Nicolas
Slachevsky
Contra todo pronóstico de sociólogos y
cientistas políticos, el movimiento
estudiantil chileno, luego de un principio de año más bien frío y nublado por
las negociaciones infructuosas de los representantes de federaciones con el
poder político, vuelve a rehusarse a la condición de mero alumnado, declarándose
en paro, tomándose los colegios y ocupando las calles. Primero fueron los
liceos públicos, terminadas las vacaciones de invierno, remeciendo la quietud
de los universitarios, obligando a admitir la esterilidad de las negociaciones
en el congreso y poniendo en evidencia la insuficiencia de la representatividad
dentro de los movimientos cuyo poder se haya necesariamente en la expresión de
la multitud como multitud. Este fue el puntapié inicial para que, luego, paros
y tomas se extendieran a las Universidades, movimiento originado de los mismos
estudiantes en apoyo a los secundarios movilizados y arrastrando consigo, solo
en un segundo momento, las cabezas de las federaciones estudiantiles.
Pareciera ser una constante del poder
el reconocer las luchas pasadas para incorporarlas a su órbita, y ya el año
pasado, cuando las calles estuvieron colmadas por la exigencia de gratuidad en
la educación, Estado y aparatos ideológicos, sin disminuir la intensidad de la
represión, dieron la imagen de lo falso que en la medida que era nombrado debía
ser admitido inmediatamente como lo real, consintiendo la validez de la
movilización estudiantil a través del
reconocimiento espectacular de las luchas como un movimiento exclusivo por la
calidad de la educación (y “en el mundo realmente invertido, lo real es un
momento de lo falso”). Esta vez, sin embargo, el conflicto renace evidenciando,
por una parte, las posiciones enfrentadas con una intensidad renovada, al mismo
tiempo que en el seno de la lucha misma explota el potencial político latente,
a través del cual se vislumbra con cierta claridad la realidad de la
explotación en las estructuras educativas dentro de las cuales se están dando
estas peleas, y se crean nuevas formas de asociación entre los estudiantes que
exceden las demandas concretas, enmarcadas dentro del sistema educativo
tradicional y de un republicanismo no extraño al capitalismo.
Concretamente, podríamos decir que las
demandas de este año, alrededor de las cuales se han unido las federaciones
universitarias con los centros de alumnos de los colegios y se han organizado
las recientes movilizaciones, las “5 exigencias para avanzar hacia un nuevo
sistema educacional”, no presenta grandes cambios respecto de las exigencias
del año 2011. Así, tomando los puntos más fuertes del petitorio, vemos que el
horizonte final de las movilizaciones sería la desmunicipalización de los
colegios, la gratuidad de la educación básica a superior, el fin al lucro y una
mayor participación democrática de estudiantes y trabajadores en las
instituciones educativas. El gobierno, por su parte, se ha visto sacado del
cariz tecnócrata que con la designación del actual ministro había querido
pintar la discusión sobre educación, o más bien, ha demostrado en qué medida la
tecnocracia es el barniz ideológico del liberalismo (su forma neutra, original
de gobierno), y desde entonces se esmera en mantener posiciones, negándose
categóricamente a admitir los cambios exigidos por el estudiantado y
encomendándose definitiva y finalmente a la misión histórica del liberalismo en
Chile. Y habiendo éste nacido de la sangre, no se desprende, aún hoy, de la
amenaza.
Es, quizás, sobre este punto que la
agudeza del conflicto se deja presentir en su trama biopolítica. Recientemente,
luego de desalojar por segunda o tercera vez los liceos más tradicionales y a
fin de evitar nuevas tomas, se puso a la policía a vigilar la entrada a estos y
resguardar el funcionamiento de las clases, evidenciando con crudeza cierta
condición de las instituciones educativas común a las cárceles y las
industrias: el control y la explotación. En efecto, si bien no se puede hablar
aún de la articulación de discursos en este sentido, la prolongación de las
luchas estudiantiles, la globalidad de las demandas y la profundidad de las
experiencias de lucha pareciera ir necesariamente más allá de la cuestión de
clases dentro del estudiantado para confirmar la conformación del estudiantado
en clase. Esta idea no es antojadiza, y tanto la realidad de la producción y
capitalización de los conocimientos, en el mundo, y de la educación, en Chile,
como la intensificación de los mecanismos de control en las instituciones
educativas y la elaboración de discursos sobre la calidad en educación bajo el
patrón clásico de los discursos de la productividad, evidencian un lugar en la
producción que concierne exclusivamente al estudiantado (dentro de una cadena
que comprende académicos, sostenedores y apoderados) y una explotación sostenida que, con ocasión de
las luchas y a través del espectáculo del discurso de la calidad y el nefasto
sentido común que afecta el pensamiento sobre la educación, el Estado se
encuentra hoy refinando.
