Pensando en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela
Pablo Stefanoni (Ar)
La cantidad de adjetivos disponibles para caracterizar a los gobiernos
latinoamericanos que se proponen dejar atrás el neoliberalismo (progresistas,
de izquierda, nacionalistas e incluso posneoliberales -¡dos prefijos
seguidos!-) dan cuenta, en sí mismos, de una dificultad para englobar en un
solo bloque a un conjunto de experiencias disímiles, y producto de
trayectorias, coyunturas y culturas políticas muy diferentes entre sí pero que
están atravesados por una cierta solidaridad ideológica [1] . Con
todo, el clivaje izquierda/derecha siempre fue complicado en el llamado “tercer
mundo”, donde el antagonismo nación/imperialismo contribuyó a desestabilizar -y
a menudo a marginalizar- las visiones clasistas tout court y a
definir senderos en los cuales las izquierdas exitosas fueron a menudo
“izquierdas nacionalistas”.
Como ha señalado la sovietóloga Sheila Fitzpatrick, en gran medida la
vertiente desarrollista del marxismo (para alcanzar a los países desarrollados
se pensaba como requisito abandonar el capitalismo) predominó sobre su
vertiente emancipatoria [2] . En efecto, si los “soviets” como forma
de democracia popular semidirecta cayeron rápidamente en desgracia, la
“electrificación” -como metonimia de proyectos industrialistas a menudo desmesurados-
sigue vigente en gran medida hasta hoy.
Obviamente, el vínculo izquierda-desarrollismo-antiimperialismo determinó
un sendero en el que claramente Lenin se impuso a Marx, y la geopolítica
sobredeterminó -y ahogó- otras perspectivas más libertarias y emancipatorias,
que quedaron a menudo como expresiones de “debilidad pequeño burguesa” frente a
los grandes combates en la guerra entre el campo socialista y el campo
capitalista.
Simplificando a “tipos ideales”, en América Latina un sector de la
izquierda defendió el matrimonio con el nacionalismo (populista) -la “izquierda
nacional” fue la expresión más clara al respecto- como una posible vía hacia el
poscapitalismo a través de la profundización de las reformas nacional-populares
(reforzamiento del Estado, nacionalización progresiva de la economía,
integración latinoamericana, etc.) en tanto que una vertiente más
“socialdemócrata” o marxista “revolucionaria” consideró que el populismo no
abría sino cerraba la vía hacia el socialismo. Los primeros en virtud del carácter
estadocentríco y antipluralista (organicista) del populismo, y los segundos
porque -finalmente- los regímenes “populistas” eran expresión de una burguesía
nacional que sólo quería avanzar limitadamente en la movilización de las masas
y acotarla a una serie limitada -y ambivalente- de reformas que incluían
mayores derechos junto con elevados niveles de regimentación estatal. Como es
sabido, los partidos comunistas se posicionaron de manera ciclotímica en estas
discusiones, según los lineamientos internacionales decididos en Moscú, pasando
de caracterizar a los gobiernos nacional-populares de los años 40 como
“nazifascistas” (por ejemplo en Argentina con Juan D. Perón y en Bolivia con
Gualberto Villarroel) a considerar al peronismo, por ejemplo, como un aliado en
la lucha por la liberación nacional y social [3] .
Tras esta breve introducción quizás vale la pena preguntarse, ¿cuánto de
estas tensiones perviven hoy en la relación entre lo que podríamos denominar
genéricamente una ideología de izquierda y los gobiernos del bloque del cambio
realmente existentes en su vertiente nacional-popular?, ¿es posible seguir
leyendo la realidad en términos de izquierda y derecha?
Una primera constatación del actual proceso de cambio a escala sudamericana
después de la hegemonía neoliberal -especialmente durante los años 90- es que
los regímenes considerados más radicales, tanto por las izquierdas como por las
derechas, son aquellos que llegaron al poder a través de organizaciones
políticas que no provienen del tronco de las izquierdas tradicionales
(Venezuela, Ecuador y Bolivia) y los que sí provienen de una tradición de
izquierda son los considerados “moderados” (Brasil, Uruguay e incluso Chile). Y
en este punto vale la pena detenernos e intentar avanzar algunas hipótesis
preliminares.
1. La radicalidad de los procesos sudamericanos no depende solamente de las
apuestas ideológicas de los gobiernos (“carnívoros” o “vegetarianos”, según
Álvaro Vargas Llosa), sino de una serie de trayectorias políticas e
institucionales previas, incluyendo los niveles de desconfianza política. Donde
el sistema de partidos implosionó y el propio sistema político fue cuestionado
como una democracia de élites excluyente (Bolivia, Venezuela y Ecuador)
surgieron demandas de refundación del país que se expresaron en la convocatoria
a asambleas constituyentes. Entre otras cosas, estas se proponían acabar con el
“colonialismo interno”, que en el caso de Bolivia y Ecuador -pero también en
Venezuela- excluyó material y simbólicamente a las mayorías indígenas, afros o
mestizas.
