Cesar
Altamira (ARG)
La coyuntura política
El último jueves 13 de septiembre -13S- se realizaron
manifestaciones con cacerolas en varias ciudades del país. La mayor movilización
fue la de Capital Federal donde miles de manifestantes llegaron hasta Plaza de
Mayo con fuerte presencia juvenil. Desde varias esquinas de la ciudad fueron
formándose grupos, sobre todo en barrios del norte porteño, que confluyeron en
el centro. El Obelisco y la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, fueron los
lugares más concurridos. También se produjeron manifestaciones en el interior
de las provincias y sus capitales, Salta, Tucumán, Rosario, Córdoba, Misiones,
Mar del Plata, Mendoza, Neuquén, Bariloche, Bahía Blanca, Carlos Paz, Rio
Cuarto.
La
convocatoria a la movilización se realizó desde diferentes redes sociales
facebook, tweeter, cadenas de mails y de servicios de telefonía (Blackberry,
Whatsapp). Las consignas fueron muy diversas: el rechazo a la idea de la
reforma de la Constitución Nacional y a la “re-reelección”, "contra el
abuso de la Cadena Nacional”, “No tenemos miedo”, “Boudou miente”, “Basta de
corrupción”, “No al aborto”, “Queremos libertad de expresión”, “Por las
libertades públicas”. El conjunto constituyó un vario pinto de reclamos fragmentarios que contrastó por su masividad
y variedad de reclamos con los cacerolazos anteriores. Sin expresar un proyecto
ni reconocer un líder, el descontento que se expresara en las calles exige un
abordaje que nos aleje de la coyuntura inmediata para encuadrarlo en el ciclo de
luchas abierto a partir del 2001. Todo otro análisis se presenta como limitado,
de horizonte corto y evade el dato político central del momento: la crisis de representatividad,
expresión de una más profunda, aquella de la relación salarial y del
constitucionalismo contractualista existente en nuestro país hasta mediados de
los 70's.
La masividad y extensión geográfica de la respuesta fue
inesperada. Si bien se conocía, la convocatoria sorprendió a propios y
extraños. Como en geografías distantes (desde las riberas mediterráneas árabes
hasta las ciudades españolas y griegas, en Occupy WS y en Wisconsin) las redes
sociales confirmaron el enorme poder y la efectividad y productividad política en
tanto mecanismo de convocatoria y de movilización social. También, como expresión
de nuevos instrumentos movilizatorios que han llegado para quedarse,
reemplazando y compitiendo aún con las viejas instituciones partidarias y
sindicales. La carencia de aparatos institucionales y la movilización a partir
de la propia voluntad de las múltiples singularidades expresa la crisis de las
mediaciones políticas que ya se había manifestado el 19-20D.
Ni oficialismo ni oposición comprenden el fenómeno. Ambos
aceptan, a fuerza de haberse vuelto un lugar común, los cortes de ruta y las
marchas tras los reclamos de planes sociales que mitiguen la pobreza, las
protestas sindicales o las mismas huelgas de los servicios públicos como fuera
recientemente el caso de los Subterráneos o Ferrocarriles. Sin embargo, les
cuesta entender que grupos de ciudadanos, de trabajadores sin representación,
auto-representados se unan, protesten y se movilicen de manera espontánea, sin
su "permiso". Permanecen atados a estructuras políticas que no se corresponden con los cambios que el
capitalismo produjera en la periferia y en el centro. El Gobierno interpretó
los hechos con la lógica binaria que incentivó las protestas, dialéctica de la
gubermentalidad que lo condujo al lugar común esperado: organizar una próxima concentración
de adhesión a la Presidenta, emulando aquella "Plaza del sí", que en
los 90´s se organizó para sacar a Menem de una depresión.
