FEMINISMO DECAPITADO
Ficciones ópticas y sobresaturación
travesti[1]
Jorge Díaz Fuentes
Coordinadora Universitaria de Disidencia Sexual (CUDS)
(Chile)
La polémica relación
entre la ficción y la no/ficción como sistemas de narrativas que en ciertos
momentos aumentan sus acercamientos (hasta digamos “confundirse socialmente”[2]) y que en otros amplían radicalmente sus
distancias, adquiere una importante relación con la teoría feminista, más aún
cuando ésta ha utilizado recurrentemente las estrategias de la ficción para
permitir elaborar lecturas, traducciones y alegorías[3]
de los actuales sistemas económico-culturales y con ello ampliar las maniobras
de las posibilidades léxicas, del uso de
la parodia, de la metáfora y la blasfemia política para así interponerse en las estructuras
tradicionales del hacer teoría,
permitiendo con esto identificar “los modos de construcción ficcional
[…] sobre la configuración de un lugar, de un grupo, de un muro, de una
vestimenta, de un rostro”[4].
Así entonces más allá de intentar clasificar
y modelar ciertos límites (ficción/ no ficción) que en una operación derivativa
“tienden a” llegar al punto de la “verdad” para legitimarse, nos parece interesante analizar cómo el cuestionamiento de algunas de estas
narraciones parecen interrogar el estatuto mismo de las políticas feministas,
donde los signos -siempre parciales- rebasan lo puramente definitorio.
Narratividades
feministas
Si
existe una narrativa cinematográfica feminista, ésta condición no debe estar
ligada ni a categorías de género ni a biologicismos sexuales. La narrativa
feminista no está ni aislada ni en oposición única ante una producción
cinematográfica masculina, la producción cinematográfica feminista no es un
imaginario autónomo desde donde se proyecta una unívoca escritura arraigada en
la naturaleza de la mujer, ni tampoco es confiable ni necesario que sean
bio-mujeres las creadoras de las producciones audiovisuales para alcanzar el
carácter feminista. En esta
línea que podríamos llamar cine “feminista”, se encuentra el trabajo de la
cineasta argentina Lucrecia Martel, quien en su último film “la mujer sin
cabeza” nos interroga desde el comienzo a tener que reacomodar el orden de la
comprensión de la estructura del relato, pues en su cine no es necesario
“armar” el puzzle con las piezas coherentes y los sucesos concatenados de
manera lineal y cronológica, pero tampoco es utilizar los ya conocidos trucos
narrativos del “contar de atrás hacia adelante”
o del juntar todas las escenas al orden que “debiera ser” pero que pareciera
que el realizador editó de manera azarosa. Martel utiliza en cambio una
subjetividad cronométrica de ajustes parciales donde “se trata de rehusar el
clímax, de declarar abiertamente el rechazo al desenlace”[5]
anulando con esto las estructuras básicas del orden cinematográfico, mostrando
una resistencia al canon impuesto por una hegemonía del orden que rechaza los
modelos entrópicos propuestos por Martel.
En
el film, la desorientación de la protagonista surge a partir de un accidente,
un atropello después del cual la mujer decide no mirar el retrovisor, sin
desear reconocer qué cuerpo era, como
si fuera una cita a una negación del pasado, legitimando la práctica
dictatorial de desconocer los cuerpos. Pero a la vez se articula como un
ejercicio de tormento y angustia de un femenino enfrentado a la duda, a la incertidumbre.
El cruce entre desmemoria y des-subjetivización de la mujer es el ejercicio
crítico de la obra de Martel desde donde es posible pensar cómo las mujeres
-latinoamericanas-han perdido sus cabezas[6].
Un
femenino irregular que por lo mismo fisura un imaginario estático y ético de la
mujer burguesa. La mujer en Martel es una inútil, sin habla, marioneta de sus
empleadas indígenas, una decapitada por los encuadres de la cámara. El fracaso de un políticamente idealizado discurso que
reedifica un signo femenino es un territorio de representación en conflicto y
constante desmontaje, los discursos de género recorren la narrativa de Martel
con insatisfacción, sin la posibilidad de alcanzar la completitud de sus deseos
sexuales, económicos y de posición social.