2. La izquierda organizada que llegó al poder (el Partido de los
Trabajadores brasileño, el Frente Amplio uruguayo y en parte el Partido
Socialista chileno, a los que podríamos agregar ahora el FMLN salvadoreño)
sufrió de manera directa el impacto de la crisis post 1989, que en general
derivó en la profundización de un tránsito hacia el centroizquierda (una
evolución que en América Latina ya se había iniciado durante los procesos de
restauración democrática en los 80, alentada además por la autocrítica de la
violencia en los años 70). Ello no ocurrió, u ocurrió en menor medida, con las
izquierdas más débiles y dispersas que buscaron una tabla de salvación en el
nacionalismo y el indigenismo (el país real y sumergido frente al país visible
y formal), así como en el antipartidismo. Ello les proveía nuevas fuentes de
radicalización ideológica: la defensa de la patria, la reivindicación de los
indígenas, el rechazo a la partidocracia... El principal significante de las
refundaciones es que ahora “hay patria para todos”, eje del antineoliberalismo.
3. En efecto, si observamos con más detalle los procesos más “radicales”,
es posible concluir que su fuente de radicalidad proviene de la matriz
nacionalista: antiimperialismo, polarización entre pueblo y oligarquía,
nacionalizaciones, recambio de elites en el poder, etc. y si el socialismo
(“del siglo XXI”) ha vuelto a la agenda, vuelve a ser pensado como la
profundización lineal del nacionalismo (no casualmente, ni Chávez, ni Evo ni
Correa suelen hablar de lucha de clases). Incluso en gran medida, dado el
carácter extractivo de las economías venezolana, ecuatoriana y boliviana, opera
una suerte de socialismo o nacionalismo geológico [4] . Lo novedoso
en todo caso es que el nuevo nacionalismo ya no pendula entre la derecha y la
izquierda (como Vargas, Perón o Paz Estenssoro) y ha desaparecido su faceta
anticomunista; de hecho hay un fuerte vínculo geopolítico/afectivo con el
régimen cubano.
Si miramos hacia las sensibilidades ético/morales, no es difícil advertir
que estos procesos no sólo carecen de radicalidad sino que pueden (al menos sus
fracciones hegemónicas) ser abiertamente conservadores en términos de derechos
reproductivos o los derechos para las llamadas minorías sexuales y de género.
Un caso aparte es el kirchnerismo, que ha hecho de estas banderas progresistas
un eje de sus políticas, mostrando la capacidad casi infinita del peronismo
para incorporar reivindicaciones y demandas muy diversas y en este caso ajenas
a su historia, incluso la más reciente.
4. Adicionalmente, el clivaje izquierda/derecha hoy es teóricamente
desafiado no solamente por la tradición nacional-popular (que propone la
alianza de las clases nacionales, aunque hoy se utilice poco esta terminología)
sino por el indianismo y diversas lecturas post o decoloniales y subalternistas
que plantean como clivaje alternativo modernidad/colonialidad vs.
decolonización/ “mirada otra”. Esto ocurre especialmente en Bolivia y Ecuador,
donde la presencia mayoritaria o significativa de indígenas permite construir
una serie de lecturas en términos de otredad radical cuestionadoras de la
modernidad/colonialidad con influencia en la academia estadounidense. Para
Mignolo, por ejemplo hablar de una “izquierda indígena” para caracterizar al Movimiento
al Socialismo de Evo Morales es una prueba de “imperialismo de
izquierda” [5] y para el intelectual aymara y dirigente opositor
Simón Yampara, quienes siguen hablando de izquierda y derecha mantienen en sus
cerebros el “chip colonial”.
No hay duda que en países como Bolivia una parte de la izquierda tuvo
actitudes coloniales frente a los indígenas. El problema es que si la lectura
en términos de izquierda/ derecha no logra aprehender todos los elementos en
juego de los actuales procesos de cambio, lo menos que se puede decir es que
plantear las cosas en términos de modernidad/decolonialidad no simplifica
precisamente las cosas y agrega una nueva serie de problemas, especialmente si
trascendemos lo que los actores dicen de sí y complementamos las entrevistas a
los voceros con observaciones de campo, descripciones densas e incluso
etnografías sobre los subalternos realmente existentes.
5. En realidad, el problema de la vigencia del término izquierda no se
relaciona con su capacidad para armar un “gran clivaje” del campo político
contra la derecha (aunque es cierto que los nuevos gobiernos populares han
reactivado una lectura de las disputas existentes en esos términos). Su
potencialidad se vincula a objetivos más limitados pero no menos potentes: una
agenda de izquierda puede poner en debate temas que ni el nacionalismo ni el
indigenismo van a propiciar, en pos de una democratización radical de la
sociedad. Además de la mencionada agenda anticonservadora en el terreno
ético-moral, la izquierda debería reponer lecturas socioeconómicas del
conflicto social que las visiones binarias del nacionalismo sólo lee en
términos políticos (o con la revolución o en contra). Lo mismo vale para
discusiones sobre posibles articulaciones Estado/mercado -que los indigenistas
reducen a versiones trivializadas de la complementaridad [6] y los
nacionalistas a lecturas politicistas (empresarios “patriotas” o
“antipatriotas”, por ejemplo) o ilusiones desarrollistas de matriz
“cincuentista”. Para esto último es necesario un verdadero balance crítico de
las experiencias del socialismo real, incluyendo el caso cubano. La anulación
de la pertinencia de la vigencia del término “izquierda” suele generar, a
menudo, un silencio sobre esa agenda que es neurálgica a la hora de pensar el
cambio político, social y cultural.