Crisis de
la relación salarial, representatividad y governance
¿Cómo dar cuenta de esta movilización callejera,
pacífica, masiva, independiente de los partidos políticos y de instituciones
religiosas o culturales, cuando no ha transcurrido un año de las últimas
elecciones donde Cristina Kirchner obtuvo el 54 % de los votos? Un análisis
simplista y periodístico, aunque no menos realista, aconsejaría mirar hacia la
impunidad de un vicepresidente envuelto en hechos de corrupción, al rechazo a
la idea de una "Cristina
Eterna", a la ambivalencia de un discurso oficial que niega la inflación,
al cansancio y fatiga que muestra un sector social ante la creciente frecuencia
de los discursos presidenciales autorreferenciales, más cercanos a los
sermones, que no reconocen errores.
Dejemos de lado este decálogo de razones para avanzar en
lo que entendemos la médula del proceso. Hoy las nociones de “representación”,
“soberanía popular” e “interés colectivo” como dogmas iluministas van perdiendo
relevancia política. Los partidos políticos se ven deslegitimados dado que las democracias son
dominadas por la llamada “nueva clase capitalista transnacional” que controla
los procesos de globalización desde las alturas de las torres de cristal de
metrópolis como Nueva York, Washington, Londres, Frankfurt, Nueva Delhi o
Shanghái. Han dejado de ser vehículos de representación política sostenidos por
militantes y electores. Los procesos de globalización vuelven improbable la
conservación de los mecanismos de la democracia que son sustituidos por formas
de ejercicio del poder concentradas en manos de expertos. El poder ejecutivo –con
un Congreso desprovisto de funciones autónomas– reemplaza a la que un tiempo
era la voluntad del "pueblo soberano". En consecuencia, no hay
participación activa de los ciudadanos y decae su sentido de pertenencia a una
comunidad civil y democrática.
La crisis penetra y desarma la organización en términos
de opuestos (UNO-pueblo) propios de la soberanía de la era moderna. La
organización social, los principios de justicia y el propio sistema de poder
están en discusión. La subsunción real del trabajo por el capital que se
manifiesta en la actualidad implica que los componentes de la sociedad que
pudieran presentarse separadamente se resuelven ahora en un solo proceso de
producción. No existen formas de producción independiente que puedan subsistir
autónomamente. La crítica jurídica contemporánea ya no podrá ejercerse en
términos binarios (sociedad-estado, base-superestructura, adentro-afuera) en la
medida que la representación política democrática ya no funciona. El mecanismo
de mediación de los conflictos sociales, propio del fordismo, típico dispositivo
disciplinario foucaultiano, que buscaba resolver los conflictos en términos de
una formalidad democrática, ha dejado de funcionar.
Son variadas las formas en las que se expresa esta crisis de representación en nuestro país:
la sobreexposición del ejecutivo y la dominación del legislativo por parte de
éste; las distorsiones y bloqueos que las corporaciones han producido en los mecanismos
de representación; la banalización de los hechos de corrupción administrativa.
Pero la crisis también se manifiesta en el paulatino abandono de los espacios
oficiales de la representación (gobierno y legislativo) frente a la expansión sin límites de los
nuevos espacios públicos, definidos o alcanzada por los llamados "mass
media". Si bien algunos de estos aspectos de la crisis de representación
es reconocida por gobierno y oposición, unos y otros siguen apostando a una
modalidad de distribución del poder y del gobierno asentada en la
gubermentalidad foucaultiana, propia de sociedades disciplinarias, desconociendo
las formas que adoptan en las nuevas sociedades de control. Se naturaliza el
modelo estatal keynesiano, el estado benefactor y la soberanía estatal fordista.
Al dejar de lado la necesaria historicidad de los procesos sociales y el
análisis situado, el discurso se deslegitima y se vuelve improductivo.
