Toni Negri & Michael Hardt
Esto no es un manifiesto. Los manifiestos proporcionan la
visión de un mundo por llegar pero también crean el sujeto, que aunque ahora
solo sea un espectro debe materializarse para que pueda convertirse en agente
del cambio. Los manifiestos funcionan como los antiguos profetas, que gracias a
su poder visionario crean su propia gente. Los movimientos sociales de hoy han
invertido este orden y han vuelto obsoletos tanto a los manifiestos como a los
profetas. Los agentes del cambio ya han bajado a las calles y han ocupado las
plazas de las ciudades, amenazando y derribando a los gobernantes pero también
conjurando visiones de un nuevo mundo. Y lo que es quizás más importante, las
multitudes, a través de sus lógicas y sus prácticas, sus eslóganes y sus
deseos, han declarado un nuevo conjunto de principios y verdades. ¿Cómo su declaración
puede convertirse en la base de la constitución de una sociedad nueva y
sostenible? ¿Cómo pueden sus principios y verdades guiarnos en reinventar cómo
nos relacionamos entre nosotros y nuestro mundo? En su rebelión, las multitudes
deben descubrir el pasaje de la declaración a la constitución.
A
principios de 2011, en las profundidades de las crisis económicas y sociales
caracterizadas por una radical desigualdad, el sentido común parecía dictar que
confiáramos en las decisiones y la guía de los poderes dominantes, si no
queríamos que cayeran sobre nosotros desastres aún más terribles. Los gobiernos
y poderes financieros puede que sean tiranos, y que hayan sido los principales
responsables en la creación de las crisis, pero no teníamos elección. Sin
embargo, a lo largo de 2011, una serie de luchas sociales hicieron añicos este
sentido común y empezaron a construir uno nuevo. Occupy Wall Street fue el más
visible pero fue solo un momento en un ciclo de luchas que desplazaron el
terreno del debate político y abrieron nuevas posibilidades para la acción
política a lo largo del año.
Dos
mil once comenzó pronto. El 17 de diciembre de 2010 en Sidi Bouzid, Túnez, el
vendedor callejero de veintiséis años Mohamed Bouazizi, que dicen que había
obtenido una licenciatura en ciencias informáticas, se prendió fuego. A finales
de mes, las revueltas de masas se habían extendido en Túnez con el reclamo de
“Ben Ali dégage!” y efectivamente a mediados de enero, Zine el-Abidine Ben Ali
ya se había marchado. Los egipcios tomaron el relevo y, con decenas y
centenares de miles saliendo regularmente a las calles desde finales de enero,
exigieron que Hosni Mubarak se fuera también. La Plaza Tahrir de El Cairo fue
ocupada durante apenas dieciocho días antes de que Mubarak abandonase el poder.
Las
protestas contra los regímenes represivos se expandieron rápidamente a otros
países en el Norte de África y en el Medio Oriente, incluyendo Baréin y Yemen y
finalmente Libia y Siria, pero la chispa inicial en Túnez y Egipto también
prendió más lejos. Los manifestantes que ocuparon la sede del gobierno estatal
en Wisconsin en febrero y marzo expresaron su solidaridad y reconocieron la
influencia de sus homólogos en El Cairo, pero el paso crucial comenzó a darse
el 15 de Mayo con las ocupaciones de las plazas centrales en Madrid y Barcelona
de los llamados indignados. Las acampadas españolas se inspiraron en las
revueltas tunecinas y egipcias y llevaron a cabo sus luchas en formas nuevas.
Frente al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero reclamaron “Democracia real
ya”, rechazando la representación de todos los partidos políticos, y
transmitiendo una amplia gama de protestas sociales, desde la corrupción de los
bancos al paro, desde la falta de servicios sociales al insuficiente acceso a
la vivienda y la injusticia de los desahucios. Millones de españoles
participaron en el movimiento, y la amplia mayoría de la población apoyó sus
demandas. En las plazas ocupadas los indignados organizaron asambleas para
tomar decisiones y comisiones de investigación para explorar un amplio abanico
de asuntos sociales.
Incluso
antes de que se desmantelasen los campamentos en la Puerta del Sol de Madrid,
los griegos habían tomado el bastón de mando de los indignados y ocuparon la
plaza Sintagma en Atenas para protestar contra las medidas de austeridad. Poco
después, las carpas brotaron en el bulevar Rothschild de Tel Aviv para reclamar
justicia social y bienestar para los israelíes. A principios de agosto, después
de que la policía británica matase de un disparo a un ciudadano negro, en
Tottenham estallaron revueltas que pronto se extendieron por toda Inglaterra.