Así, pues, el movimiento estudiantil
en Chile ha revelado cierta lucha que es una lucha de clases. El gobierno
intensifica la represión y toma conciencia del peligro que un movimiento como
este puede desencadenar cuando excede el carácter de mero movimiento
reivindicativo, y efectivamente ese es el camino que pareciera abrirse cuando
las reivindicaciones son imposibles de llevar a cabo, tal como ya dijimos, para
un liberalismo tan ideologizado como el chileno. Por eso que hoy se pasa por el
congreso una ley especial que pretende penalizar con hasta tres años de cárcel
a quienes sean detenidos con el rostro cubierto (encapuchado) en manifestaciones,
a quienes convoquen a protestas no autorizadas, a quienes bloqueen los
servicios públicos y quienes ocupen los colegios; en fin, persiguiendo todo
aquello que escape al consentimiento tutelar del Estado.
Del otro lado, sin embargo, las experiencias
de lucha han ido creciendo y cuajando; se ha comenzado a tomar conciencia de
una condición común dentro de las luchas, más allá de la concertación
contingente alrededor de un determinado número de demandas; se han desarrollado
nuevas formas de solidaridad y de autogestión a nivel cotidiano, desde las
ollas de comida en las tomas a la autoformación en los mismos colegios
ocupados, para enfrentar las pruebas de selección universitaria y, aun más,
formarse en conocimientos no curriculares y de común interés entre los
compañeros, dando luces de una lucha que en su mismo andar supera y destruye
las formas de educación, subjetivación y asociatividad capitalistas.
En estos días (el 25 de Agosto)
recordamos que hace un año el estudiante Manuel Gutiérrez fue asesinado por la
policía en un día de protesta. A la entrada de un colegio de mujeres tomado de
Santiago, un lienzo parafrasea la canción “Te recuerdo Amanda”, de Victor Jara,
diciendo “Suena la campana / de vuelta al colegio (donde en la original dice “al
trabajo”) / muchos no volvieron / tampoco Manuel”. Los dirigentes de la
Confech, la confederación de estudiantes universitarios más importante del
país, pidieron hace pocos días que los “encapuchados” no se presentaran en las
próximas movilizaciones convocadas para el día 28 de Agosto, como acatando al
gobierno en su política divisionista y desesperada en afirmar que este no es
más que un movimiento reivindicativo. Pero las reacciones de rechazo a estas
declaraciones de parte de los estudiantes movilizados en los medios sociales
dan cuenta por sí solos que lo que se está poniendo en juego en la lucha de los
estudiantes chilenos excede la representación de las dirigencias para negociar
y realizar un determinado número de demandas; que lo que ha empezado es un
movimiento propiamente tal, cuya perspectiva se está dirimiendo hacia el
movimiento mismo como experiencia que busca atacar y salir de la órbita del
capital; que, como tal, el movimiento se compone de una multitud de
expresiones, prácticas y deseos, y que no puede ser comprendido meramente como
arma de negociación de las dirigencias frente al gobierno; que se está tomando
conciencia de que una nueva educación no es simplemente la que el Estado tiene
que brindar de manera gratuita, cuestión que debe ser considerada, simplemente,
como un requisito básico dentro de las formas actuales de juego capitalista,
aquello a lo que los chicago boys nos redujeron, pero que en el movimiento mismo se está
construyendo una nueva educación y se está educando; que la explotación debe
ser combatida en todas sus formas, y que esa es la raíz de la verdadera lucha
que se está dando en las calles y los establecimientos.
(Publicado en Uninomade 2.0)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.