Nos encontramos frente a cambios en la forma de la
estatalidad contemporánea derivados de una reorganización del poder que pone en
discusión nuevos criterios de legitimación, diferente e independiente de
aquellos tradicionales asociados a la forma de la representación. Lo que está
en discusión, con relación al concepto de soberanía, es la capacidad del UNO
para comandar políticamente y organizar la sociedad. Dicho de otra manera, el
interrogante es si la figura del Leviatán cumple la función unitaria
contractual e institucional ante la anarquía social y la multitud de sujetos
propio de la nueva etapa. La pregunta que surge es: ¿qué alternativa contemporánea
tenemos ante el fetiche de la soberanía, como concepto de gobierno en la
modernidad? Es la ilegitimidad generada por la resistencia social difusa, por
el rechazo y abstencionismo presentes y la explosión de las relaciones sociales
lo que provoca la crisis de gubermentalidad. El quiebre de la soberanía estatal
que acompaña a la crisis del fordismo supone reconocer la crisis de la
gubermentalidad, su deconstitucionalización
y la necesidad de la puesta en práctica de nuevos dispositivos de
comando.
En palabras de Foucault se trata del tránsito de la
producción de las leyes a la de normas o sistemas. No se trata de la
intromisión de las leyes en la vida diaria
bajo formas coercitivas, ni tampoco simplemente disciplinarias. Se trata
de una nueva dinámica de sistemas que interviene en la fábrica de la realidad
social y que transforma las leyes de la máquina disciplinaria en un aparato de
control y de governance. Frente a la
crisis de la representatividad, la governance
capitalista da cuenta de los nuevos mecanismos de mediación, categoría política
que no se referencia en mediaciones trascendentales ni en esquemas fijos, ni
puede ser asimilada a la moderna versión de la razón de estado. Son formas
aleatorias de gobierno sobre las contingencias a través de procesos legales;
suerte de constitucionalización sin estado que no restaura el régimen de
representación de los regímenes republicanos de tolerancia. Busca crear un
orden sin representación. No salda la crisis, sino que la gestiona. Bien puede
decirse que la governance es un espacio de conflicto y de lucha entre el poder
de la soberanía y el contrapoder de lo social. Queda claro que los dispositivos
de governance no configuran procesos
uniformes ni homogéneos. El proceso de construcción de la governance supone avances
y retrocesos dependiendo de la coyuntura que modula su construcción, razón que
vuelve difícil pronosticar su consolidación. En todo caso parece más plausible analizar
en la coyuntura el estadio transitorio y situado
de la governance, es decir su estado materialmente existente.
De la
"transversalidad" a la gubermentalidad. Y ahora...?
La política llevada a cabo por el kirchnerismo durante
los primeros años de gobierno, conocida con el nombre de transversalidad nos permite hablar de una governance como gestión de la crisis que estalló en el 2001. Dicha
gestión consistió en la relación y articulación de las políticas de gobierno con
los movimientos sociales que fueran promotores fundamentales de la crisis del 2001. La
incorporación en áreas de gobierno de miembros de los organismos de DDHH y de
los movimientos sociales puede asimilarse a lo que se ha llamado
constitucionalismo sin estado: prácticas gubernamentales que sin necesidad de
respaldo jurídico disparan o gatillan un sinnúmero de dispositivos y acciones
de gobierno que, asociadas a políticas sociales, buscaron aliviar las
condiciones de vida de los pobres y desocupados del conurbano. Se construyeron
espacios políticos de interacción con una sociedad que había modificado su
comportamiento con relación al pasado. Incluso con aquellos movimientos que no
se reconocían como justicialistas. Se acordaron modalidades de distribución del
nuevo workfare; un particular
direccionamiento de las ayudas; la elección política de los interlocutores
sociales; la determinación, oportunidad y elección de los objetivos políticos
de las movilizaciones sociales así como la elección conjunta de las geografías
asignadas para los planes sociales. No pocos interlocutores del gobierno, incluido
el mismo Kirchner, construyeron espacios de diálogo y
recomendaciones-determinaciones para el accionar movimientista. Aunque debemos
puntualizar que no se trataba de la construcción de espacios de consenso,
utopía política imposible de alcanzar en época de multitudes.
