Discutir lo político en Laclau
Verónica Gago y Diego Sztulwark
(Cloectivo Situaciones/Argentina)
1. La economía (ya es) política
La llamada economía, núcleo duro de la razón
contemporánea, incluye en su corazón conocimientos, creencias y afectos. Esta
sola observación debiera bastar para comprender que al pretender gobernarla se
apunta a gobernar relaciones de dominio y de explotación. Relaciones humanas y con la
naturaleza. Regular la economía, consigna altamente progresista, supone regular
el dominio político de unos sobre otros. No suprimirlo.
Bien mirado el asunto, descubrimos que
la economía no ha dejado (nunca y cada vez más) de convertirse ella misma en
política. Se trate de la bendita producción agraria, de la añorada actividad
industrial o del remanido sector de los servicios, lo que anima a la economía
son las fuerzas de la información, del diseño, de la comunicación, de la
aplicación de los saberes abstractos de la ciencia y la técnica, de la
cooperación y la capacidad de expresiva de los cuerpos vivos, y de la
generosidad de los materiales llamados naturales. Poca duda cabe: organizar la
economía, más político imposible.
Esta dinámica de explotación se extiende
siempre y cada vez más al conjunto de la dinámica social. Lo determina y lo
produce. Pero esta relación de determinación es rica y compleja: al
determinarla le confiere nuevas virtualidades políticas. Esta relación de
determinación es la que corresponde abrir.
Pero vale la pena, para discutir con el
“politicismo”, es decir, con quienes –como
sucede con los libros y las diferentes intervenciones de Ernesto Laclau- proponen una imagen de la política exterior a la
economía, recordar estas formulas clásicas. Si la economía determina el
conjunto del ser social, ello se debe a que cada vez más la economía misma es
enteramente política. De allí la redundancia de fórmulas que apuntan a
“politizar la economía”. En otros términos, la economía es política desde el
inicio, desde el momento en que sus reglas gobiernan la entera actividad
colectiva.
2. El tiempo (es ya el corazón vivo de lo) político
En el corazón de este proceso de
extensión de la economía a la vida nos encontramos con el fenómeno deltiempo.
Los ecos de la reflexión heideggeriana se conjugan necesariamente con la
tentativa de una fenomenología marxista aggiornada y con la problemática
foucaultiana del bíos. La
economía es tiempo objetivado, vida subsumida y simultáneamente regulación de
la movilidad, la comunicación y la creatividad. Las vidas individuales, la vida
cooperativa, la vida “con”, no son nociones de una filosofía de la autenticidad o de la
alienación, sino de una problematización más amplia que no puede separarse del
antagonismo de “clase” (leasé mejor: bío-clase).
El olvido de esta determinación fundamental de la vida social afecta nuestra
comprensión de la vida y de la política espiritualizándolas.
Un modo de cartografiar el poder
consiste en relevar el tiempo dedicado a proyectos que explotan la cooperación
a la vez que se apropian de manera privada de ella y a los cuales nos vemos
obligados para poder sostener materialmente el tiempo dedicado a nuestra propia
vida y proyectos. Esta explotación del tiempo se vincula a subordinaciones de
otro tipo, organizadas a partir del complejo ensamblaje
deuda/seguridad/medios/representación. La sola idea de que el tiempo
desgarrado en la vida de nuestras ciudades pueda ser pensando abstrayendo esta
variable fundamental no puede sino alertarnos. Así trabaja el espiritualismo
actual: contando el tiempo de explotación como labor digna y gratificante, como
dedicación a un futuro de progreso y elevación.
Si en algo se han ido especializando los
distintos sacerdocios (y por eso Nietzsche los consideraba “interesantes”) ha
sido, justamente, en espiritualizar el tiempo de la vida.
Vaciarlo. Organizarlo según proyectos regidos por reglas cada vez más
abstractas. El tiempo se ha ido convirtiendo él mismo en categoría rígida,
muerta. La cosa es a la vez más sencilla y más compleja. Porque el tiempo es
ante todo tiempo de la vida, y las nociones con que contamos para pensar su
multiplicidad son unas “nocionesfantásticas” a las que la ciencia
política ha renunciado desde el comienzo.
El tiempo es ese tiempo que se nos va en
los viajes al trabajo. Es el tiempo que se le da o se le hurta a la cocina. Es
la materia del pensamiento. Es eso que se altera en el amor. Es tiempo lleno, premisa
bien material de proyectos y posibilidades de vida.
3. Las “diferencias” y el “lenguaje”
La retórica de las “diferencias”
se ha convertido en el sitio espiritual por excelencia. Una vez conducida a una
superficie abstracta, la “diferencia” ya no es la singularidad en el tiempo
real de la vida, sino un término meramente analítico, una particularidad
sometida a las misteriosas leyes de la combinatoria cuyas posiciones son
siempre de equivalencia y de oposición. En nombre de esta diferencia diezmada se
realizan los insípidos elogios de una pluralidad completamente insustancial que
tan aburrida ha hecho nuestra postmodernidad, con palabras atemorizadas que
pretendían ocupar el lugar de la experiencia. ¿Qué fuerza tienen nociones como
“articulación” o “hegemonía” cuando se restringen a operaciones lógicas en este
tipo de razonamientos?