A la luz de los actuales procesos, no se trata de reclamar el privilegio
ontológico de la izquierda sobre otras matrices y tradiciones, sino de pensar
una posible articulación entre izquierda, nacionalismo popular y democrático e
indianismo/decolonización para pensar un proyecto emancipatorio que de cuenta y
luche contra una pluralidad de opresiones. Esto no tiene nada de
particularmente nuevo; lo nuevo, en todo caso, es que ya no se trata sólo de un
debate teórico en un auditorio universitario, sino de una discusión que define
tomas de posición concreta frente a los gobiernos “populares” realmente
existentes.
A partir de estos comentarios generales es posible recortar algunos
aspectos de las experiencias donde estas tensiones nacionalismo/izquierda se
vuelven más visibles: Venezuela, Bolivia, Ecuador y -por la evolución
“setentista” del peronismo kirchnerista- Argentina.
Crisis políticas y emergencias plebeyas
Venezuela, Ecuador y Bolivia han sido los países donde más fuertemente ha
impactado la crisis del sistema de partidos y donde la dinámica de la
movilización social ha generado procesos de renovación política y cambio de
élites que han llevado a analistas políticos, activistas y dirigentes de
movimientos sociales de la región y el exterior a considerar que estos tres
procesos constituyen el ala radical del giro a la izquierda sudamericano.
Aunque ello puede ser discutible, especialmente a partir del análisis de las
políticas públicas efectivamente aplicadas y la amplitud de las utopías en
juego, no es menos cierto que fue en este bloque donde los discursos de
refundación tuvieron mayor calado. De estas demandas emergió la convocatoria de
Asambleas Constituyentes que se propusieron no solamente reformar las cartas
magnas vigentes, sino rediseñar el esqueleto institucional.
Argentina presenta una situación intermedia: la crisis de 2001 abrió paso a
una agenda posneoliberal sui géneris que no incluyó la nacionalización de los
recursos naturales (al menos hasta la estatización de YPF en 2012) pero sí, por
ejemplo, reivindicaciones progresistas como el matrimonio igualitario, ausentes
en los otros tres países. Pero lo determinante fue que la capacidad del
peronismo para reciclarse ideológicamente limitó severamente la renovación política
que se terminó procesando como una disputa a su interior, hoy una suerte de
federación de peronismos provinciales (al decir del propio Néstor Kirchner) o,
dicho de otro modo, un frente de gobernadores. Así, no se trata de una
renovación de las élites sino de una autorregeneración del peronismo que en los
90 fue neoliberal y hoy es de nuevo nacional-popular. Strictu sensu, el
kirchnerismo es progresista en la ciudad de Buenos Aires y ultrapragmático en
el interior argentino; su hegemonía nacional se basa en acuerdos con
gobernadores peronistas que han pasado ya por el menemismo, el duhaldismo y
ahora adhieren al kirchnerismo... [7] .
Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales (y muy parcialmente Néstor y
Cristina Kirchner) son el resultado de esta combinación de implosión del viejo
sistema político y de la emergencia de alternativas electorales renovadoras,
pero, no obstante, estas crisis –vinculadas a un creciente cuestionamiento al
consenso de Washington- se procesaron de diferente manera en cada uno de los
países, por lo cual vale la pena detenerse en cada uno de los procesos
concretos de crisis y renovación de la política.
En el caso venezolano, el Caracazo constituirá un baño de realidad sobre la
inestabilidad -y estrechez- del consenso democrático instaurado a partir del
Pacto del Punto Fijo de 1958, en tanto que en Bolivia y Ecuador se producirán
una serie de derrocamientos presidenciales que marcarán el agotamiento de un
tipo de “gramática política” que marcó los ciclos democráticos iniciados en 1982
y 1979 respectivamente; pero en ambos casos se observa un elemento en común:
van a ser exitosos los discursos que interpelan a una parte de la sociedad que
por motivos étnicos y socioeconómicos se siente excluida del sistema político.
Ello se traducirá luego en consignas que enfatizarán que -procesos de cambio
mediante- la Patria (y los recursos naturales estratégicos) serán, como ya
mencionamos, al fin de todos. En otras palabras, transformar al Estado en
garante de un “acceso efectivo de los menos privilegiados a los
derechos y a los beneficios materiales y espirituales (en término de estatus y
de poder simbólico, por ejemplo) de la pertenencia a la colectividad
nacional” [8] .
En gran medida, hoy se vuelve a la idea de la existencia de un “partido de
la nación” frente a la antinación, lo que conlleva una “politización” de los
conflictos de intereses (es común que se acuse a tal o cual lucha
reivindicativa, incluso llevada adelante por grupos sociales o políticos
aliados, de “hacer el juego al imperio”), un cierto organicismo no dicho y una
idea sui géneris del pluralismo: como lo ha planteado el propio vicepresidente
García Linera, el pluralismo se expresaría en Bolivia al interior del
Movimiento al Socialismo (MAS).