Esta governance
kirchnerista en construcción será dinamitada por el propio gobierno desde el
año 2006 al definir el marco de alianzas para las elecciones presidenciales del
2007, privilegiando como interlocutor al Partido Justicialista y a los
intendentes del conurbano bonaerense. Fue el propio Kirchner quien comunicó a
los movimientos sociales esta resolución. Este hecho marca el quiebre de la governance en construcción y el regreso a
la vieja gubermentalidad que
se verá reforzada luego del conflicto con el campo en 2008. El gobierno de Cristina
Kirchner se ha mostrado refractario a recomponer la governance. Más aún, los signos de debilitamiento del llamado
"modelo" llevaron al gobierno a profundizar la gubermentalidad
reemplazando al Partido Justicialista por la agrupación kirchnerista La Cámpora
que, como burocracia orgánica de estado, gestiona y funciona como comisario
político al interior del gobierno. Hoy el gobierno de Cristina Fernández
intenta ampliar esa política con algunos movimientos territoriales incorporados
al entorno oficial tras la consigna Unidos y Organizados. Mientras tanto la re-reelección presidencial extrema el costado más conservador de la
Constitución existente. Una iniciativa similar fue propuesta por el
conservadurismo nacional como durante el menemismo con el objetivo de
“transformar” la sociedad.
Tras
los intentos de re-reelección el kirchnerismo parece apostar a que el destino
de la sociedad dependa de alguna figura esclarecida y no de la sumatoria de las
múltiples voluntades soberanas y democráticas como expresión de una multitud
emancipada, capaz de construir una democracia radical a partir de la
edificación de un espacio político común.
Su discurso de realizaciones autoreferenciadas remite inmediatamente a las
prácticas de la representatividad donde los avances políticos no se asocian a
las luchas y a la resistencia social, sino a la acción de un poder trascendente.
Esta modalidad de construcción desarticula la resistencia desde abajo fomentando
la delegación del poder y la anomia social.
Los
intentos de reforma constitucional lanzados en los últimos días, excusa para permitir
filtrar en la propuesta la re-reelección de la actual presidente, consumarían
la expropiación del poder político-social que las múltiples singularidades
pudieran construir al calor de las movilizaciones. Explícitamente así lo
manifiesta la última Carta Abierta, que es la expresión de la intelectualidad
kirchnerista: "Rediseñar las magnas
normas para que coincidan con los procesos de transformación que suceden en
varios países de la región viabilizando..., la eventual continuidad democrática de liderazgos cuando estos
aparecen como condición de esta inédita etapa regional". Más allá de que estos intelectuales convocan a
discutir desde "abajo", esto conducirá inevitablemente al reforzamiento del UNO. A diferencia de la
reforma constitucional boliviana esta propuesta pretende reforzar el UNO
confiscando el Poder Constituyente en construcción.
Este
no se limita al 13S. Se destacan la masiva resistencia a las explotaciones
mineras que en diferentes geografías se oponen a la acumulación por desposesión, las variadas luchas que los diferentes
movimientos aún porfiadamente mantienen a nivel territorial, los intentos de
los desposeídos por mantener espacios de producción y reproducción de la vida
cotidiana que han ganado centralidad como nunca antes y que persisten
tozudamente arraigadas en territorios de pobreza, las batallas que en los
diferentes lugares de trabajo sostienen los trabajadores por la democratización
de las relaciones laborales y sindicales, las luchas de resistencia de aquellos
trabajadores autónomos por salir de la precariedad laboral, la de los
inmigrantes esclavizados en los talleres de costura y producción de vestimentas
para las grandes firmas. En fin, se trata de la creación de nuevas
subjetividades que desean y son capaces de construir relaciones verdaderamente
democráticas. Prácticas todas que anticipan formas sobre cómo crear, producir y
vivir en una nueva sociedad.
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