Esta
indagación de un femenino narrativo no compone representaciones exitistas del
género, tampoco instala o aspira construir una búsqueda de plenitud femenina
en la identidad de sus personajes, sino que en cambio se divaga en las
zonas de la insatisfacción de lo femenino, no a través de lo natural,
sino de la artificialidad de sus personajes, lo que implica comprender la
ficcionalización que corroe sus propios relatos identitarios.
Como
en una película de ficción donde el ícono desbordado, no-humano, sirve para sublimar el miedo a lo extraño “La
mujer sin cabeza” en su diseño de carátula y tipografía imita el diseño de
films norteamericanos de los años 50 como “la mujer araña”, “la mujer mosca”,
“la mujer gigante” entre otras, donde la monstruosidad se apropia de lo
femenino o donde el signo mujer alegóricamente se sitúa en el terreno de lo
monstruoso develando implícitamente los miedos ante una femineidad desbordada.
Podríamos pensar entonces que esta suerte de
complejidad de clasificación que nos presenta Martel, que nos lleva a no poder rápidamente taxonomizar su trabajo, se interpone
finalmente al éxito mediático donde el continuo flujo de “acciones”, da paso al
sólo “gesto” pues no logra insertarse en el movimiento circulatorio de los films afincados en las salas de las grandes
industrias cinematográficas, ni tampoco se abre paso entre una cartelera
saturada de posibilidades de evasión, pues en los relatos de Martel “nunca pasó
nada”.
En
Martel donde todo aparece sutil, pura gestualidad más que un cúmulo de acciones
terminadas, no se presenta un desmontaje a partir de un desborde
espectacularizado como en los agitados signos de lo travesti, sino que en
cambio se exhibe una saturación de lo femenino en el espacio del tránsito de un
lugar a otro y en la sobriedad de un hogar a partir del desgaste y la pérdida
del sentido de una norma de género. Por lo tanto, la desarticulación del género
no produce destellos de luces ni brillos, tampoco señala un desdén glamoroso o
híper-sexualizado, sino todo lo contrario, las representaciones de esta
saturación desplazan el sexo en el silencio de una cinematografía con estética
de naturaleza muerta, donde la
pérdida de deseo se asemeja a un política de la frigidez, la extinción sexual
de los significados “sexo” y “género”, donde lo femenino parece vaciado de
deseo [7].
Una
política de la resta, el menos en vez
del más, se articula en representaciones del género disidentes que generan una
inversión del deseo, ya no como una explosión de espectáculo sino un gesto de
resistencia. Una lógica de esterilización del deseo, una clausura a los signos
del progresismo, es atingente a unas narraciones martelianas, donde se privilegia el corte de la acción que arma una
subjetividad incierta en vez de la finitud del sujeto que acaba[8].
Una
articulación de un feminismo frígido implicaría
experimentar una inversión del deseo, ya
no como un deseo que se expone hacia un afuera y que circula públicamente, un
deseo-que-define-sujetos e identidades sexuales. No es un posicionamiento
imaginario que proponga la anulación del deseo femenino, sino que el uso de una
energía que desmonte los caracteres de lo femenino. Esto porque el feminismo de
las macro-políticas, el feminismo de los estudios de género y aquel se que
inserta en el lenguaje de la legitimación de “la política”, o simplemente el
feminismo de (sólo) mujeres, insiste en hacer uso de un deseo “femenino”, un
deseo y cuerpo de “mujeres” para legitimar sus estrategias políticas sin tener
en consideración que “la descontrucción de las identidades esenciales tendría
que considerarse como la condición necesaria para una comprensión adecuada de
la variedad de las relaciones sociales [. . .] y sólo
así tendremos posibilidades de teorizar acerca de de la multiplicidad de
las relaciones de subordinación”[9]
Es
entonces a partir de esto que se hace indispensable reflexionar sobre los
procesos de desmontaje de lo femenino, sobre la saturación de un signo del
feminismo, a partir los nuevos escenarios instalados por las desobediencias de
género y las disidencias sexuales.