Un dato adicional es el ingreso de militares a la política en el caso
venezolano: según la Asociación Civil Control Ciudadano, más de 200
funcionarios de la Fuerza Armada Nacional ocupan altos cargos en el gobierno y 2000
oficiales se desempeñan en puestos medios y subalternos de la administración
pública [9] . Ello marca una diferencia, con Bolivia, Ecuador y mucho
más con Argentina donde el progresismo no puede ser menos que antimilitarista.
Tipos de liderazgo y nuevos partidos
Hugo Chávez es en muchos sentidos el clásico líder populista en el sentido
de Ernesto Laclau [10] : el líder que debe “construir” al pueblo como
sujeto político; en tanto que Evo Morales hizo el recorrido inverso: dirigente
sindical, es producto de un proceso de descorporativización de una serie de
sindicatos agrarios y organizaciones de vecinos y trabajadores que se
desbordaron al ámbito político. De allí que en el caso de Chávez predomine la
dimensión carismática/afectiva en su liderazgo frente a la autorrepresentación
en el caso de Evo Morales (“ahora somos presidentes”, “voy a mandar
obedeciendo”, etc.), liderazgo acompañado de una fuerte “confianza étnica”.
Rafael Correa, por su parte, apareció como un outsider de la
política en un contexto de crisis del sistema político y niveles decrecientes
de movilización social. Y Néstor y Cristina Kirchner salieron de una
tradicional carrera política iniciada en el extremo sur argentino -luego de un
pasaje de juventud por el peronismo de izquierda-, donde su mayor utopía -al
menos hasta 2003- fue agrandar la fortuna personal para posibilitar una acción
política de mayor envergadura en línea con su definición de la política
como “cash más expectativas” [11] . Si Carlos Menem
hizo un giro liberal de acuerdo al estado del mundo luego de la caída del Muro
de Berlín, los Kirchner hicieron un giro al centroizquierda en la nueva
situación creada por el levantamiento popular de 2001 en Buenos Aires.
Con relación a los nuevos partidos, también se observan situaciones muy
diferentes: en Bolivia llegó al gobierno un partido (aunque no se defina a sí
mismo como tal) creado en 1995 como “instrumento político” de los sindicatos y
organizaciones campesinas; en Ecuador se construyó algo a las apuradas Alianza
País en torno a Correa y a un grupo de intelectuales progresistas, en Argentina
el “peronismo infinito” (al decir de Maristella Svampa) mantuvo el poder con
reconfiguraciones internas, mientras que en Venezuela el Partido Socialista
Unido (PSUV) luego del MBR 200 y del Movimiento Cuarta República [MVR]) fue
construido desde el Estado a partir de 2007.
Para el sociólogo Edgardo Lander, “el PSUV es un campo de tensión: ni
representa el ejercicio pleno de la democracia desde la base, ni es un espacio
que pueda controlarse completamente desde arriba”. No obstante, la
profundización de la tendencia al liderazgo personal ha ido erosionando el
primer término de la ecuación (una de las consignas del PSUV luego de las
elecciones de 2010 fue“Somos millones, una sola voz”). Esta tendencia
fue expresada por el propio Chávez sin apelar a eufemismos en la concentración
realizada el 13 de enero de 2010 con motivo de la celebración de los 53 años de
la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Allí enfatizó:
“Exijo lealtad absoluta a mi liderazgo… no soy un individuo, soy un pueblo.
Estoy obligado a hacer respetar al pueblo. Los que quieran patria, vengan con
Chávez… Aquí en las filas populares, revolucionarias, exijo máxima lealtad y
unidad. Unidad, discusión libre y abierta, pero lealtad… cualquier otra cosa es
traición”.
De allí que se pregunte sin responderlo: ¿Cómo procesar las tensiones
permanentes que existen entre el impulso del tejido social de base que se ha
fortalecido en estos años, la organización y participación democrática desde
abajo, y un modelo de liderazgo y toma de decisiones jerárquico y
vertical? [12]
En el caso boliviano, como hemos señalado, la densidad organizativa de los
sectores populares pone límites -encuadra- al liderazgo carismático de Evo
Morales. Pero ello hasta cierto punto. Moira Zuazo se pregunta en un artículo
publicado en Nueva Sociedad, parafraseando al vicepresidente García
Linera [13] , ¿qué pasa cuando los soviets se repliegan? Claramente,
hoy el MAS es incapaz de construir espacios de debate interno y de posicionar
temas en la agenda pública. En efecto, la figura del “gobierno de los
movimientos sociales” o el “mandar obedeciendo” a las organizaciones no es
sencillo en la práctica, cuando los repliegues corporativos debilitan las
miradas más universalistas. Allí el Estado aparece como el portador de lo
universal frente a los movimientos como agentes de intereses particularistas.