Cuando “diferencia” y “articulación” se
ofrecen como nociones puramente lógicas, categorías que se hacen claras y
distintas a fuerza de eludir toda carnadura histórica y sensible de las
“diferencias” reales, no asistimos solamente a una admirable demostración de
rigor teórico que engalana a quien sostiene dicho discurso, sino al despliegue
de fuerzas mucho menos elegantes, como el temor (incluso el desprecio) ante la
potencialidad y el exceso que caracteriza el encuentro de las diferencias
efectivas, del movimiento de lo real.
Toda esquematización abstracta apunta a
limitar de antemano las posibilidades de esta materia diferencial, fuente de
conflicto y al mismo tiempo ocasión de subjetivación política. La hipostación
de una normatividad para lo social que proviniese de unas reglas puramente
lógico-simbólicas, de sofisticados modelos lingüísticos, acaba por hacer del
lenguaje un vector de trascendencia, el exacto opuesto de lo que en la
experiencia se nos ofrece como potencia expresiva, creativa e inmanente
respecto del mundo.
4. La
schmittiana (“autonomía” de la) política
El desafío de pensamientos
ascendentes de la política como el de Laclau (tan compartido, tan oficial en
nuestro tiempo) es el de mostrar que puede ser algo más que una versión
progresista del “shmittianismo”, es decir, de la hipostación de una instancia
que duplica idealmente lo social, a lal que se le ofrece el carácter activo y
potente para reorganizar la vida material misma (la doctrina de la soberanía y
excepción). En Laclau la cuestión crucial se juega en el modo de superar tres
“reducciones” sistemáticas que lo acechan:
Reducción del espacio-tiempo
histórico del bíos a un esquema intelectual formalista. Se sustituye la existencia real, inmersa en el juego
de la diferencia viva en un medio de pasiones y razones cambiantes, arrojada a
los encuentros, productora incesante de exceso ontológico, por una existencia
pensada, reconstituida lógicamente como colección de “diferencias” que marchan
abstractamente hacia una articulación no menos abstracta y a favor de una idea
de hegemonía que prescinde del juego material de la política, evacuando toda
irregularidad histórica en favor de un efecto de sistematicidad, vuelto
esquema, y del ejemplo.
Reducción de lo político como
juego inmanente que encuentra su racionalidad de la diferencia y el exceso a la
postulación de una instancia espiritual trascendente, a la que llama
“discurso”, o bien “orden de lo simbólico”, al que atribuye un poder de reglar
de modo autónomo la articulación de las diferencias formalizadas. Por medio de
este esquema la praxis se volatiza en sus determinaciones concretas,
expresándose solo por medio de una fantasmática de la representación.
Reducción del potencial
expresivo no-lingüístico de lo discursivo a una modelización proveniente de la
lingüística estructural. Aún
si formalmente se argumenta que el discurso abarca el conjunto de las
significaciones, lo cierto es que el “conjunto de las significaciones” son
siempre interpretadas de acuerdo a un paradigma lingüista predefinido que
expulsa de su marco de comprensión formas no significantes de expresión.
5. ¿No nos demanda nuestro presente una imagen expresiva de lo político?
¿Cómo evitar estas reducciones de
fuerte tufillo teológico? Desde ya el asunto no se resuelve homenajeando al populismo. No se trata de
combinar la fuerza un lacanismo teórico con una versión “congelada” (la
expresión corresponde a León Rozitchner) de los procesos políticos
latinoamericanos.
Más productivo resultaría
desplegar imágenes materiales de la vida política de nuestro presente
sudamericano buscando una inmanencia aún mayor en los tres niveles en que las
teorías de la autonomía de lo político activan sus reducciones espiritualistas.
Contra la reducción
espiritualista, desplegar una atención activa a los signos de todo aquello que
surge como exceso productivo de -y en- el bíos. El antagonismo no
es un concepto que venga de afuera, sino que se constituye en y por el juego
efectivo de las diferencias históricamente situadas, de las diferencias vivas,
en su recíproca determinación física, afectiva, productivas, siempre sometidas
a regímenes concreto del gobierno del tiempo.
Contra la reducción discursivista
de la política, atender a la inmanencia de este juego en la cual la dimensión
discursiva no puede ser separada artificiosamente como instancia trascendente
que domina, de modo desafectado, el devenir del antagonismo, reorganizando la
racionalidad de la vida y del tiempo desde el “afuera” de las reglas
combinatorias de la estructura.
Se trata, contra la reducción
lingüística de toda dimensión del sentido, de desplegar una dimensión sensible
capaz de valorar toda la dimensión expresiva de lo corporal-afectivo, en su
existencia individual/colectiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.