Las ficciones del ojo y la solución
“sobresaturada” del Travesti
¿Cómo exterminar (y no fugar, no hibridar, no mezclar) la identidad
sexual? ¿Cómo entender una posibilidad de exterminio de la identidad sexual,
escapándose de los límites del binario masculino/femenino? ¿Cómo habitar sin
necesariamente desplazarse estratégicamente entre uno (masculino) y otro
(femenino), haciéndolos entender como los únicos polos posibles? ¿Cómo leer en
un plano situado la pos-identidad, sus huellas, sus formas? ¿Es posible? porque
pareciera que debido a procesos coyunturales y contingentes de la transición
democrática chilena (la polémica del Simón Bolívar travesti de Juan Dávila reproducido
en la tarjeta de la Escuela de Santiago, las performances travestidas del
colectivo homosexual Las Yeguas del Apocalipsis, el registro fotográfico
de unos hermanos travestis en Valparaíso en La manzana de Adán de Paz
Errázuriz, entre otros), sí existió una posibilidad de resistencia a la identidad, que
estuvo dada en lo que podríamos ahora denominar arriesgadamente “la solución del travesti” , es decir, que
por un momento la figura del travesti ofreció una posibilidad de rebeldía, un
modelo de resistencia contracultural a la hegemonía heteropatriarcal y
masculina, para así demostrar que esta figura
saturada de lo artificial y lo no correcto sería por así decirlo, una de las
responsables de irrumpir problemáticamente
en una escena pos-dictatorial de los acuerdos, para entonces con sus
máscaras descolocar los antagonismos inexistentes en el Chile de la transición
democrática. Sin embargo sería necesario revisar y cuestionar en los actuales
contextos donde la línea de división
política “más allá de la derecha y la izquierda”, “más allá de la hegemonía”,
“más allá de la soberanía” y “más del
antagonismo”[10] entre una centro y sus polos (izquierda y derecha) se
interrumpen y difuminan.
La teórica Nelly Richard[11]
nos recuerda que “la red de atracción y seducción en la que se enreda la
pulsión narcicista del mostrarse travesti es necesariamente óptica ya que es la
mirada del otro la que sanciona el éxito o el fracaso de la trampa visual del
pasar efectistamente por mujer”[12]. Que el
éxito de la trampa travesti recaiga en la mirada del
otro nos interpela entonces a actualizar esas mismas posturas aprobadoras de
rendimiento que confunde la transición travestida, haciéndolas pasar por patrones de regulación que logren el mismo
éxito de la visión del otro. De esta forma, la visualidad del logro vítreo de
un ojo que mira debería traer a cuestionamiento la totalizante posibilidad de
visualización, más aún cuando en esa misma mirada se anteponen los puntos
ciegos de la parcialidad. ¿Cómo poder
“ver” y crear al “otro” con la posibilidad de la mirada? ¿Cómo creer que
el éxito de la cosmética[13] rige la
rigurosidad teatral de la mímesis del género, cuando en esta misma figura están
patentes y sobremarcadas las estrategias esencializantes de la diferencia
sexual?
Comprender sin embargo que los campos
parciales de visiones se parecen más a un pestañeo constante, a una suerte de tics
nervioso que desgasta el músculo visual,
donde el daño óptico impide observar con claridad el ritmo cotidiano[14] se asemeja más a las posibilidades de “un ojo que no se ve, y que, sin embargo no
deja de ver”[15].
Existe aquí un punto que quisiera realzar con respecto a los mismos planos de
visión que clasifican y norman. Pretender cuestionar qué o cómo vemos me parece
una necesidad radical, una ramificación desde lo focal que permite comprender
de qué forma vamos a incluir en el análisis de la visión totalizante una
discusión sobre lecturas contextuales. Convivo diariamente con un ojo inquieto
que sospecha de la despolarización nerviosa que conduce a mi cerebro las
imágenes incompletas del punto ciego. O que sospecha de eso mismo. El ojo de mi
análisis pretende engañar las mismas epistemologías que la ciencia necesita
cuando miramos un resultado, cuando utilizamos la estadística o cuando
ordenamos por parámetros, haciendo pasar los datos o las experiencias por
protocolos de significancia y claridad, de precisión y exactitud. La mirada disidente o el ojo desacatado trata ahí donde lo
autoevidente deja de ser natural y se da la posibilidad de restarse de la
mirada positivista de la clasificación, tratando de elaborar no lecturas
“otras” o “fuera de” sino que se instala
en la retina social de lo ya dicho para
sobrepasar esos contextos.