¿qué pasaría si “las organizaciones” se distancian del gobierno? Por ejemplo,
cuando la federación campesina Túpac Katari de La Paz pidió cambios de
ministros, Evo Morales se molestó y señaló: “yo no nombro dirigentes
sindicales, ustedes no van a nombrar a los ministros”. O cuando el
vicepresidente rechazó a las organizaciones indígenas que se oponen a la
exploración petrolera en la Amazonía de hacer valer sus intereses particulares
por encima de los del país.
Asistimos, así, a una compleja combinación entre liderazgo carismático y
autorrepresentación social, que en el caso boliviano aparece como
complementaria más que contradictoria, como a priori podría esperarse. El punto
débil de estas lógicas organizativas es la formación de cuadros e inestables
procesos de aprendizaje, y pese a esfuerzos por armar una escuela de cuadros,
estos no han logrado revertir los déficits de formación política y técnica de
los militantes masistas.
En el caso ecuatoriano, Rafael Correa -quien, como mencionamos, pasó
fugazmente por el ministerio de Economía durante el gobierno de Alfredo
Palacio- se presentó exitosamente “por fuera” de la política, con una fuerte
dosis de extroversión. Una mezcla de carisma juvenil, aura de competencia
tecnocrática y cierta prepotencia mesiánica. En cierto sentido, su forma de
“autoritarismo” es muy “ejecutiva”, mezclada con una especie de narcisismo
característico de los intelectuales públicos. Así, en los debates se
caracterizó por su gran eficacia para desarmar los argumentos de sus
adversarios. Y luego desarrollaría aún más estos rasgos desde su programa de
radio y televisión de los sábados, donde suele jugar el papel del “gran
profesor de la nación” [14] . Como señala Ramírez,
“La candidatura de Correa fue, en efecto, más lejos que ninguna otra, nunca
antes, en su intento de sacar provecho del arraigado anti-partidismo ciudadano.
Por un lado, y a contracorriente de los outsiders del pasado, Correa desconectó
su candidatura de todo anclaje partidista y fundó un movimiento
ciudadano - Alianza País- (...). Con la figura de ‘movimiento
ciudadano’ se buscaba remarcar el origen societal de la nueva formación
electoral. A la vez, AP tomó la riesgosa e inédita decisión de no acompañar la
postulación presidencial con la presentación de candidaturas parlamentarias.
Ello delineó la identidad originaria del movimiento (anti-partidista), le
otorgó un carácter antisistémico, y prefiguró la estrategia del cambio político
radical que Correa conduciría desde entonces” [15] .
Para Ramírez, la mercadotecnia ocupa un importante lugar en la construcción
política correísta, “el implacable realismo de poder del gobierno, se
complementa así con un sutil realismo sociológico: no tiene sentido procurar la
movilización de una sociedad harta y distante de la política. Se trata, más
bien, de interpelarla como opinión pública y de hacerle ver -televisión
mediante- los logros del gobierno. Nada más efectivo para llegar a una masa de
ciudadanos aletargados y desorganizados que el despliegue mediático […] La
suplantación de la construcción organizativa y la deliberación democrática por
el marketing y la procura de amplias audiencias no bastan, sin embargo, para
generar vínculos políticos ni espacios reales de participación e interlocución
con actores realmente existentes” [16] .
Finalmente, el kirchnerismo tiene varias fechas de nacimiento como
movimiento hegemónico al interior del peronismo. Una podría ser 2003, cuando
Eduardo Duhalde, a falta de candidatos y luego de renunciar a postularse él
mismo, pone al gobernador de Santa Cruz como su candidato. Otra podría ser
2005, cuando Cristina Kirchner le gana a Chiche Duhalde la senaduría por la
provincia de Buenos Aires y denuncia a Duhalde como “capo mafia”. Una tercera
podría ser 2008, cuando luego de perder el conflicto con los agroexportadores,
Kirchner decide radicalizar el discurso y se embarca en la guerra con Clarín
-promulga la Ley de medios- y con la Iglesia, al organizar él mismo, como
diputado, la aprobación del matrimonio igualitario. Y una cuarta etapa es la
posterior a la muerte de Néstor Kirchner en 2010, cuando por un lado el ex
presidente se vuelve un mito movilizador de un “nuevo sujeto”: la juventud,
cuya expresión más oficialista, La Cámpora, traza el vínculo con la “gloriosa
juventud de los 70” [17] y con un peronismo de izquierda bastante
ajeno a la “historia oficial” del movimiento; operación político simbólica a la
que se suma entusiastamente Cristina Fernández.
Asistencialismo o igualdad: ¿Qué inclusión social?
La voluntad de salir del rentismo se expresó en Venezuela en la fórmula de
Arturo Úslar Pietri: “sembrar petróleo”, que apuntaba a reinvertir los recursos
de la renta petrolera en sectores productivos de la economía, especialmente en
la agricultura; y esa agenda sigue siendo el pilar del nacionalismo también en
Ecuador y Bolivia, donde bastaría con reemplazar petróleo por gas. Pero -como
demuestra la historia- no es fácil salir del extractivismo y no alcanza para
ello la voluntad presidencial; muchas fuerzas se estructuran alrededor de los
intereses que sedimenta. Hoy Venezuela es uno de los mayores importadores de
alimentos de toda América Latina (por un monto de más de 5.000 millones de
dólares [18] ).
