Víctor Manuel Moncayo C (Col.)
Hace casi justamente un decenio, en junio de
2002, conocí personalmente a Toni Negri en su apartamento del barrio Transtevere
en Roma, donde residía, acogiéndose al beneficio de libertad relativa
que por entonces se le había concedido, que lo obligaba a regresar
al domicilio antes de las siete de la noche. Desde entonces venía insistiéndole
que nos visitara para escuchar de manera directa sus siempre pertinentes y
valiosas reflexiones sobre la sociedad global en la cual todos desplegamos
nuestro quehacer.
Hoy, gracias a la cooperación de instituciones y
personas de Argentina y Ecuador, que se han asociado con el Departamento de
Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia y el Instituto
latinoamericano para una sociedad y un derecho alternativos, ILSA, le tenemos
entre nosotros. No se trata, sin embargo, de rendirle culto a su personalidad
ni a su prolífica obra, lo cual sería más que una afrenta a lo que Negri
representa para el movimiento anticapitalista contemporáneo. Parafraseando sus
tesis, su práctica teórica y política es una expresión más del común.
Con ocasión de su presencia, hemos recopilado
textos que no han sido publicados en medio físico sino que se han conocido
virtualmente en la red, traducidos a nuestra lengua, cuya organización para la
edición ha sido conocida y autorizada por el propio autor. Se trata de
documentos que distan bastante de aquel Negri de Dominio y Sabotaje que llegó a
mis manos en Caracas en 1980, publicado en Italia un año antes de su detención,
y que me puso en contacto con quien entonces era el teórico y activista de “ese
otro movimiento obrero”, de la “autovalorización proletaria”, de la “autonomía
obrera” sin mediación sindical ni partidista.
De aquella época a hoy, Negri fue protagonista
inicialmente de dos fugas muy significativas. La primera fue su “tren de
Finlandia”, como figurativamente la denominó, no para compararse
con Lenin de regreso a Rusia, sino para hacer una analogía con "la
voluntad de burlar al enemigo, de conquistar una libertad que es en sí misma un
acto revolucionario". Fue la evasión de aquel otoño de 1983, posible
gracias a que pudo interrumpir 4 años de prisión al ser electo diputado por el
Partido Radical. Al ser revocado el privilegio de la inmunidad parlamentaria, huyó a Paris, confinándose en el medio
académico francés durante 14 largos años, para fortuna de la teoría
revolucionaria. Allí enseñó en la Université Paris VIII y en el College
International de Philosophie.
Ese exilio duró hasta el verano de 1997, cuando escenifica la segunda
fuga, menos espectacular pero también ávida de libertad, que lo regresa a la
prisión de Rebibbia. No lo hizo por
masoquismo, ni porque creyera que esa privación era necesaria para construir
algo. Para Negri, "uno puede ser tan libre en la cárcel como fuera de
ella. La cárcel no es una carencia de libertad, así como la vida no es la
libertad -al menos la vida de los trabajadores-". Se trataba de "fugarse"
para formular una tesis política frente a una realidad que se achata y un mundo
insulso, orientada a contribuir, como militante y no como profeta, a encontrar
una solución para cientos de personas exiliadas o en la cárcel por las
actividades políticas de los años sesentas y setentas, para doblar en
definitiva esa página y redescubrir o reinventar un nuevo modo de intervención
política radical.
Del periodo entre esas dos fugas queda la huella de su encuentro con la
intelectualidad francesa, en especial con Foucault, Deleuze y Guattari, o con
la productiva perseverancia de autores como Balibar y Vincent, que le permitió
encontrar eco a su rechazo al trabajo, como resistencia a la sociedad
disciplinaria, o como línea de escape para darle "vuelta a las cosas respecto
a la teoría posmoderna" y dar paso a la "biopolítica productiva como
algo en lo que la simbiosis y la confusión entre elementos vitales y
económicos, los elementos institucionales y administrativos, la construcción de
lo público, sólo puede concebirse como producción de subjetividad". De esa
experiencia quedan como resultados sus estudios sobre Spinoza el subversivo, el
Poder Constituyente o los Nuevos Espacios de Libertad, o la empresa adelantada
con muchos otros en la revista Futur Antérieur, de la cual es fiel heredera la
actual revista Multitudes.
