lunes, 3 de septiembre de 2012

Los estudiantes chilenos no le temen a la policía


Nicolas Slachevsky
Contra todo pronóstico de sociólogos y cientistas políticos,  el movimiento estudiantil chileno, luego de un principio de año más bien frío y nublado por las negociaciones infructuosas de los representantes de federaciones con el poder político, vuelve a rehusarse a la condición de mero alumnado, declarándose en paro, tomándose los colegios y ocupando las calles. Primero fueron los liceos públicos, terminadas las vacaciones de invierno, remeciendo la quietud de los universitarios, obligando a admitir la esterilidad de las negociaciones en el congreso y poniendo en evidencia la insuficiencia de la representatividad dentro de los movimientos cuyo poder se haya necesariamente en la expresión de la multitud como multitud. Este fue el puntapié inicial para que, luego, paros y tomas se extendieran a las Universidades, movimiento originado de los mismos estudiantes en apoyo a los secundarios movilizados y arrastrando consigo, solo en un segundo momento, las cabezas de las federaciones estudiantiles.
Pareciera ser una constante del poder el reconocer las luchas pasadas para incorporarlas a su órbita, y ya el año pasado, cuando las calles estuvieron colmadas por la exigencia de gratuidad en la educación, Estado y aparatos ideológicos, sin disminuir la intensidad de la represión, dieron la imagen de lo falso que en la medida que era nombrado debía ser admitido inmediatamente como lo real, consintiendo la validez de la movilización estudiantil  a través del reconocimiento espectacular de las luchas como un movimiento exclusivo por la calidad de la educación (y “en el mundo realmente invertido, lo real es un momento de lo falso”). Esta vez, sin embargo, el conflicto renace evidenciando, por una parte, las posiciones enfrentadas con una intensidad renovada, al mismo tiempo que en el seno de la lucha misma explota el potencial político latente, a través del cual se vislumbra con cierta claridad la realidad de la explotación en las estructuras educativas dentro de las cuales se están dando estas peleas, y se crean nuevas formas de asociación entre los estudiantes que exceden las demandas concretas, enmarcadas dentro del sistema educativo tradicional y de un republicanismo no extraño al capitalismo.
Concretamente, podríamos decir que las demandas de este año, alrededor de las cuales se han unido las federaciones universitarias con los centros de alumnos de los colegios y se han organizado las recientes movilizaciones, las “5 exigencias para avanzar hacia un nuevo sistema educacional”, no presenta grandes cambios respecto de las exigencias del año 2011. Así, tomando los puntos más fuertes del petitorio, vemos que el horizonte final de las movilizaciones sería la desmunicipalización de los colegios, la gratuidad de la educación básica a superior, el fin al lucro y una mayor participación democrática de estudiantes y trabajadores en las instituciones educativas. El gobierno, por su parte, se ha visto sacado del cariz tecnócrata que con la designación del actual ministro había querido pintar la discusión sobre educación, o más bien, ha demostrado en qué medida la tecnocracia es el barniz ideológico del liberalismo (su forma neutra, original de gobierno), y desde entonces se esmera en mantener posiciones, negándose categóricamente a admitir los cambios exigidos por el estudiantado y encomendándose definitiva y finalmente a la misión histórica del liberalismo en Chile. Y habiendo éste nacido de la sangre, no se desprende, aún hoy, de la amenaza.
Es, quizás, sobre este punto que la agudeza del conflicto se deja presentir en su trama biopolítica. Recientemente, luego de desalojar por segunda o tercera vez los liceos más tradicionales y a fin de evitar nuevas tomas, se puso a la policía a vigilar la entrada a estos y resguardar el funcionamiento de las clases, evidenciando con crudeza cierta condición de las instituciones educativas común a las cárceles y las industrias: el control y la explotación. En efecto, si bien no se puede hablar aún de la articulación de discursos en este sentido, la prolongación de las luchas estudiantiles, la globalidad de las demandas y la profundidad de las experiencias de lucha pareciera ir necesariamente más allá de la cuestión de clases dentro del estudiantado para confirmar la conformación del estudiantado en clase. Esta idea no es antojadiza, y tanto la realidad de la producción y capitalización de los conocimientos, en el mundo, y de la educación, en Chile, como la intensificación de los mecanismos de control en las instituciones educativas y la elaboración de discursos sobre la calidad en educación bajo el patrón clásico de los discursos de la productividad, evidencian un lugar en la producción que concierne exclusivamente al estudiantado (dentro de una cadena que comprende académicos, sostenedores y apoderados) y  una explotación sostenida que, con ocasión de las luchas y a través del espectáculo del discurso de la calidad y el nefasto sentido común que afecta el pensamiento sobre la educación, el Estado se encuentra hoy refinando.