Cuando
unos pocos centenares de ocupantes pioneros trajeron sus tiendas de campaña al
Parque Zuccotti de Nueva York el 17 de septiembre, entonces fueron ellos
quienes tomaron el relevo. Y efectivamente sus acciones y la expansión de los
movimientos en los Estados Unidos y en todo el mundo deben entenderse con la
experiencia de aquel año a sus espaldas.
Muchos
de los que no tomaron parte en las luchas tendrán problemas para apreciar las
conexiones en esta lista de acontecimientos. Las rebeliones norafricanas se
opusieron a regímenes opresivos y sus demandas se centraron en el derrocamiento
de los tiranos, mientras las muy diversas demandas sociales de las acampadas en
Europa, Estados Unidos e Israel se dirigieron a sistemas constitucionales
representativos. Además, las protestas de las tiendas de acampada en Israel
(¡no lo llames una ocupación!) sopesó sus peticiones con delicadeza para
permanecer en silencio sobre las cuestiones de los asentamientos y los derechos
de los palestinos; los griegos se están enfrentando a una crisis de la deuda
soberana y a medidas de austeridad de proporciones históricas; y la indignación
de los alborotadores británicos se dirigió a una larga historia de jerarquías
raciales, y ni siquiera armaron tiendas.
Cada
una de estas luchas es singular y se orientó hacia condiciones locales
específicas. Lo primero que hay que notar, no obstante, es que de hecho se
hablaron las unas a las otras. Los egipcios, por supuesto, recorrieron
claramente senderos que ya habían caminado los tunecinos y adoptaron sus
eslóganes, pero los ocupantes de la Puerta del Sol también pensaron en su lucha
como portadora de las experiencias de la gente de Tahrir. A su vez, los ojos de
Atenas y Tel Aviv se centraron en las experiencias de Madrid y El Cairo. Los
ocupantes de Wall Street tuvieron todas ellas en cuenta, traduciendo, por
ejemplo, la lucha contra el tirano en una lucha contra la tiranía de las
finanzas. Puede pensarse que simplemente estuvieran engañados y que hubieran
olvidado las diferencias en sus respectivas situaciones y demandas. Creemos,
sin embargo, que ellos tienen una visión más clara que los que están fuera de
las luchas, y ellos pueden sostener sin contradicción sus condiciones
singulares y las batallas locales con la lucha común global.
El
hombre invisible de Ralph Ellison, después de una dura jornada en una sociedad
racista, desarrolló la habilidad de comunicarse con los otros en la lucha.
“¿Quién sabe” concluye Ellison el narrador, "si en el fondo no hablo
también por ustedes, aunque sea en las bajas frecuencias?". Hoy también
aquellos en lucha comunican en las frecuencias bajas pero, a diferencia de la
época de Ellison, nadie habla por ellos. Las bajas frecuencias son ondas
abiertas para todos. Y algunos mensajes solo pueden ser oídos por aquellos en
lucha.
Por
supuesto, estos movimientos comparten una serie de características, la más
obvia de las cuales es la estrategia de las acampadas o de la ocupación. Hace
una década los movimientos de la alterglobalización eran nómadas. Migraban de
una cumbre a la siguiente, iluminando las injusticias y la naturaleza
antidemocrática de una serie de instituciones clave del sistema de poder
global: la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional,
el Banco Mundial, y los líderes nacionales del G8, entre otros. El ciclo de
luchas que comenzó en 2011, en contraste, es sedentario. Frente a la
itinerancia de acuerdo con el calendario de las cumbres, estos movimientos se
quedan ahí y, de hecho, rechazan moverse. Su inmovilidad se debe en parte al
hecho de que estén tan profundamente arraigados en las cuestiones sociales
locales y nacionales.
Estos
movimientos comparten también su organización interna como multitud. Los
corresponsales de la prensa internacional buscaban desesperadamente en Túnez y
Egipto un líder de los movimientos. Durante el período más intenso de la
ocupación de la Plaza Tahrir Square, por ejemplo, cada día presumían que una
figura diferente era el líder real: un día era Mohamed ElBaradei, el ganador
del Premio Nobel, al día siguiente era el ejecutivo de Google Wael Ghonim, y
así sucesivamente. Lo que los medios no podían entender o aceptar era que no
había líderes en la Plaza Tahrir. El rechazo de los movimientos a tener un
líder fue reconocible a lo largo del año pero quizás fue más pronunciado en
Wall Street. Una serie de intelectuales y famosos apareció en el Parque
Zuccotti, pero nadie podía considerar a ninguno de ellos líderes; eran
invitados de la multitud. Desde El Cairo y Madrid a Atenas y New York, los
movimientos desarrollaron en cambio mecanismos horizontales de organización. No
construyeron cuarteles o formaron comités centrales sino que se extendieron
como enjambres, y lo más importante, crearon prácticas democráticas de toma de
decisiones de modo que todos los participantes pudieran liderar juntos.