También Bolivia y en gran medida Ecuador, cuya economía, además, sigue
dolarizada, padecen de esta “enfermedad neocolonial”. Incluso en Argentina, el
auge de la megaminería fue impresionante en los último años, fomentando la acumulación
por desposesión [19] . Pero a diferencia de los otros casos, aunque
con altos niveles de concentración y extranjerización [20] ,
Argentina presenta una mayor diversificación industrial, hoy combinada con una
recuperación de la capacidad de negociación salarial de los sindicatos, en un
contexto de reducción del desempleo y ampliación de las políticas sociales
(especialmente a través del innovador Seguro Universal por Hijo) pero de muy
elevada inflación.
Es en Venezuela donde se han ensayados más políticas, aunque también, de
los tres, es el país donde estos emprendimientos han estado más desarticulados
con las institucionalidad vigente. Vale la pena detenernos aquí, ya que el
socialismo bolivariano es a menudo considerado la experiencia más radical en el
continente. En más de una década, el régimen de Chávez ha ensayado varios
mecanismos -en la primera etapa, “operativos cívicos militares”- para llevar
adelante “procesos de inclusión masivos y acelerados” a través de “una
distribución más justa de la renta petrolera”. Los críticos del rentismo hablan
de la “cultura de campamento” en Venezuela, en la que predominan los operativos
extraordinarios sin continuidad en el tiempo [21] . Pero fue el
propio Chávez quien, admitiendo implícitamente el fracaso de una agenda de
desarrollo poshidrocarburífera, definió al proyecto en marcha como “socialismo
petrolero” [22] .
En ese marco, la receta más exitosa para este fin fueron las misiones
sociales, con mucha repercusión dentro y fuera de Venezuela y cuyo comienzo
está fechado en 2003. Las razones de su implementación estuvieron relacionadas
con la coyuntura política y el propio Chávez relacionó la implementación de las
misiones con las encuestas que le daban perdedor para el revocatorio convocado
para 2004 a iniciativa de la oposición, ante lo cual pidió ayuda a Fidel Castro
para montar una megapolítica social [23] .
Aunque incluso los críticos admiten los efectos positivos de las misiones,
los cuestionamientos remiten a su carácter ad hoc de la
institucionalidad vigente (en general, son financiadas por la petrolera estatal
PDVSA), lo que se justificó en el oficialismo en la necesidad de evitar las
trabas burocráticas y dotarlas de celeridad (el viejo Estado aparece a menudo
como una traba para la revolución que se resuelve creando institucionalidades
paralelas y no poco inestables en términos de continuidad).
Al mismo tiempo, el sistema de salud formal ha enfrentado su peor crisis
entre 2008 y 2009 y las propias autoridades reconocieron el colapso funcional
del sistema sanitario (incluyendo casos de cierre por migración del personal
médico, el mal estado de la infraestructura y la insalubridad y la
inseguridad) [24] . A lo que se suman niveles muy elevados de
inseguridad ciudadana que afectan sobre todo a los sectores populares.
También en Ecuador y Bolivia el modelo podría definirse como una
combinación de extractivismo -con una mayor presencia estatal, vía procesos de
nacionalización [25] -, desarrollismo moderado (sobre todo
infraestructura caminera) y democratización en el reparto de la renta
hidrocarburíferas . En general, también en Argentina, se apuesta por políticas
de transferencia directa de renta (bonos) e infraestructura social (salud,
educación, alimentos a bajo costo, etc.). Pero a pesar de los discursos -que
trasmiten mucho de ilusión desarrollista/industrialista- y ciertos planes de
desarrollo más heterodoxos (sobre todo en Ecuador, al menos en el papel) hay
pocos avances en la elaboración de una agenda posextractivista de mediano o
inclusive de largo plazo.
***
A la luz de este rápido repaso, sin duda hay puentes entre una izquierda
libertaria y los actuales procesos de cambio, pero también hay algunos
precipicios. Es claro que las izquierdas formaron parte de los movimientos
populares que debilitaron al neoliberalismo en las calles y que en Bolivia,
Venezuela, Ecuador y -de manera mucho menos directa y más compleja- en
Argentina habilitaron nuevos gobiernos progresistas. Si estos gobiernos
fracasan lo que vendrá no será “más izquierda” sino tendencias restauracionistas
del viejo orden (aunque en algunos países surgieron renovadas oposiciones de
centroizquierda que complejizan en algo esta afirmación). Sin duda, la vuelta
del Estado, niveles más consistentes de independencia nacional y voluntad de
integración latinoamericana son parte del haber de los nuevos
gobiernos y las izquierdas deberían escapar a las lecturas “antipopulistas”: la
política ha vuelto al centro de la escena y eso es positivo.
