relación entre el marxismo y Hegel, que en
aquellos años se encontraba en el centro de cualquier posicionamiento teórico,
el libro opera algunos cambios conceptuales que actúan directamente sobre
ciertos problemas de la acción política.
Un primer cambio –una primera
revolución copernicana, por emplear los términos que sugiere el propio Tronti-
consiste en invertir la relación entre la dinámica de la transformación
tecno-productiva del capital y el movimiento subjetivo de clase. No es verdad
–dice Tronti, oponiéndose de este modo al economicismo estructuralista
dominante en el ámbito marxista- que la subjetividad obrera se conforme como
consecuencia de las transformaciones económicas y tecnológicas, sino al
contrario. La evolución de la conciencia social, de las formas de organización
y de sabotaje que la subjetividad obrera expresa, influyen y modifican la
organización estructural de la producción y las formas técnicas en las que se
determina el capital. La autonomía obrera obliga al capital a redefinir sus estructuras
técnicas y sus equilibrios institucionales.
Se da, pues, una autonomía de la
subjetividad social que no depende de forma determinista de la evolución
productiva, sino que se desarrolla conforme a procesos internos, autónomos, en
el sentido pleno de la palabra. Y las manifestaciones de dicha autonomía no son
solamente aquellas motivadas en términos políticos, ideológicamente
conscientes, sino también toda forma de rechazo del trabajo, incluso el
absentismo, la ralentización del ritmo productivo, el sabotaje silencioso…
El devenir de la subjetividad obrera
no se describe en términos ideológicos ni organizativos, como en la tradición
de la Tercera Internacional, sino, mediante cierta innovación terminológica y
conceptual, como composición y recomposición de clase. El método analítico y
político que se basa en la noción de composición es el hilo rojo que guía la
investigación y la práctica de los obreristas, ya sea en los años 60-70, ya en
su confrontación con la dinámica posfordista del trabajo cognitivo.
Aquí se encuentra la transición
decisiva que nos permite distinguir entre una fase obrerista y una
post-obrerista en la reflexión de esta área intelectual, en primer lugar
restringida al ámbito italiano y, más tarde, prolongada y ramificada a nivel
internacional.
Después de los años 70, la figura del
obrero industrial comienza a deteriorarse y a confundirse con las innumerables
figuras del trabajo precario y del trabajo cognitivo. La visión obrerista debe
renovarse entonces, expandir el campo de observación del método
composicionista.
En estos años resulta decisivo el
encuentro entre el pensamiento obrerista italiano y el pensamiento
posestructuralista francés, las temáticas del deseo, la obra de Deleuze y
Guattari y la genealogía foucaultiana del poder y de la subjetividad, que a
partir de cierto momento se revela como el contexto filosófico más adecuado
para encajar la reflexión post-obrerista.
Durante los años 60 y comienzos de los
setenta, el centro de la acción política había sido la fábrica, el lugar de
concentración de los trabajadores industriales, y el objetivo esencial había
sido la rebelión contra la opresión de la cadena de montaje. Pero en los años
que siguen al trastorno neoliberal, a la introducción de la info-tecnología, la
esfera productiva se amplia y el principio del beneficio económico se infiltra
en la esfera de la vida cotidiana, de la afectividad y del lenguaje. El proceso
de recomposición, que anteriormente se había analizado dentro de la esfera del
trabajo industrial, ahora va a afectar a toda la extensión de la actividad
genéricamente humana: el lenguaje.
El lenguaje es la forma general del
trabajo productivo y, al mismo tiempo, la esfera de un exceso irreductible al
Significado dominante. Gracias a este cambio conceptual, a esta ampliación del
campo del análisis y de la intervención, se puede hablar hasta cierto punto de
post-obrerismo. Algunos libros de los años 90 como El sitio de los calcetines
de Christian Marazzi o Gramática de la multitud de Paolo Virno contribuyen a
redefinir el campo conceptual de la recomposición y de la autonomía, hasta
incluir el fenómeno de la globalización y de la Red, máquina lingüística
global, lugar concreto de inervación del general intellect.
Desde finales de los años 60, la
reflexión obrerista había sentido una especial predilección por un texto de la
obra de Marx que la tradición comunista de la Tercera Internacional había
ignorado: los Grundrisse, traducidos al italiano en 1968 con el título de
Elementi fondamentali per la critica dell’economia politica. Especialmente
importante en la formación del marco conceptual composicionista y obrerista
había sido el Fragmento sobre las máquinas, un texto incluido en el segundo
volumen de los Grundrisse en el que Marx habla de la reducción del tiempo de
trabajo necesario y de la formación de un intelecto general que vive en
simbiosis con las potencias de la ciencia y de la técnica.
En los años 60 y setenta, dicho texto
había sostenido y motivado la idea del rechazo del trabajo industrial a favor
de un posible desarrollo del intelecto general y de la función emancipatoria de
la tecnología, pero a partir de los 80 comienza a ser interpretado como una
suerte de prefiguración del desarrollo de la Red y de la progresiva subsunción
de la inteligencia en el proceso de producción de valor. Por esta vía, en el
encuentro entre dinámicas de desarrollo de la Red y subsunción de las potencias
vitales e intelectuales de la sociedad, se salda la dimensión posfordista y
posmoderna del pensamiento que, en otro tiempo, se llamaba obrerista. El
concepto de biopolítica, que se encuentra en el centro de uno de los seminarios
de Michel Foucault (publicado con el título de Naissance de la biopolitique)
viene finalmente a redefinir el horizonte general de los procesos de producción
y de los procesos de liberación.
Traducción del italiano: Diego L.
Sanromán.
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