miércoles, 19 de septiembre de 2012

DECLARACION (INTRODUCCION)


Toni Negri & Michael Hardt

            Esto no es un manifiesto. Los manifiestos proporcionan la visión de un mundo por llegar pero también crean el sujeto, que aunque ahora solo sea un espectro debe materializarse para que pueda convertirse en agente del cambio. Los manifiestos funcionan como los antiguos profetas, que gracias a su poder visionario crean su propia gente. Los movimientos sociales de hoy han invertido este orden y han vuelto obsoletos tanto a los manifiestos como a los profetas. Los agentes del cambio ya han bajado a las calles y han ocupado las plazas de las ciudades, amenazando y derribando a los gobernantes pero también conjurando visiones de un nuevo mundo. Y lo que es quizás más importante, las multitudes, a través de sus lógicas y sus prácticas, sus eslóganes y sus deseos, han declarado un nuevo conjunto de principios y verdades. ¿Cómo su declaración puede convertirse en la base de la constitución de una sociedad nueva y sostenible? ¿Cómo pueden sus principios y verdades guiarnos en reinventar cómo nos relacionamos entre nosotros y nuestro mundo? En su rebelión, las multitudes deben descubrir el pasaje de la declaración a la constitución.
            A principios de 2011, en las profundidades de las crisis económicas y sociales caracterizadas por una radical desigualdad, el sentido común parecía dictar que confiáramos en las decisiones y la guía de los poderes dominantes, si no queríamos que cayeran sobre nosotros desastres aún más terribles. Los gobiernos y poderes financieros puede que sean tiranos, y que hayan sido los principales responsables en la creación de las crisis, pero no teníamos elección. Sin embargo, a lo largo de 2011, una serie de luchas sociales hicieron añicos este sentido común y empezaron a construir uno nuevo. Occupy Wall Street fue el más visible pero fue solo un momento en un ciclo de luchas que desplazaron el terreno del debate político y abrieron nuevas posibilidades para la acción política a lo largo del año.
            Dos mil once comenzó pronto. El 17 de diciembre de 2010 en Sidi Bouzid, Túnez, el vendedor callejero de veintiséis años Mohamed Bouazizi, que dicen que había obtenido una licenciatura en ciencias informáticas, se prendió fuego. A finales de mes, las revueltas de masas se habían extendido en Túnez con el reclamo de “Ben Ali dégage!” y efectivamente a mediados de enero, Zine el-Abidine Ben Ali ya se había marchado. Los egipcios tomaron el relevo y, con decenas y centenares de miles saliendo regularmente a las calles desde finales de enero, exigieron que Hosni Mubarak se fuera también. La Plaza Tahrir de El Cairo fue ocupada durante apenas dieciocho días antes de que Mubarak abandonase el poder.
            Las protestas contra los regímenes represivos se expandieron rápidamente a otros países en el Norte de África y en el Medio Oriente, incluyendo Baréin y Yemen y finalmente Libia y Siria, pero la chispa inicial en Túnez y Egipto también prendió más lejos. Los manifestantes que ocuparon la sede del gobierno estatal en Wisconsin en febrero y marzo expresaron su solidaridad y reconocieron la influencia de sus homólogos en El Cairo, pero el paso crucial comenzó a darse el 15 de Mayo con las ocupaciones de las plazas centrales en Madrid y Barcelona de los llamados indignados. Las acampadas españolas se inspiraron en las revueltas tunecinas y egipcias y llevaron a cabo sus luchas en formas nuevas. Frente al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero reclamaron “Democracia real ya”, rechazando la representación de todos los partidos políticos, y transmitiendo una amplia gama de protestas sociales, desde la corrupción de los bancos al paro, desde la falta de servicios sociales al insuficiente acceso a la vivienda y la injusticia de los desahucios. Millones de españoles participaron en el movimiento, y la amplia mayoría de la población apoyó sus demandas. En las plazas ocupadas los indignados organizaron asambleas para tomar decisiones y comisiones de investigación para explorar un amplio abanico de asuntos sociales.
            Incluso antes de que se desmantelasen los campamentos en la Puerta del Sol de Madrid, los griegos habían tomado el bastón de mando de los indignados y ocuparon la plaza Sintagma en Atenas para protestar contra las medidas de austeridad. Poco después, las carpas brotaron en el bulevar Rothschild de Tel Aviv para reclamar justicia social y bienestar para los israelíes. A principios de agosto, después de que la policía británica matase de un disparo a un ciudadano negro, en Tottenham estallaron revueltas que pronto se extendieron por toda Inglaterra.