Sin duda, es posible observar un proceso de democratización en su sentido
amplio: siguiendo a Tilly, el desarrollo de la confianza política, la
disminución de la autonomía de los centros de poder independiente (los poderes
fácticos) en relación a la producción de las políticas públicas y el aumento de
la igualdad política [26] . Pero eso no debe impedir enfrentar
tendencias efectivas contra la autonomía social derivadas de lógicas
organicistas o procesos de judicialización de la política, ni deberíamos caer
en polarizaciones “fáciles” contra enemigos elegidos por los gobiernos en
función de objetivos a menudo coyunturales.
Lo mismo vale para la economía: si se avanzó en políticas sociales más
amplias no es menos cierto que un proyecto de izquierda debería ir más allá de
perspectivas compensatorias y poner la redistribución en un plano más ligado a
un proyecto de reformas consistente (no es casual que la reforma impositiva
siga siendo una tarea pendiente a excepción de Ecuador). Y eso también vale
para los valores: en Venezuela se ha conformado la llamada “boliburguesía” o
“burguesía bolivariana” en un contexto de elevadísima corrupción y niveles no
menos preocupantes de impunidad. En tanto que en Argentina, el kirchnerismo
(por su propia trayectoria y forma de construcción política) ha habilitado
niveles de pragmatismo político incompatibles con una verdadera reforma
intelectual y moral de la política. Acá habría que decir que criticar la idea
de que “la política es no hacerle asco a nada” (Néstor Kirchner) es sinónimo de
mera candidez intelectual. No hay que perder de vista que la cara oscura del
“retorno de la política” -y esto vale especialmente para Argentina- es el
capitalismo de amigos, una medición “política” de la inflación y la
consolidación de una visión camarillesca del poder.
Un tema aparte es el geopolítico. El apoyo más o menos explícito del bloque
“nacional y popular” a Kadafi o el dictador sirio Bashar al Asad ha colocado a
los gobiernos de Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega y Correa en una posición
hostil hacia la revolución democrática árabe. El hecho de que en un comienzo
Chávez haya admitido que se informó de la situación que vivía Egipto y Túnez a
través de Kadafi y Asad dice mucho de la visión puramente “geopolítica” del
nacionalismo en el poder en contra de una solidaridad internacionalista
efectiva con los pueblos que luchan. Al mismo tiempo, el abrupto giro de Chávez
frente a Colombia, a cuyo gobierno ahora entrega a jefes capturados de las
Farc [27] , advierte sobre la necesidad de no hacer seguidismo y
mantener posiciones críticas e independientes.
Obviamente, el apoyo crítico no es sencillo en la práctica donde a menudo
es difícil posicionarse entre el oficialismo acrítico y la oposición
“destituyente” sin aparentar neutralidad o dar la imagen de purismo
intelectual. Como es sabido, cualquier toma de posición en política tiene
consecuencias que escapan a quien emite cierto discurso. Pero entre meterse
acríticamente en el “barro” para “estar con el pueblo” o mantenerse en una
cómoda torre de marfil hay una variedad de posicionamientos posibles tanto en
términos políticos como intelectuales, sin aceptar un binarismo que en boca de
Bush o de Chávez conduce al mismo resultado: ahogar el pensamiento crítico.
Como señala Guillermo Almeira, llevar a la política una instrucción que
aparecía al lado de los chóferes del transporte colectivo en Argentina: “no
molestar al conductor”.
[1] Eso quedó claro en el apoyo del “moderado” Lula Da Silva al
“radical” Hugo Chávez durante el golpe de 2002 en Venezuela, o en el sostén de
Michelle Bachelet -desde Unsasur- al proceso de cambio en Bolivia durante el
golpe “cívico-prefectural” de 2008.
[2] Sheila Fitzpatrick, La revolución rusa, Siglo XXI,
Buenos Aires, 2005.
[3] Ver Carlos Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda,
Temas, Buenos Aires, 2001.
[4] Fernando Molina, El pensamiento boliviano sobre los
recursos naturales, Pulso, La Paz, 2009.
[5] Walter Mignolo, La idea de América Latina, Gedisa,
Madrid, 2007. Ver Posfacio a la edición española.
[6] Por ejemplo, Yampara ha dicho que las transnacionales deben
“complementarse” con el Estado boliviano, sin reparar en las lógicas del
capitalismo, de la ganancia y en las relaciones de poder.
[7] A veces los aspectos más bizarros de la realidad aportan luces. En
2010, en un debate entre el empresario de la carne y personaje excéntrico
Alberto Samid y un productor agrario cercano al partido socialista de Santa Fe
en el programa televisivo de Luis Majul pudo escucharse este diálogo a los
gritos:
Samid: “Yo soy peronista; apoyé a Menem, a Duhalde y ahora estoy con
Kirchner”
Dirigente rural: “¿Pero cómo podés estar con los que privatizaron y con los
que dicen que hay que volver al Estado?”
Samid: “¡Callate, vendepatria!”
[8] Marc Saint-Upéry, “¿Hay patria para todos? Ambivalencia de lo
público y ‘emergencia plebeya’ en los nuevos gobiernos progresistas”, en Íconos.
Revista de Ciencias Sociales, Nº 32, Flacso, sede académica Ecuador, Quito,
septiembre 2008.
[9] Vanessa Cartaya y Flavio Cartucci, informe para la Fundación
Fridrich Ebert, 2010.