Recluido en Rebibbia no llegó el indulto, ni la amnistía que algunos -y
él mismo- esperaban. Prevaleció la total amnesia italiana sobre lo que había
representado su acción y su obra, y la indiferencia sobre las muy
significativas manifestaciones de muchos intelectuales y políticos que aún
perseveran en este mundo global en hallar una alternativa para el nuevo tiempo
que vivimos. Sus palabras reflejaron al inicio cierta decepción, pero al mismo
tiempo se impuso su voluntad de continuar con la idea fija de vivir su pasión
positiva, que continúa siendo para él la única forma de construir algo tanto en
la cárcel como fuera de ella. Por eso su pensamiento estuvo unido a la decisión
de que, una vez concluida la condena, reemprendería el camino desde la nación
veneciana, sin la pretensión de recuperar una herencia que no existe y de la
cual sólo hay elementos marginales y a veces perversos. Quiso, regresando a Leopardi, lejos de todo propósito nostálgico,
"excavar en la historia y sacar de ella lo que queda del pasado como todo
lo que se pueda inventar del futuro”. Estuvo en prisión, más tarde fue sometido
a arresto domiciliario o a un régimen de libertad bajo ciertas condiciones,
hasta alcanzar la plena libertad a finales de 2004.
Es durante esos
años finales de su condena que llega a
la elaboración más acabada de su actual posicionamiento teórico y
político sobre el orden capitalista contemporáneo en todas sus dimensiones, del
cual dan cuenta precisamente sus obras Imperio (2000) y Multitud (2004),
escritas con la colaboración del profesor estadounidense Michael Hardt. Aunque su lectura y comprensión ofrecen
dificultades por su densidad conceptual y exigen un adecuado conocimiento de su
trayectoria teórica precedente, en ellas se pueden decantar e identificar las
líneas centrales de su aporte al debate actual, que de alguna manera se completa
con Commonwealth (2009), donde se atreve a
proyectar
las modalidades materiales de una nueva constitución que supere el capitalismo
y el Imperio a partir de un “comunismo de los comunes”.
Para el Negri de esa trilogía, hoy es preciso reconocer que el
Estado-nación ya no está en capacidad de ejercer el control de la relación del
capital, pues las luchas obreras internas a que dió lugar el Estado-nación y
las luchas antimperialistas y anticoloniales, agotaron esa forma histórica como
modalidad garante del desarrollo capitalista. Por ello ha llegado a su fin la
fase imperialista del desarrollo capitalista, entendida como proceso expansivo
del poder del Estado-nación y, de igual manera, ha concluido el mundo del
“socialismo real”cuya soberanía hizo crisis por la reivindicación de libertad.
Todo ello remite, además, a las transformaciones de la organización
social productiva que impuso el posfordismo. La subsunción real del trabajo al
capital iniciada por el maquinismo, ahora ha comprometido a todo el conjunto de
la vida social, de tal manera que la explotación ya no remite a la teoría del
valor-trabajo y a la relación salarial clásica, pues ha quedado atrás la
prevalencia del trabajo material sustituido por la dominación hegemónica del
trabajo inmaterial. Se ha llegado así a la “época de la producción biopolítica”
y con ella ha terminado la vieja distinción entre Estado y mercado.
Lo central ahora es dar una respuesta nueva y satisfactoria a la
caducidad de las categorías con las cuales se comprendía la explotación
capitalista en otro momento. Para él el clásico concepto marxista de plusvalía
ya no da cuenta de la realidad, ni apoya la acción política, como empezó a
pensarlo en su obra “Marx más allá de Marx”, concebida y escrita en la prisión.
Según su expresión hay que “reconocer que el sujeto del trabajo y la rebelión
han cambiado profundamente”.