            Cuando unos pocos centenares de ocupantes pioneros trajeron sus tiendas de campaña al Parque Zuccotti de Nueva York el 17 de septiembre, entonces fueron ellos quienes tomaron el relevo. Y efectivamente sus acciones y la expansión de los movimientos en los Estados Unidos y en todo el mundo deben entenderse con la experiencia de aquel año a sus espaldas.
            Muchos de los que no tomaron parte en las luchas tendrán problemas para apreciar las conexiones en esta lista de acontecimientos. Las rebeliones norafricanas se opusieron a regímenes opresivos y sus demandas se centraron en el derrocamiento de los tiranos, mientras las muy diversas demandas sociales de las acampadas en Europa, Estados Unidos e Israel se dirigieron a sistemas constitucionales representativos. Además, las protestas de las tiendas de acampada en Israel (¡no lo llames una ocupación!) sopesó sus peticiones con delicadeza para permanecer en silencio sobre las cuestiones de los asentamientos y los derechos de los palestinos; los griegos se están enfrentando a una crisis de la deuda soberana y a medidas de austeridad de proporciones históricas; y la indignación de los alborotadores británicos se dirigió a una larga historia de jerarquías raciales, y ni siquiera armaron tiendas.
            Cada una de estas luchas es singular y se orientó hacia condiciones locales específicas. Lo primero que hay que notar, no obstante, es que de hecho se hablaron las unas a las otras. Los egipcios, por supuesto, recorrieron claramente senderos que ya habían caminado los tunecinos y adoptaron sus eslóganes, pero los ocupantes de la Puerta del Sol también pensaron en su lucha como portadora de las experiencias de la gente de Tahrir. A su vez, los ojos de Atenas y Tel Aviv se centraron en las experiencias de Madrid y El Cairo. Los ocupantes de Wall Street tuvieron todas ellas en cuenta, traduciendo, por ejemplo, la lucha contra el tirano en una lucha contra la tiranía de las finanzas. Puede pensarse que simplemente estuvieran engañados y que hubieran olvidado las diferencias en sus respectivas situaciones y demandas. Creemos, sin embargo, que ellos tienen una visión más clara que los que están fuera de las luchas, y ellos pueden sostener sin contradicción sus condiciones singulares y las batallas locales con la lucha común global.
            El hombre invisible de Ralph Ellison, después de una dura jornada en una sociedad racista, desarrolló la habilidad de comunicarse con los otros en la lucha. “¿Quién sabe” concluye Ellison el narrador, "si en el fondo no hablo también por ustedes, aunque sea en las bajas frecuencias?". Hoy también aquellos en lucha comunican en las frecuencias bajas pero, a diferencia de la época de Ellison, nadie habla por ellos. Las bajas frecuencias son ondas abiertas para todos. Y algunos mensajes solo pueden ser oídos por aquellos en lucha.
            Por supuesto, estos movimientos comparten una serie de características, la más obvia de las cuales es la estrategia de las acampadas o de la ocupación. Hace una década los movimientos de la alterglobalización eran nómadas. Migraban de una cumbre a la siguiente, iluminando las injusticias y la naturaleza antidemocrática de una serie de instituciones clave del sistema de poder global: la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y los líderes nacionales del G8, entre otros. El ciclo de luchas que comenzó en 2011, en contraste, es sedentario. Frente a la itinerancia de acuerdo con el calendario de las cumbres, estos movimientos se quedan ahí y, de hecho, rechazan moverse. Su inmovilidad se debe en parte al hecho de que estén tan profundamente arraigados en las cuestiones sociales locales y nacionales.
            Estos movimientos comparten también su organización interna como multitud. Los corresponsales de la prensa internacional buscaban desesperadamente en Túnez y Egipto un líder de los movimientos. Durante el período más intenso de la ocupación de la Plaza Tahrir Square, por ejemplo, cada día presumían que una figura diferente era el líder real: un día era Mohamed ElBaradei, el ganador del Premio Nobel, al día siguiente era el ejecutivo de Google Wael Ghonim, y así sucesivamente. Lo que los medios no podían entender o aceptar era que no había líderes en la Plaza Tahrir. El rechazo de los movimientos a tener un líder fue reconocible a lo largo del año pero quizás fue más pronunciado en Wall Street. Una serie de intelectuales y famosos apareció en el Parque Zuccotti, pero nadie podía considerar a ninguno de ellos líderes; eran invitados de la multitud. Desde El Cairo y Madrid a Atenas y New York, los movimientos desarrollaron en cambio mecanismos horizontales de organización. No construyeron cuarteles o formaron comités centrales sino que se extendieron como enjambres, y lo más importante, crearon prácticas democráticas de toma de decisiones de modo que todos los participantes pudieran liderar juntos.