Apuestas
locales a la sobresaturación travesti
Quizás la necesidad de adquirir nuevas
posibilidades de lectura y traducción local que desacralizan esa misma
impostura del travesti nacional y latinoamericano pueden encontrarse,
provocativamente en los trabajo
“Post-Drag” del artista chileno Felipe Rivas San Martín y en el texto
“MamaDrag, las mujeres y mi mamá” de Cristian Cabello quienes en una suerte de rito pos-genérico
pretenden ver las nuevas posibilidades de escapar estratégicamente del
binarismo sexual mostrando lo que el ojo no ve a primera vista, engañando la
visión estereoscópica del sentido común o visualizando lo que pareciera “que no
se ve” o que no tiene en consideración
lo que dice Susan Sontag al referirse que
“en la manera de mirar moderna, la realidad es sobre todo apariencia, la
cual es siempre cambiante”[16].
Es importante destacar que ambos pertenecen a
un trabajo político-sexual que pretende ofrecer alternativas no victimizantes
de la sexualidad donde justamente se intenta territorializar y desenfocar la
mirada normalizadota hacia los cuerpos y prácticas sexuales desacatadas.
Felipe Rivas, nos ofrece un desgarro a la
práctica performática de Ana Mendieta en su trabajo “transplante de barba” del
año 1972 donde la autora pegaba el pelo de su acompañante sobre su rostro. La
acción de Rivas trabaja en dos registros separados y tensionados en ellos
mismos: primero utiliza el formato video para registrar una acción donde él
mismo corta su barba para luego volver a pegársela y segundo proyecta este
video sobre el conocido edificio que construyó la arquitecta y feminista
radical Margarita Pisano, en la época en la que su nombre se inscribe en los
signos del heteropatriarcado burgués que designa la pertenencia de la mujer: Margarita
Pisano de Gaguero
La proyección del video en el edificio da
vuelta y vuelta a una necesidad de deconstrucción de la identidad al comprender
que las estéticas de la masculinidad son construcciones performáticas que no se
escapan de todo el equipamiento social, biológico y cultural que el mismo
individuo trae consigo, desechando las parciales lecturas del travesti que
cambia su género (“otro” es “otra”).
Que sea la barba desechada la que se
re-implante en el tejido a regenerar quiere designar sobre ese edificio que
inmoviliza la historia al inmortalizar el nombre de “otra” perteneciendo a
“otro” que la construcción del sí siempre es plástica pero que esta plasticidad
no necesariamente habla de una transformación radical sino mas bien habla del
“mirar”[17]
donde las mismas ontologías se desclasifican incluso dentro de la misma ilusión
del género propio.
Sin embargo Cristian Cabello, desplaza las
categorías virtuales de lo propio para poner el acento en un cuerpo climatérico
que pierde su uso sexual declinando sin intencionalidad problemática su
transición masculina, burlándose de la biología de la reproducción y su
vocabulario endocrino. En el texto de
Cabello se da la posibilidad de pensar cómo es que la maternidad y el
uso del cuerpo, deviene en un fracaso de lo “femenino”, enfocándose en el
declive masculinizante de sujetos cuyos usos se devastan cuestionando así las
necesidades de la clasificación como construcciones discursivas que no
consiguen diferenciar cuerpos, clases o gustos. La mamaDrag no intesiona su
transición, no la busca, no la encuentra, no la “puede” leer. El texto nos muestra cuan frágil es la
intención problemática del travesti ante este cuerpo cotidiano que en su performance
continúa manteniendo intacto los roles pero que trastoca la intencionalidad
subjetiva del cambio de ese mismo rol.