En ese contexto, reaparece la Multitud, desligada por completo de lo que
significa en el mundo pre-social hobbesiano (en el cual es igual a la plebe o
al pueblo que el Estado domina); recuperándose así el verdadero
contra-pensamiento de la modernidad concebido por Spinoza. La multitud en la
sociedad posmoderna le "quita al poder toda transparencia posible”, y hace
que “sólo pueda ser dominada en forma parasitaria y por tanto feroz”. La
multitud debe encontrar la forma de erigirse como sujeto político, debe llegar
a ser Posse -nombre de la revista italiana que animaba Negri-, el poder de la
multitud, que integre ser y conocer, como en la triada renacentista.
La multitud contemporánea no está compuesta por
“ciudadanos” ni por “productores”, pues
se ha roto la distinción entre lo individual y lo colectivo, entre lo público y
lo privado. Los muchos de la multitud ya no necesitan la unidad de la forma del
estado-nacional, por que han reencontrado su unidad en las facultades genéricas
de la especie humana. Estamos ante una multitud como un concepto de clase, ya
no de la clase obrera, sino de la clase de todas las singularidades
productivas, de todos los obreros del
trabajo material e inmaterial. Es una potencia ontológica que encarna
un dispositivo que busca representar el
deseo de transformar el mundo.
La multitud como conjunto de singularidades vuelve a
expresarse, y no admite que sus diferencias sean reducidas a otra Unidad
distinta de la que la precede y que remite a su comunidad como especie. En tal
sentido, desconoce la soberanía, pues puede regirse por sí misma, puede ser carne viva que se gobierna a sí
misma. Como tal, además, puede hacer realidad la democracia como gobierno de
todos para todos. Siendo hoy la producción biopolítica, es decir que comprende
todos los aspectos de la vida, la multitud es el sujeto común del trabajo,
aunque aún siga sometida por la categoría de pueblo nacional.
A diferencia de lo que ocurrió cuando la burguesía
como nueva clase social emergente, sobrepuso a la multitud una soberanía
edificada sobre el concepto de pueblo nacional, hoy en la soberanía del nuevo
orden global, la multitud resurge para imponer una sociedad alternativa que no
disuelva las diferencias que se edifican a partir de nuestra unidad como especie.
Pues bien, los textos reunidos en este libro
corresponden a diferentes épocas, pero en general todos remiten a los debates
que ha suscitado su trilogía, y en este sentido no sólo dialogan con ellos sino
que creemos que contribuyen a su comprensión. En realidad cada uno de ellos
puede estudiarse con independencia, pero corresponden de alguna manera a los
temas bajo los cuales los hemos agrupado. Los primeros hacen referencia al
vínculo indudable con la teoría marxista y a su posición sobre la dialéctica, y
la reformulación del que hacer? Los reunidos en el segundo capítulo abordan
tres grandes problemáticas que atraviesan la obra más reciente de Negri, como
son el debate sobre la vigencia de la teoría del valor, la incorporación de la
noción foucaultiana de biopolítica, y la construcción conceptual de Imperio que
sin duda sacudió el complejo escenario de la teoría política contemporánea. En
el acápite final, nos encontramos con su más reciente contribución al que hacer
político, como es el rescate de lo común, con todas sus implicaciones en los
movimientos que hoy se escenifican en todas las latitudes, y que son
definitivamente al mismo tiempo la realidad y el porvenir de las luchas
anticapitalistas en el mundo global al cual pertenecemos.
Por ello, los documentos que hemos reunido en este
libro, no son guías para la acción, ni mucho menos manifiestos, sino
intervenciones o comunicaciones, que nos permiten un encuentro con un Negri
siempre renovado, que pueden aportarnos para salir de los límites estrechos
dentro de los cuales nos aprisionan las condiciones particulares de las
coyunturas latinoamericana y colombiana, y para asumir, bajo el signo de la
nueva temporalidad de los movimientos, el necesario éxodo del capitalismo que
continúa sometiéndonos bajo categorías diferentes.
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