Una
tercera característica que exhiben los movimientos, aunque en formas
diferentes, es que lo que concebimos como una lucha por el común. Lo cual se
expresó en algunos casos en llamas. Cuando Mohamed Bouazizi se prendió fuego,
su protesta se entendió que se dirigía no sólo contra el abuso que sufrió en
manos de la policía local sino también contra la difícil situación social y
económica que compartían los trabajadores en el país, muchos de los cuales son
incapaces de encontrar un trabajo adecuado a su educación. De hecho tanto en
Túnez como en Egipto los gritos que exigían la salida del tirano volvieron a
muchos observadores sordos frente a las profundas cuestiones sociales y
económicas en juego en los movimientos, así como a las acciones cruciales de
los sindicatos. Los fuegos de agosto de los disturbios de Londres también
expresaron la protesta frente al actual orden económico y social. Como los
amotinados de París en 2005 y en Los Ángeles más de una década antes, la
indignación de los británicos respondió a un conjunto complejo de cuestiones
sociales, el más central de los cuales es la subordinación racial. Pero la
quema y el saqueo en cada uno de estos casos también responde al poder de las
mercancías y al gobierno de la propiedad, que en sí mismos son con frecuencia,
por supuesto, vehículos de subordinación racial. Estas son las luchas por el
común, entonces, en el sentido de que contestan las injusticias del
neoliberalismo y, en última instancia, el gobierno de la propiedad privada.
Pero ello no las hace socialistas. De hecho, vemos muy poco de los
tradicionales movimientos socialistas en este ciclo de luchas. Y del mismo modo
que las luchas por el común contestan el dominio de la propiedad privada,
igualmente se oponen a la dominación de la propiedad pública y el control del
Estado.
En
este panfleto pretendemos tratar los deseos y los logros del ciclo de luchas
que estalló en 2011, pero lo hacemos sin analizarlos directamente. En cambio
empezamos investigando las condiciones sociales y políticas generales en las
que surgen. Nuestro punto de ataque aquí son las formas dominantes de
subjetividad que se producen en el contexto de las actuales crisis sociales y
políticas. Nos referimos a cuatro figuras subjetivas primarias — el sujeto
endeudado, el mediatizado,el asegurado y el representado—todos los cuales están
empobrecidos mientras sus poderes para la acción social aparecen enmascarados y
mistificados.
Creemos
que los movimientos de revuelta y de rebelión nos aportan los medios no sólo
para rechazar los regímenes represivos bajo los cuales estas figuras subjetivas
sufren sino también para invertir estas subjetividades en figuras de poder. En
otras palabras, descubren nuevas formas de independencia y seguridad en el
terreno económico y también en los terrenos sociales y comunicativos, que
conjuntamente generan el potencial para deshacerse de los sistemas de
representación política y reafirmar sus propios poderes de acción democrática.
Estos son algunos de los logros que los movimientos ya han conseguido y que
pueden desarrollar aún más.
No
obstante, para consolidar y aumentar los poderes de dichas subjetividades es
necesario dar otro paso. Los movimientos, en efecto, ya proporcionan una serie
de principios constitucionales que pueden ser la base de un proceso
constituyente. Uno de los elementos más radicales y de mayor alcance de este
ciclo de movimientos, por ejemplo, ha sido el rechazo de la representación y la
construcción en su lugar de esquemas de participación democrática. Estos
movimientos también dan nuevos significados a la libertad, a nuestra relación
con el común y a una serie de acuerdos políticos centrales, que exceden
ampliamente los límites de las actuales constituciones republicanas. Estos
significados ya están pasando a formar parte de un nuevo sentido común. Son
principios fundacionales que ya consideramos derechos inalienables, como aquellos
que se anunciaron en el transcurso de las revoluciones del siglo XVIII.
La
tarea no consiste en codificar nuevas relaciones sociales en un orden fijo,
sino crear en su lugar un proceso constituyente que organice dichas relaciones
y las haga duraderas, al tiempo que fomenta futuras innovaciones y permanece
abierto a los deseos de las multitudes. Los movimientos han declarado una nueva
independencia, y un poder constituyente debe llevarla a cabo.
(Del libro DECLARATION, Toni Negri & Michael Hardt, Mayo 2012) Traduccion: Santiago Arcos
Desde este link se puede descargar completo en su versión inglesa.
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