Ambos trabajos podrían quizás ofrecernos una
lectura situada a la posibilidad de leer sin amenazas una nueva interpretación
de códigos disidentes que se alejan de protocolos de identidad travesti, al
poner el acento en justamente lo que Martel nos interpela en su film “la mujer
sin cabeza”, esto es, en tener la posibilidad de no mirar o mirar de re-ojo [18]
los desencuadres que se patentan en subjetividades que intentan no encontrar
una identidad, no contar una nueva
historia, sino en develar los procesos de construcción ficcional donde “el peso de la realidad predomina
aún con prepotencia las prácticas políticas”.
[1]
Texto
presentado en la ponencia “Feminismosaturado: Narrativas Ficcionales y
tecnologías del género” del III circuito de disidencia Sexual “No hay Respeto”
Organizado por la Coordinadora Universitaria por la Disidencia Sexual CUDS
[2] Uno de los recientes
ejemplos entre los que podríamos exponer esa difusa línea en la cual lo
“ficcional” tiene efectos tan directos y complejos sobre lo “no ficcional” es
todo el proceso de difamación que sufrió la Premio Nobel y feminista Elfriede
Jelinek por parte de la ultraderecha austriaca, en toda una campaña que lideró
el político Jorge Haider, quien además
de prohibir la venta de la literatura de Jelinek, mandó a pegar afiches en las
calles con la consigna ¿ A usted le gusta Jelinek o el arte y la cultura?
Contrastando como amenaza pornográfica y agitadora social la obra de la escritora feminista hasta tal punto que era considerada
peligrosa. Vaccaro, Laura. Premios Nobel de literatura, una lectura
crítica. Secretariado de la Universidad
de Sevilla, Pág. 457, 2007.
[3] La
teórica feminista Alejandra Castillo trata de agrupar sintéticamente estas
posibilidades alegóricas al resumir la agenda de estos feminismos
contemporáneos “que reivindican para sí,
paradójicamente, las figuras de la alteridad: de lo Queer para
Judith Butler, de lo cyborg para Donna Haraway, lo fronterizo
para Gloria Anzaldúa, lo monstruoso para Rosi Braidotti y los nudos
para Julieta Kirkwood. En la ciencia ficción feminista, recuerda Rosi
Braidotti, los monstruos cyborg definen posibilidades políticas y
límites bastantes diferentes de los propuestos por la ficción mundana del
Hombre y la Mujer.” Varios Autores, “Por un Feminismo sin mujeres, diálogos del
segundo circuito de Disidencia Sexual CUDS, Territorios Sexuales Ediciones,
2011 (pronto a publicar)
[4] Jacques Ranciere profundiza
sobre los modos de la ficción en relación a la organización
pos-aristotélica de los relatos (poesía,
historia) para tratar de comprender que la racionalidad de
la ficción esta bastante alejada de lo
“falso”. Ranciere, Jacques. El reparto de lo sensible. Editorial Lom, Pág. 45,
2009.
[5] Doveris, Roberto. Crítica a
la mujer sin cabeza, Revista de crítica de cine La fuga. En : http://altamira.cl/lafuga3/criticas/la_mujer_sin_cabeza/
[6] Los discursos sociales que
afirman como una verdad la posibilidad de “perder la cabeza” o, su símil,
“perder la identidad” no son sino amenazas que articulan “discursos del terror”
ante las mutaciones de los límites y las fronteras de la identidades
hegemónicas y centrales. Estos enunciados reprimen y alertan sobre posibles
contagios de identidades, para así proteger y legitimar aún más la decencia de
sólo algunos sujetos. De este modo recordamos la “locura” que poseía –según sus
maridos– a las mujeres de derecha que en 1971 protestaron con cacerolas y
utensilios de cocina contra Salvador Allende y su gobierno en el contexto de la
visita de Fidel Castro (Montecino, 1991). En las expresiones políticas de
mujeres que dejan sus espacios privados para llevar el hogar al espacio público
como sucede con mujeres de derecha ocurre un desajuste de la norma que hace
posible el enunciado de que las mujeres “pierden su cabeza”. Por otra parte en
el caso de sujetos heterosexuales que poseyendo una articulación y entorno
heterosexual deciden aparecer y reconocerse como homosexuales muchas veces se
piensa este acto como un ejemplo de un discurso del terror como es “perder la
identidad”, una identidad mayoritaria que no podría –según estas lógicas–
compartir territorios en el entre de
las sexualidades. Estos discursos reconocen la equívocamente la posibilidad de
cortes y fracturas permanentes de las identidades, de transformaciones que
exilian a la memoria y la subjetividad de las articulaciones sociales, ni
tampoco comprenden la flexibilidad de las identidades que no por alterar sus
fronteras pierden el caudal histórico-biográfico que permite anclar a los
sujetos en una memoria social. Esta fortaleza de la práctica de la memoria se
refleja en el caso de los migrantes: “los emigrados no rompen el hilo de la
memoria, sino que mantienen viva en la diáspora su memoria genealógica y
familiar, así como la memoria de los orígenes, que es el fundamento de la
etnicidad y del sentimiento de pertenencia a una nación” (Giménez, 2008).