Así, pues, el movimiento estudiantil en Chile ha revelado cierta lucha que es una lucha de clases. El gobierno intensifica la represión y toma conciencia del peligro que un movimiento como este puede desencadenar cuando excede el carácter de mero movimiento reivindicativo, y efectivamente ese es el camino que pareciera abrirse cuando las reivindicaciones son imposibles de llevar a cabo, tal como ya dijimos, para un liberalismo tan ideologizado como el chileno. Por eso que hoy se pasa por el congreso una ley especial que pretende penalizar con hasta tres años de cárcel a quienes sean detenidos con el rostro cubierto (encapuchado) en manifestaciones, a quienes convoquen a protestas no autorizadas, a quienes bloqueen los servicios públicos y quienes ocupen los colegios; en fin, persiguiendo todo aquello que escape al consentimiento tutelar del Estado.
Del otro lado, sin embargo, las experiencias de lucha han ido creciendo y cuajando; se ha comenzado a tomar conciencia de una condición común dentro de las luchas, más allá de la concertación contingente alrededor de un determinado número de demandas; se han desarrollado nuevas formas de solidaridad y de autogestión a nivel cotidiano, desde las ollas de comida en las tomas a la autoformación en los mismos colegios ocupados, para enfrentar las pruebas de selección universitaria y, aun más, formarse en conocimientos no curriculares y de común interés entre los compañeros, dando luces de una lucha que en su mismo andar supera y destruye las formas de educación, subjetivación y asociatividad capitalistas.
En estos días (el 25 de Agosto) recordamos que hace un año el estudiante Manuel Gutiérrez fue asesinado por la policía en un día de protesta. A la entrada de un colegio de mujeres tomado de Santiago, un lienzo parafrasea la canción “Te recuerdo Amanda”, de Victor Jara, diciendo “Suena la campana / de vuelta al colegio (donde en la original dice “al trabajo”) / muchos no volvieron / tampoco Manuel”. Los dirigentes de la Confech, la confederación de estudiantes universitarios más importante del país, pidieron hace pocos días que los “encapuchados” no se presentaran en las próximas movilizaciones convocadas para el día 28 de Agosto, como acatando al gobierno en su política divisionista y desesperada en afirmar que este no es más que un movimiento reivindicativo. Pero las reacciones de rechazo a estas declaraciones de parte de los estudiantes movilizados en los medios sociales dan cuenta por sí solos que lo que se está poniendo en juego en la lucha de los estudiantes chilenos excede la representación de las dirigencias para negociar y realizar un determinado número de demandas; que lo que ha empezado es un movimiento propiamente tal, cuya perspectiva se está dirimiendo hacia el movimiento mismo como experiencia que busca atacar y salir de la órbita del capital; que, como tal, el movimiento se compone de una multitud de expresiones, prácticas y deseos, y que no puede ser comprendido meramente como arma de negociación de las dirigencias frente al gobierno; que se está tomando conciencia de que una nueva educación no es simplemente la que el Estado tiene que brindar de manera gratuita, cuestión que debe ser considerada, simplemente, como un requisito básico dentro de las formas actuales de juego capitalista, aquello a lo que los chicago boys nos redujeron,  pero que en el movimiento mismo se está construyendo una nueva educación y se está educando; que la explotación debe ser combatida en todas sus formas, y que esa es la raíz de la verdadera lucha que se está dando en las calles y los establecimientos.
(Publicado en Uninomade 2.0)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.