            Una tercera característica que exhiben los movimientos, aunque en formas diferentes, es que lo que concebimos como una lucha por el común. Lo cual se expresó en algunos casos en llamas. Cuando Mohamed Bouazizi se prendió fuego, su protesta se entendió que se dirigía no sólo contra el abuso que sufrió en manos de la policía local sino también contra la difícil situación social y económica que compartían los trabajadores en el país, muchos de los cuales son incapaces de encontrar un trabajo adecuado a su educación. De hecho tanto en Túnez como en Egipto los gritos que exigían la salida del tirano volvieron a muchos observadores sordos frente a las profundas cuestiones sociales y económicas en juego en los movimientos, así como a las acciones cruciales de los sindicatos. Los fuegos de agosto de los disturbios de Londres también expresaron la protesta frente al actual orden económico y social. Como los amotinados de París en 2005 y en Los Ángeles más de una década antes, la indignación de los británicos respondió a un conjunto complejo de cuestiones sociales, el más central de los cuales es la subordinación racial. Pero la quema y el saqueo en cada uno de estos casos también responde al poder de las mercancías y al gobierno de la propiedad, que en sí mismos son con frecuencia, por supuesto, vehículos de subordinación racial. Estas son las luchas por el común, entonces, en el sentido de que contestan las injusticias del neoliberalismo y, en última instancia, el gobierno de la propiedad privada. Pero ello no las hace socialistas. De hecho, vemos muy poco de los tradicionales movimientos socialistas en este ciclo de luchas. Y del mismo modo que las luchas por el común contestan el dominio de la propiedad privada, igualmente se oponen a la dominación de la propiedad pública y el control del Estado.
            En este panfleto pretendemos tratar los deseos y los logros del ciclo de luchas que estalló en 2011, pero lo hacemos sin analizarlos directamente. En cambio empezamos investigando las condiciones sociales y políticas generales en las que surgen. Nuestro punto de ataque aquí son las formas dominantes de subjetividad que se producen en el contexto de las actuales crisis sociales y políticas. Nos referimos a cuatro figuras subjetivas primarias — el sujeto endeudado, el mediatizado,el asegurado y el representado—todos los cuales están empobrecidos mientras sus poderes para la acción social aparecen enmascarados y mistificados.
            Creemos que los movimientos de revuelta y de rebelión nos aportan los medios no sólo para rechazar los regímenes represivos bajo los cuales estas figuras subjetivas sufren sino también para invertir estas subjetividades en figuras de poder. En otras palabras, descubren nuevas formas de independencia y seguridad en el terreno económico y también en los terrenos sociales y comunicativos, que conjuntamente generan el potencial para deshacerse de los sistemas de representación política y reafirmar sus propios poderes de acción democrática. Estos son algunos de los logros que los movimientos ya han conseguido y que pueden desarrollar aún más.
            No obstante, para consolidar y aumentar los poderes de dichas subjetividades es necesario dar otro paso. Los movimientos, en efecto, ya proporcionan una serie de principios constitucionales que pueden ser la base de un proceso constituyente. Uno de los elementos más radicales y de mayor alcance de este ciclo de movimientos, por ejemplo, ha sido el rechazo de la representación y la construcción en su lugar de esquemas de participación democrática. Estos movimientos también dan nuevos significados a la libertad, a nuestra relación con el común y a una serie de acuerdos políticos centrales, que exceden ampliamente los límites de las actuales constituciones republicanas. Estos significados ya están pasando a formar parte de un nuevo sentido común. Son principios fundacionales que ya consideramos derechos inalienables, como aquellos que se anunciaron en el transcurso de las revoluciones del siglo XVIII.
            La tarea no consiste en codificar nuevas relaciones sociales en un orden fijo, sino crear en su lugar un proceso constituyente que organice dichas relaciones y las haga duraderas, al tiempo que fomenta futuras innovaciones y permanece abierto a los deseos de las multitudes. Los movimientos han declarado una nueva independencia, y un poder constituyente debe llevarla a cabo.
(Del libro DECLARATION, Toni Negri & Michael Hardt, Mayo 2012) Traduccion: Santiago Arcos
Desde este link se puede descargar completo en su versión inglesa.

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