[10] Ernesto Laclau, La razón populista, FCE, Buenos
Aires, 2005.
[11] Walter Curia, El último peronista. La cara oculta de
Kirchner, Sudamericana. Buenos Aires, 2006.
[12] Edgardo Lander, “¿Quién ganó las elecciones parlamentarias en
Venezuela? ¿Estamos ante la última oportunidad de discutir el rumbo del proceso
bolivariano?”, Rebelión, 5-10-2010.
[13] Moira Zuazo, “¿Los movimientos sociales en el poder? El gobierno
del MAS en Bolivia”, Nueva Sociedad, mayo-junio de 2010.
[14] Algo similar puede atribuirse a García Linera en sus más
esporádicas apariciones en el canal estatal, donde da literalmente clases al
país sobre el proyecto de gobierno. Aunque Chávez hace pedagogía en el Aló
Presidente, a menudo lápiz y mapas en mano, está lejos de la clase magistral y
apuesta a un vínculo pedagógico/afectivo y de movilización de emociones con las
bases, mezclando temas de gobierno con un show mucho más multifacético y
argumentalmente bastante caótico.
[15] Franklin Ramírez Gallegos, “Participación y desconfianza política
en la transformación constitucional del Estado ecuatoriano”, ponencia
presentada en el seminario Reforma del Estado en los países andino-amazónicos,
IFEA-PIEB, La Paz, junio de 2009.
[16] Franklin Ramírez G. “Post-neoliberalismo indócil. Agenda pública
y relaciones socio-estatales en el Ecuador de la Revolución Ciudanana”, Revista
Temas y Debates 20, año 14, octubre 2010, Universidad Nacional de
Rosario-CLACSO.
[17] Esto no debería llevarnos de ningún modo a creer que hay algún
punto de comparación biográfico entre estos jóvenes funcionarios y los
combatientes de los años 70.
[18] http://www.americaeconomia.com/negocios-industrias/importaciones-de-alimentos-en-venezuela-ascenderan-us6500m-en-2011
[19] Maristella Svampa y Mirta Antonelli (coord.), Minería
transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales, Biblos,
Buenos Aires, 2009.
[20] Daniel Aspiazy Martín Shorr, “La recuperación salarial en la
Argentina posconvertivilidad”, Nueva Sociedad, enero-febrero 2010.
[21] Rafael Uzcátegui, La revolución como espectáculo. Una
crítica anarquista al gobierno bolivariano, El Libertario- La cucaracha
ilustrada- Malatesta- Tierra del Fuego, Buenos Aires, 2010.
[22] Durante el Aló Presidente 288, el mandatario venezolano explicó
que “estamos empeñados en construir un modelo socialista muy diferente al que
imaginó Marx en el siglo XIX. Ese es nuestro modelo, contar con esta riqueza
petrolera”. Afirmó, además, que “El socialismo petrolero no se puede concebir
sin la actividad petrolera” y que este recurso “le da una configuración
peculiar a nuestro modelo económico” (“Chávez: Estamos construyendo un
socialismo petrolero muy diferente del que imaginó Marx”, Prensa de PDVSA,
29-7-2007, Aporrea, en línea:
http://www.aporrea.org/ideologia/n98719.html)
[23] “Ustedes deben recordar que, producto del golpe y todo el
desgaste aquel, la ingobernabilidad que llegó a un grado alto, la crisis
económica, nuestros propios errores, hubo un momento en el cual nosotros
estuvimos parejitos [con respecto las fuerzas de oposición], o cuidado si por
debajo. Hay una encuestadora internacional recomendada por unos amigos que
vinieron a mitad del 2003, pasaron como dos meses aquí y fueron a Palacio y me
dieron la noticia bomba: ‘Presidente, si el referéndum fuera ahorita usted lo
perdería’. Yo recuerdo que aquella noche para mi fue una bomba aquello…
Entonces fue cuando empezamos a trabajar con las misiones, diseñamos aquí la
primera y empecé a pedirle apoyo a Fidel. Le dije: ‘mira tengo esta idea,
atacar por debajo con toda la fuerza’ y me dijo: ‘Si algo sé yo es de eso,
cuenta con todo mi apoyo.’ Y empezaron a llegar los médicos [cubanos] por
centenares, un puente aéreo, aviones van, aviones vienen y a buscar recursos… Y
empezamos a inventar las misiones… y entonces empezamos a remontar en las
encuestas, y las encuestas no fallan…”Citado en Marta Harnecker, Intervenciones
del Presidente el día 12 de noviembre del 2004 (Aporrea), citado en Uzcátegui,
op. cit.
[24] Cartaya y Cartucci, op. cit.
[25] Con todo, algunos sectores acusan a Chávez de debilitar la
nacionalización de los ‘70 con los contratos de asociación con empresas
transnacionales (ver sitio web www.soberanía.org)
[26] Charles Tilly, Democracia, Akal, Madrid.
[27] “¿Qué significa la deportación del director de Anncol a
Colombia?”, La semana, 26-4-2011,http://www.semana.com/nacion/significa-deportacion-del-director-anncol- colombia/155717-3.aspx
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