[7] Este no es un relato que
aspira a ser “natural” o post modernamente realista como sí ocurre con una
serie de relatos que transitan en la realización de ficciones realistas, que
aspiran asemejarse a la realidad (pensamos en “XXY” de Lucía Puenzo que
ficcionaliza melodramáticamente la historia de un intersexual o también en la
chilena “En la cama” de Matías Bize donde se imita un tiempo real de dos
sujetos en un motel). También es relevante destacar cómo los tonos y colores de
la fotografía en Martel proponen una naturaleza muerta y cómo esto se relaciona
con una crisis simbólica de los escencialismos de lo femenino, sin desechar de
inmediato lo “natural”, sino que reutilizando la naturaleza de cuerpos extintos, cuerpos residuales, que en su
precariedad tensionan el estatuto del género. No es entonces un cuerpo nuevo disidente a una norma social, no
es un cuerpo Cyborg de tecnología, sino que una resignificación de los residuos
materiales de los cuerpos de un Tercer Mundo.
[8] Algo similar aparece
reflejado en los videos de la Norteamericana Saddie Benning, quien con su
cámara Fisher price retrata su
realidad enclaustrada bajo una subjetividad cinematográfica feminista. Ver:
Lafuga.cl “La mujer que se queda en casa”.
[9] Chantal Mouffe, El Retorno de lo político, editorial Paidós, 1993,
pág 110
[10] Mouffe, Chantal. En torno a lo político.
Fondo de Cultura Económica, 2009. Pág.10
[11]
Es importante destacar que a pesar que la
repercusión y difusión de textos en los que se analiza la figura del travesti
es principalmente en la transición democrática, la mayoría de estos análisis
fueron escritos en plena dictadura.
[12] Nelly Richard en
Masculino/Femenino prácticas de la
cultura democrática. Pág. 68 Francisco Zegers Editores 1993
[13] “la cosmética y la moda son
alteraciones pasajeras, así como fugaz y transitorio es el pasaje logrado por
el hombre que quiere, y sólo por un breve instante, puede ser mujer” Soledad
Bianchi. Ibíd. Pág. 69
[14] Esta es una clara paráfrasis
al trabajo reciente de Malú Urriola y Paz Errázuriz “La luz que me ciega” que
consistió en una instalación de fotografías, poemas y videos en el museo
nacional de Bellas Artes, donde se retrata la cruenta enfermedad de la
acromatopsia, la que en este caso afectaba a una localidad rural que explicaba
su dolencia por la endogamia ocurrida en esos espacios.
[15] Malabou, Catherine. La
plasticidad en espera. Editorial Palinodia 2010. Pág. 74
[16] Sontag. Susan. Al mismo
tiempo: ensayos y conferencia. Editorial DeBOLS!LLO 2008. Página 134
[17] Valeria Flores Dice: “Las técnicas del ojo
occidental ocultan las violentas maniobras del lenguaje” en Deslenguada,
desbordes de una proletaria del lenguaje. Ediciones Ají de Pollo, 2010. Pág. 48
[18] Judith Butler Dice: “limitar cómo o qué vemos no
es exactamente lo mismo que dictar el guión, sí es una manera de interpretar
por adelantado lo que se va a incluir o no, en el marco de la percepción. Butler, Judith. Marcos de Guerra, las vidas lloradas. Editorial
Pidos, 2010. Pág. 99
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